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EFE
Sin rodeos

Demasiados festivales

Música ·

Coachella arranca una temporada de festivales con una encarnizada competencia

Domingo, 2 de abril 2023, 01:35

La temporada de los festivales de música está a punto de comenzar, este año con unas expectativas de negocio francamente notables. El arranque más esperado ... se va a producir en dos fines de semana consecutivos del mes de abril, el del 14 y el del 21, con un 'lineup' de más de cien grupos o cantantes en el festival californiano de Coachella, seguramente el más emblemático de la actual cultura pop en el ámbito global y el más importante de los Estados Unidos, tras lograr el año pasado más de 750.000 personas.

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Con precios de entre 599 y 1.069 dólares por cada fin de semana, el 'todo vendido' para los tres primeros días de Coachella -en los que precisamente está anunciada la actuación de Rosalía- anticipa una excelente temporada global de festivales, naturalmente explicable por la vuelta a la normalidad tras la pandemia, por el auge del turismo y también por el aumento de la oferta y la demanda en este tipo de eventos.

Según los estudios más fiables, el negocio global de los festivales va a crecer un 22,8% hasta 2028. El año pasado en España se celebraron más de 100 festivales de música por toda nuestra geografía, con un gasto medio por turista de 300 euros y con una facturación conjunta que superó los 400 millones de euros. Precisamente, esa eclosión de eventos y ese exceso de oferta podrían ser los principales riesgos para este negocio, que en España y en Europa es importante para las economías locales, para el auge del turismo y por supuesto para la creación y la industria musical.

La saturación de la oferta, la multiplicación y la endeble dimensión de algunos festivales pequeños, la falta de especialización y la duplicidad cronológica o incluso una competencia encarnizada entre comunidades autónomas, ayuntamientos y empresas promotoras no hacen sino confundir, fraccionar y desincentivar la demanda. No se trata, en fin, de que solo se organicen en España esos cincuenta festivales principales que están promovidos por las mismas diez empresas y fondos de inversión. Pero de eso a que todo pueblo o ayuntamiento quiera su propio festival, sí, hay una diferencia notable.

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Bono cultural

Mordisco a la libertad

Vuelve el Bono Cultural Joven, el plan estrella del ministro Iceta, ahora también incorporando en su segunda edición la posibilidad del gasto en los espectáculos taurinos, algo forzado por la sentencia del Supremo. Quedan fuera, otra vez, los productos de artesanía, la obra plástica y gráfica, los instrumentos musicales y el diseño o la moda, entre otros. El gobierno da el dinero a los jóvenes y les dice en qué y cuánto deben gastarse en cada cosa: 200 euros en patrimonio cultural y artes audiovisuales, otros 100 en libros, revistas, prensa, videojuegos, partituras musicales o discos; y hasta 100 más en consumo digital o en línea, suscripciones y alquileres a plataformas digitales. Paternalismo y dirigismo puro, por mucho que se diga que este bono incentiva en los jóvenes el consumo cultural y además apoya a la industria cultural. Compre usted esto, aquello no y lo demás sí, pero de forma parcial. El gobierno dice lo que es o no es cultura y lo que podemos o no consumir. Francamente, no es sino otro mordisco más a la libertad.

ABAO

¿Programación conservadora?

Cierto que la programación de ABAO para su 72 temporada es conservadora: 'Romeo y Julieta', 'L'Elisir d'Amore', 'Rigoletto'… ¿Se podría asumir algo más de riesgo? ¿Títulos alejados del repertorio y el belcantismo? Pues quizás, pero ABAO tiene ante sí el reto permanente del equilibrio, el de la estabilidad de sus cuentas, el del mantenimiento de sus 3.000 socios, el del logro de un alto nivel de autofinanciación, el de multiplicar por seis veces las subvenciones públicas, el de conseguir una óptima relación precio-calidad, el de sacar adelante un programa socio-cultural, el de transmitir a las próximas generaciones un género lírico renovado y hasta el de sobrevivir financieramente como entidad privada a la desconfianza de lo público. Pues sí, los teatros públicos son menos conservadores, se lo pueden permitir: su déficit y su baja ocupación las paga el erario público.

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