Adiós a Battiato, el genio mediterráneo e imprevisible
El cantante siciliano, fallecido este martes a los 76 años, desarrolló una carrera «con curvas» que abarca los éxitos pop, la vanguardia y la música clásica
Para despedir a Franco Battiato, fallecido este martes a los 76 años, podríamos decir simplemente que fue el autor e intérprete de algunas de ... las composiciones más hermosas de la música popular europea. Su ristra de éxitos de los 80, a caballo entre la canción melódica y el pop, abrió un universo propio de melodías inolvidables y de letras nada convencionales que, de manera quizá inesperada, recibió el favor del público. Por supuesto, presentar al músico siciliano simplemente como una estrella del pop supone mutilar salvajemente su figura, pero a la vez es verdad que este martes, al recibir el mazazo de la noticia de su muerte, sus fans buscamos consuelo en aquellos himnos tan pegadizos como anómalos que se quedaron grabados en las memorias y los corazones: 'Centro de gravedad', 'Los trenes de Tozeur', 'La estación de los amores', 'La era del jabalí blanco', 'Yo quiero verte danzar', 'Nómadas', 'Bandera blanca', 'El animal', 'Perspectiva Nevski' y tantas otras, por utilizar los títulos en castellano de las adaptaciones que grabó para nuestro mercado. Eran, sí, canciones raras, diferentes, incluso friquis (el friquismo también puede ser un atributo del genio), y por ello resultaban y siguen resultando importantes e insustituibles.
Pero Battiato era mucho más, un personaje tan complejo que parecía imposible abarcarlo. En su figura se cruzan influencias y experiencias que en cualquier otro parecerían incompatibles: del espesor culto de Stockhausen a las diversas tradiciones mediterráneas (que, en sus manos, eran más bien una sola), de los estribillos yeyé y la versión de los Rolling Stones a la ópera culta, del misticismo sufí al cargo de consejero de Turismo de Sicilia (del que le echaron por llamar «putas» a los parlamentarios italianos), de citar en sus letras a sesudos filósofos como Theodor Adorno a representar a su país en el festival de Eurovisión de 1984, por no citar aquella parodia de Nappiato que le dedicaron los humoristas Martes y 13.
En otro, esta multiplicidad habría sido un signo inequívoco de dispersión, de extravío, de desequilibrio, pero en Battiato todo parecía lógico, las distintas facetas de una personalidad tan fascinante, enigmática y poderosa como el Etna, en cuyas faldas se refugiaba del ruido exterior. «No soy contradictorio, siempre he avanzado en la misma dirección, ¡aunque sea con curvas!», declaraba hace catorce años en una entrevista a este periódico. Y también recordaba cómo, en una redacción de Primaria, se limitó a escribir una pregunta: «¿Quién soy yo?».
Esas curvas hicieron de la carrera de Franco Battiato una de las trayectorias más sorprendentes que uno puede echarse a la cara. Hay muchos casos de artistas que empiezan haciendo música más o menos accesible y evolucionan después hacia la experimentación, o que parten de la vanguardia y van retrocediendo hacia terrenos más amigables y cercanos al pop, pero lo del italiano fueron sucesivas idas y venidas, tan bruscas y extremas que a menudo hacían difícil ubicarlo. Hay un mundo entre el Battiato de los álbumes electrónicos y visionarios de los años 70 y el que triunfó en los 80, pero ni aquel explorador sonoro era el Battiato original (antes, ya había probado suerte como liviano cantante sesentero) ni la posterior estrella masiva fue el Battiato definitivo (a partir de 1987 ha publicado, por ejemplo, varias óperas, a la vez que su estética se volvía más y más monacal).
Emocionado y contenido
Era una individualidad libre, inconformista e hipercreativa, mano a mano con su compinche el filósofo y letrista Manlio Sgalambro, pero también se trataba de un intérprete sobresaliente, con esa voz de dicción precisa, a la vez emocionada y contenida: no hay más que escuchar sus versiones perfectas de Fabrizio de André, como 'Amore che vieni, amore che vai'. Incluso le dio tiempo de regalar temas soberbios a vocalistas como Giuni Russo y Milva.
Franco ha muerto, sí, y de alguna manera resulta apropiado para el personaje que el dolor se pueda disimular bajo un chiste. Ya hacía tiempo que daba muestras de una salud muy frágil y se había retirado todavía más del mundo, de una manera que parecía definitiva. Sus últimos conciertos de hace ya cuatro años dejaron con el corazón encogido a sus seguidores, que se encontraron con un artista débil y vacilante, y su último disco, con el significativo título de 'Torneremo ancora' (volveremos otra vez), sirvió como conmovedor repaso a su repertorio, a modo de recapitulación en la que su voz exhibía sin tapujos las huellas de la vejez. Sonaba inequívocamente, sí, a despedida. «Yo pienso siempre en la muerte, porque es un momento de paso importante -decía el artista en aquella conversación de 2007-. Pero puede que no sea negativa como parece, ¡nada es como parece!».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión