Entre lo lógico y lo excesivo
El fundamento de la historia es el mismo de siempre, el de su estreno hace 172 años: abuso de poder, autocracia, corrupción, misoginia, bajas pasiones, ... lealtad, venganza… Lo que pasa, sí, es que la modernidad ha querido reinterpretar en muchas ocasiones el escenario, el personaje, su historia y sus motivaciones, buscando con más o menos acierto y con una lectura más o menos radical su acompasamiento a la contemporaneidad. Véase, por ejemplo, que en esa loca carrera hacia el 'aggiornamento' escénico y dramático de 'Rigoletto' la corte de Mantua en el siglo XVI se ha llevado a los cenáculos de la Mafia en la neoyorquina Little Italy, a un casino de Las Vegas, al planeta de los simios o a las fiestas bunga-bunga de Berlusconi, lo mismo que al Duque de Mantua o a Rigoletto se les ha transformado en muchos de los más prestigiosos coliseos líricos en personajes de la Italia de Mussolini o del Rat Pack de Sinatra, incluso vestidos con el rompedor estilo de Vivienne Westwood. Bueno, no se asusten, es lo que pasa cuando se trata de uno de los grandes títulos del repertorio lírico, exitoso en la taquilla, favorito del público y por ello representado bajo diferentes lecturas y ópticas. Nada inusual, por supuesto, cuando se intenta con la misma óptica interdisciplinar hacer más creíbles y próximos los personajes o acercar los hechos de la historia a las expectativas de las nuevas audiencias de la ópera. Pero entonces, ¿dónde está la frontera entre lo lógico y lo excesivo o entre lo aceptable y lo ridículo? Pues sencillamente en la calidad dramática general del montaje, en la pertinencia de la trasposición con el libreto o en la lectura adecuada de los personajes y las temáticas de fondo existentes en la obra.
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