No se discute que la cultura es también un pilar fundamental del Estado de Bienestar, tanto un derecho de los ciudadanos y una obligación de ... los poderes públicos, como un elemento que favorece la cohesión social y el desarrollo económico. Por eso no se entiende bien su actual consideración marginal en las cuentas públicas, en las que la lógica prioridad de otras partidas del Estado de Bienestar (educación, salud, vivienda, seguridad social…) acaba dejando en un adorno barato el gasto de la política cultural.
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Que el sector cultural en España aporte directa o indirectamente entre el 2,3% y el 3,5 a nuestro PIB debería afianzar la obligación de situar ese gasto público cuando menos en los mismos parámetros. Sin embargo, la mirada a los presupuestos de las comunidades autónomas demuestra que el gasto en cultura no supera una media del 1,25%. Dígase que el sector es muy complejo y denso. O también, sí, que en su acepción actual hasta puede ser que convenga políticamente incluir en el mismo las cuentas de las radios y televisiones públicas, el interés general del fútbol o también un peculiar concepto del entretenimiento. Pero, ¿acaso es cultura el programa de Broncano? ¿Hay que incluir una retransmisión deportiva en el presupuesto de la cultura pública?
Si en Euskadi se le quita al presupuesto de cultura del gobierno vasco lo destinado a EiTB, a la política lingüística y al deporte, la partida de patrimonio y difusión cultural alcanza el 21,3% del epígrafe y tan solo el 0,51% del total de las cuentas del ejecutivo de Vitoria. Esta penuria no solo propicia una completa postración de los agentes culturales ante los designios políticos e ideológicos del gobierno de turno, sino que además no estimula la creatividad y encima impide el surgimiento de una industria cultural autosuficiente, capaz de aportar al crecimiento económico y al empleo. La cultura debería ser la cuarta pata del Estado de Bienestar, en fin, y no solo un adorno de ínfimo rango presupuestario.
Núremberg. Presentismo
Russell Crowe interpreta a Hermann Göring y Rami Malek al psiquiatra que lo entrevista antes de que comience el juicio de Núremberg. La película con el título del juicio se estrena en España este viernes. Seguro que la radicalidad aprovecha para vincular aquello con esto, es decir, los crímenes contra la humanidad de los nazis y su castigo por un tribunal, con la tragedia humanitaria de Gaza y la forma de depurar responsabilidades penales por ella. Quizás suceda, pero sugerir ahora que la crisis de Gaza testimonia la traición al legado de Núremberg por parte de sus herederos es un exceso, otra desmesura política. Porque los hechos no son comparables, como tampoco sirve de nada interpretar el pasado en función de las preocupaciones del presente. Aún más, ese 'presentismo' y su pretendida superioridad moral son una negación de la verdad y del rigor histórico.
Woody Allen. Ocaso inexorable.
Ya se entiende que el gobierno de Isabel Díaz Ayuso esté dispuesto a cofinanciar con 1,5 millones de euros la producción de una película de Woody Allen, por supuesto incluyendo en el contrato su rodaje en lugares significativos de Madrid y su estreno en un festival internacional. Piénsese que un 'publirreportaje' turístico y de calidad, sin director afamado, pero con distribución internacional, costaría una cifra no muy lejana a la anterior.
Otra cosa es el descrédito creativo y la sensación de decadencia que estas películas producen en todos los amantes de la filmografía de Allen, el genial autor de 'Annie Hall', 'Manhattan' y 'Delitos y faltas', ahora obligado a buscar este tipo de recursos financieros ante las dificultades surgidas en los Estados Unidos para la producción de sus películas.
Con todo, y a pesar de ese lento pero inexorable ocaso, en estas prescindibles películas de Allen todavía quedan migajas apreciables de diálogo inteligente, de humorismo sofisticado y de romanticismo irónico. No es poco en estos tiempos.
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