Euskadiko Orkestra seduce al público polaco y confía en regresar pronto

La gira a Polonia ha sido la número 22 que la Euskadiko Orkestra ha realizado en sus 41 años de vida. Y con toda seguridad, la más relevante, porque ha situado a la formación en uno de los centros musicales del Viejo Continente. Además, el programa elegido para los cuatro conciertos ha permitido, en primer lugar, ejercer el papel de abanderados de la cultura vasca. Como ha explicado Robert Treviño, su director titular, los dos discos grabados recientemente por la orquesta con obras sinfónicas de Ravel han sido una excelente tarjeta de presentación internacional. De ahí la inclusión de la suave y ceremonial 'Pavana para una infanta difunta' y el enloquecido 'Bolero'. Por otro lado, la elección de una sinfonía de Mahler teniendo en el podio a un director que se ha especializado en ese mundo complejo y lleno de contrastes, ha concedido a la orquesta la posibilidad de demostrar su alto nivel en el repertorio internacional más conocido.

En los cuatro conciertos, entre el público ha habido un puñado de invitados ilustres: Gotzone Sagardui, consejera de Salud; Javier García Cogorro, consejero delegado de Viralgen, patrocinadora de la primera función; la directora del Instituto Cervantes de Cracovia, autoridades locales, el cónsul polaco en Burgos y otros. Y un puñado de familiares de los siete músicos de la orquesta de nacionalidad polaca, así como estudiantes y profesionales vascos residentes en la zona. Todos ellos fueron testigos de las largas ovaciones recibidas por la formación, correspondidos con tres obras fuera de programa elegidas con sumo cuidado por Treviño. La primera, la 'Amorosa' de las 'Diez melodías vascas' de Guridi, un clásico en todas las giras de la Euskadiko Orkestra. Como dijo en una de ellas su entonces director titular Gilbert Varga, casi «como el himno vasco». La segunda, una miniatura de música española que siempre entusiasma: el Intermedio de 'Las bodas de Luis Alonso', de Gerónimo Giménez. Y para terminar, una apoteosis del ritmo: la 'Danza Húngara Nº 5' de Brahms.

Todas esas obras han debido adaptarse a cuatro acústicas muy diferentes: las de clásicas salas con mucha madera y estructura decimonónica de Varsovia y Cracovia, y las de auditorios modernos de Katowice y Breslavia. La sala de esta última ciudad sitúa a la orquesta rodeada de público -como en el Auditorio Nacional de Madrid o la Philharmonie de Berlín- y Treviño aprovechó para un guiño infrecuente: hizo que los músicos se dieran la vuelta por completo tras la actuación para saludar a los espectadores que estaban a su espalda.

La orquesta regresa ya a casa con la expectativa de que en un futuro no muy lejano puedan volver a la tierra donde se guarda el corazón de Chopin.