Espantapájaros de colores

Me gusta esta vista. Ante mí tengo un jardín precioso aunque a veces me parece más un huerto. A veces, se posa en mi ventana una golondrina. Mano a mano, charlamos, callamos y a ratos nos desternillamos entre su piar y mi verborrea. ¡Ay Manuela! Entre tanto achaque menos mal que al menos tienes bien la cabeza a tus noventa y largos.

Es amplia esta habitación, con un baño y todo para mi sola. Tengo dibujos en las paredes, me los han regalado mis niños de la escuela, ya saben envidiosos, ventajas de ser maestra. Al hijo de Manolín le tendré que leer la cartilla porque hace tiempo que no trae hechos los deberes, debe ser porque tiene que ayudar en casa pero ha de comprender que tiene que aprender a leer y escribir aunque no le plazca.

Ya se va el sol, ya viene la luna, ya vuelve el sol, ya se marcha la luna. ¿Cuántos días llevo aquí? ¿Y esta habitación? Esta no es mi habitación, esta no es mi casa, estoy sola y lo que más me preocupa ¿Dónde están mis chiquillos? ¡Ay! Mis chiquillos… Estoy muy nerviosa, muy asustada pero sobre todo, confundida. Para cuando me he querido dar cuenta, me encuentro contemplando el alba. En medio del jardín hay un espantapájaros, un espantapájaros de colores, pero no es como los de los campos de trigo. También tiene sus zapatos, su blusa rosa, sus guantes y su sombrero pero ni rastro de aquellas sonrisas hechas con botones negros. Y de repente, me saluda. Esto tiene que ser un sueño me digo a mí misma, pero por educación o por inercia, le devuelvo el saludo y más tranquila, vuelvo a esta cama desconocida.

Increíble, más espantapájaros de colores han entrado en mi habitación, esta vez con blusas azules y blancas, voces cantarinas y ojos cansados. Me han dado un chisme que tiene una especie de televisor y ha aparecido una imagen con caras creo que conocidas, pero no tengo muy claro quienes son ¿Será alguno, Pedro, el hijo de Manolín con su familia? Dicen algo, pero a veces se quedan callados ¿Esperando una respuesta, tal vez?¿De quién? No entiendo nada, quiero estar sola.

Acabo de llegar a este sitio y aparecen dos espantapájaros en mi habitación con una sonrisa dibujada en ese trapo de la boca y me dicen que nos vamos. ¿Pero a dónde si acabo de llegar? Entonces me dicen que se acabó, que me voy a casa. Recojo los dibujos y sentada en la silla, dos filas de espantapájaros han salido a aplaudirme. Debe ser porque soy buena maestra. Al final del pasillo, reconozco a mi hijo que me dice que han sido los veinte días más largos de su vida. No sé bien porque lo dice pero en sus lágrimas veo emoción y agradecimiento así que enfilamos el pasillo a una salida y a mí, sólo se me ha ocurrido girarme y decir ¡Gracias por todo, espantapájaros de colores!