Urgente Un accidente en Ugao-Miraballes obliga a cortar la BI-625

Todos a hombros

Lunes, 11 de julio 2022, 02:35

El exceso prendió la mecha de una euforia desatada sin medida. Fue tarde de siete orejas, casi tantas como la tarde del centenario. Como entonces, ... estuvieron de más unas cuantas. No es que las llevaran los toros colgando, pero por ahí se anduvo la cosa. El diluvio de orejas llegó en la primera mitad de corrida: seis. La séptima se la arrancó al cuarto por la vía sentimental Rafaelillo, que volvía a San Fermín tras el grave percance que en la miurada de 2019 estuvo a punto de costarle la vida.

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La manera de superarlo fue, por cierto, muy elocuente: abrió faena con el toro picante en el mismo sitio y de la misma manera en que se produjo hace tres años la terrible cogida: en tablas y por alto. Pero ahora con final feliz. Pasado de revoluciones, embarcado en larga faena de ten con ten, apurado pero resuelto, Rafaelillo pudo con el toro. El cuarto lo prendió feamente en un cambio de manos a mitad de una faena hasta entonces maquinal. El susto fue morrocotudo. Cobró una estocada sin puntilla.

Los mulilleros se tomaron con filosofía el trabajo. Las peticiones de oreja crearon su tensión en el palco, floja la mano, pero rácana a la hora de reconocer las calidades del quinto toro, merecedor de los honores de la vuelta al ruedo en el arrastre.

No se había atendido antes una petición de oreja no mayoritaria para Escribano, que dibujó con ese toro los mejores muletazos de la tarde pero en una faena castigada por abusivos paseos de pasarela, gratuitas pausas, tiempos muertos, teatralidad impuesta y una parsimonia más que fastidiosa. Un pinchazo antes de la estocada fue una especie de castigo para tanto gasto. Por demorarse, la faena fue perdiendo el favor de las peñas, que llevaban la tarde entera jaleando todo lo jaleable del repertorio propio del toreo de sol, del sol de Pamplona. Toreo de carnaza.

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Y es que el espectáculo se había embalado, las vueltas al ruedo de los espadas se hicieron interminables y no fue fácil sujetar las riendas de un ambiente desbocado. El discreto y agitado empeño del mexicano Leo Valadez con el bravo tercero se vio recompensado con el mismo premio que la faena del regreso de Rafaelillo o los desiguales logros de Escribano con el toro que no dejó de moverse ni un segundo y que comprometió hasta un tercio de banderillas compartido por un Valadez desafortunado entonces. Los cuatro tercios de banderillas de matador, en los toros de Escribano y Valadez, se comieron mucho tiempo.

A última hora, con el hermoso sexto, Valadez se templó al natural en rayas cerca de chiqueros y en la querencia del toro. La faena venía navegando sin mayor rumbo y de repente se encendió la lámpara. Se llevó el toro dentro una tanda más. O dos. Pero los muletazos de sorpresa tuvieron cadencia y reposo. Un pinchazo hondo y fallos con el descabello. Y no hubo premio.

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