Manteniendo las distancias
Este es uno de los relatos breves seleccionados para su publicación de entre los presentados al concurso 'En cuarentena', que organizan EL CORREO y la UPV. El plazo de presentación de obras ha concluido
o. Storm
Domingo, 31 de mayo 2020, 23:26
La chica miraba la barra indecisa cuando una curva sacudió el vagón y a todos los que iban en su interior. A duras penas consiguió mantener el equilibrio y resistió el impulso de agarrarse. Él en cambio llevaba guantes y estaba bien sujeto. Cruzaron sus miradas de forma casual, él sonrió. De inmediato se sintió estúpido. La mascarilla no dejaba ver su rostro. Aún así ella entendió el gesto, quizá por que le estaba mirando a los ojos y en respuesta hizo un pequeño mohín al mirar sus manos desnudas.
El momento fue interrumpido por un niño que pasó corriendo entre ellos mientras gritaba a un muñeco que llevaba en la mano. Ambos rieron ante aquel paréntesis de despreocupada felicidad que desprendía el pequeño.
Intentó encontrar de nuevo la mirada de la chica, pero ésta había bajado la suya al suelo, avergonzada quizá. La verdad es que no sabía qué esperaba de aquello, pero tenía curiosidad por ver hasta dónde llegaba el asunto.
Una nueva curva les sacudió y en esta ocasión, él la sujetó firmemente del brazo. Una reacción que alarmó a la chica. La soltó enseguida y se disculpó, pero ella se retiró medio metro de su lado. Durante el siguiente minuto intentó determinar si había metido la pata por tocarla o por intentar ser un caballero. Para no sentirse aún más idiota, abrió su mochila con la punta de sus dedos y con mirada conspiranoica la mostró una caja llena de guantes. La invitó a que cogiera unos por su cuenta. La sorpresa de ella bien valió la pena.
―Trabajo en un hospital― explicó él.
La chica retiró la mano alarmada.
―¿No es ilegal o algo así que lleves esto encima?― le reprochó ella.
―Eso es para las mascarillas, creo ―la volvió a invitar a coger un par de guantes―. Mejor coger un par y que no tengas que ir al hospital por un brazo roto.
Reticente, la chica cogió un par de guantes y se los puso. Él la guiñó un ojo divertido y la pidió su número de teléfono, para cuando se acabase la cuarentena y esas cosas.
El niño volvió a pasar entre ellos, esta vez llevando un orinal en la mano.
―Vale, está bien. Tú ganas.
―¡Bien! Sabía que lo conseguiría.
―¿Y ahora qué hacemos?
―¿Te parece si nos pegamos por el último rollo de papel higiénico en el súper?
―Vale.
―Pero antes ayudame a volver a colocar la barra de la cortina de nuevo en su sitio.
―Cuando vea a dónde va nuestro hijo con el orinal.