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La gran fiesta de Fito en San Mamés
Los Fitipaldis entusiasmaron a un público de más de 46.000 personas. «Creo que os conozco a todos», dijo el vocalista emocionado
San Mamés es una catedral de la euforia compartida, porque en pocos sitios resulta más habitual que miles de corazones se conmuevan al unísono y ... latan al mismo ritmo. Anoche el motivo no tenía que ver con el Athletic, pero el sentimiento era similar y además, a diferencia de la incertidumbre esencial del fútbol, en este caso la victoria era cosa segura: habría tenido que ocurrir un cataclismo para que las más de 46.000 personas que acudieron al concierto no se dejasen arrastrar por las canciones de Fito, una música que sienten como suya, que les ha acompañado toda la vida y que ha sintonizado asombrosamente con sus alegrías y sus tristezas.
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En el público se juntaban los roqueros veteranos, protagonistas de incontables correrías juveniles con fondo de Platero y Tú, y los niños que aún llevaban pañales cuando mamaron a los Fitipaldis, y muchas veces los primeros eran padres de los segundos. Y, si para todos esos espectadores el concierto tenía un punto de emocionante viaje biográfico, qué vamos a decir del protagonista de la noche: a Fito solo le faltaba pellizcarse para confirmar que no estaba viviendo un sueño, ante ese estadio abarrotado tan distinto del Gau Txori de Plentzia donde los Platero dieron su primer concierto.
Era la fiesta de Fito y la fiesta de todos, alimentada por ese redescubrimiento de los eventos multitudinarios y el contacto humano que nos han traído estos tiempos pospandémicos. Lo más parecido al hipotético cataclismo fue el sirimiri que a ratos arreciaba un poco, o más bien bastante, pero el propio vocalista le otorgó su bendición: «Solo faltaba la lluvia para que sea Bilbao-Bilbao. ¡Me encanta que llueva!», dijo.
Y ya desde el primer tema, 'A quemarropa', quedó claro que aquello iba a ir rodado: los Fitipaldis son una banda compacta, contundente y versátil, capaz de desatar tormentas eléctricas y de transitar por pasajes delicados, con el guitarrista Carlos Raya marcando el camino y el saxofonista Javier Alzola esparciendo sus solos incendiarios de calor springsteeniano. Nada podía ir mal y la primera explosión de entusiasmo llegó con el tercer tema, 'Por la boca vive el pez', que puso en pie a los espectadores de las gradas y les hizo desgañitarse a gusto.
El 'setlist' seguía al dedillo el de otros conciertos de la gira, pero, claro, el de ayer no era uno más. Todo el mundo sabía que irían apareciendo ilustres invitados por el escenario, a modo de fitipaldis honorarios para redondear una noche especial. El primero fue Dani Martín, que se materializó de pronto en el quinto tema, 'Cielo hermético', con aspecto de estrella punk y con unas gafas oscuras que en determinado momento arrojó al público. La siguiente sorpresa llegó a la duodécima canción, cuando los Fitipaldis se hermanaron con sus teloneros de esta gira, Morgan, para interpretar todos juntos 'Quiero gritar' y organizar un arrollador guateque funky.
Un señor abrazo
«Es una gozada tocar en Bilbao para llamar a Uoho», anunció justo después el vocalista, y ahí se produjo el momento más esperado por muchos: los dos eternos compinches tocaron (y cantaron) juntos dos clásicos de Platero y Tú: 'Hay poco rock'n'roll', con su rítmica de la escuela AC/DC que obliga inexorablemente a sacudir la cabeza, y un coreadísimo 'El roce de tu cuerpo' que les quitó a muchos treinta años de repente. Ojalá pudiésemos hacer una ronda por todos esos bares desaparecidos de los que se estaba acordando la gente. Habría sido bonito prolongar el momento, pero los dos amigos se dieron un abrazo (uno de esos abrazos que da gusto ver) e Iñaki Uoho se marchó con la guitarra al hombro.
Aún faltaban Leiva («me llama 'hermanito'», desveló Fito), con quien se marcaron 'Viene y va', y un entregado Carlos Tarque, a quien correspondió 'Tarde o temprano'. ¿Y qué hay de 'Soldadito marinero'? Sí, no se olvidaron de ella: el himno por excelencia de los Fitipaldis llegó en el primero de los dos bises y fue la apoteosis esperada, el alirón final, la guinda a una fiesta de dos horas y cuarenta y cinco minutos que supo combinar el gigantismo del recinto y la complicidad de la intención. Ya lo dejó claro en determinado momento el propio Fito, como si estuviese mirando a los ojos a esas 46.000 personas: «Creo que os conozco a todos».
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