Taylor Swift y la dopamina
Elecciones en EE UU ·
Choca mucho que una superestrella pueda llegar a condicionar el votoPor lo que se ve Taylor Swift se ha convertido no solo en una hormona que nos puede dar satisfacción y felicidad, sino también en ... una especie de dopamina para evitar con su energía la inacción de esa otra serotonina que amenaza con traernos de vuelta a Donald Trump. Todo esto es muy serio, porque cada día aumentan los especialistas que investigan el impacto social, económico, político y cultural de Taylor Swift. Sin ir más lejos, está misma semana la Universidad de Melbourne ha celebrado un simposio sobre el tema con la participación de expertos en diferentes disciplinas. Según algunos, los ritmos de sus canciones son buenos para los pacientes con cardiopatías, como también lo fue en su tiempo el 'Stayin' Alive' de los Bee Gees. Del impacto económico generado por su última gira se ha cuantificado el gasto de los espectadores en las ciudades y sus efectos en la ocupación hotelera. Con todo, lo que más choca es el posible impacto de la 'swiftmanía' en las opciones políticas de los norteamericanos. Pues sí, choca mucho que una superestrella llegue a tener tanta influencia como para movilizar y condicionar el voto. Pero, si damos por hecho que los 'influencers' afectan con mensajes y fotos simplistas las decisiones de consumo o incluso la proyección de la estética personal de millones de personas, entonces no resulta tan extraño suponer que la nueva cultura política también sea permeable a estas cosas. Que sepamos, ahora las estrellas se han convertido en un referente aspiracional porque la fama, la belleza y el triunfo económico representan lo que muchos quieren tener. Al final, en medio de una absoluta distorsión sobre el concepto que debe definir a la persona ejemplar, las estrellas referentes acaban acumulando una enorme capacidad de influencia. Taylor Swift ya tiene esa capacidad y su amplísima base seguidores también la venera como una amiga cercana. Por eso mismo, si además de ejercer como dopamina que nos motiva positivamente, también altera el troncoencéfalo de los norteamericanos para que no le voten a Trump, pues entonces, por favor, Taylor Swift al poder.
Derechos de autor
El dinero del 'Bolero'
Dinero, maldito dinero. Pues sí, el parné también aflige a una creación tan inmortal como el 'Bolero' de Maurice Ravel, sometida desde hace años a un culebrón judicial por sus derechos de autor. El asunto es complejo, ya que en él se mezclan los intereses económicos de unos titulares de derechos que nada tienen que ver con el autor, unos ingresos anuales que solo en Francia podrían cifrarse en 1,5 millones de euros y una variada legislación al respecto que tras el paso del tiempo considera por lo general que la obra es de dominio público. Esto significa que el 'Bolero' dejó hace tiempo de ser un pingüe negocio para un entramado empresarial que controlaba sus derechos de autor, con lo cual ahora se ha buscado un subterfugio para seguir 'ordeñando la vaca'. Como Ravel compuso la pieza para un ballet, también se argumenta que es una obra colaborativa, cuya protección se extiende hasta el final de los derechos de todos sus colaboradores, entre ellos coreógrafos y decoradores. Un lío, en fin, que también en lo judicial tiene los 340 compases del inmortal 'Bolero'.
Política cultural
Contra-ministerio
Tiene su aquel que Pedro Sánchez haya creado en la Moncloa un contra-ministerio de Cultura para contrapesar ese otro Ministerio de Cultura oficial que ha dejado en manos de Sumar. La duplicidad tiene su aquel, porque no sabemos si se trata de coordinar la acción del Gobierno, de diluirle la competencia al coaligado o de restarle protagonismo en las tardes de gloria. Con Sánchez, sí, intuimos que todo es tan posible como una pregunta de opción múltiple o como un depende de muchos factores. Pero si se logra culminar el Estatuto del Artista lo más probable es que el éxito se atribuya al contra-ministerio, lo mismo que si mañana o pasado se produce un incendio por una descolonización en el Museo Arqueológico o en el Museo de América la culpa será de Urtasun. Con Sánchez, las probabilidades son algo más que fenómenos aleatorios.
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