Afrenta a la tradición
Picasso sorprende invariablemente en cada salto de su dinámica investigación creativa, en cada paso de su radical afrenta a la tradición o en cada conversión ... del clasicismo en anticlasicismo. En esta ocasión -sin duda una sublime ceremonia visual y cognoscitiva para celebrar en el Museo Guggenheim el 50 aniversario de su fallecimiento-, la fascinación picassiana se impone por la forma ecléctica, libre y revolucionaria de convertir su interés por las múltiples perspectivas o por esa fragmentación de figuración corporal, en un medio tridimensional tan capaz de ofrecer a su prodigiosa capacidad intuitiva una amplia gama de materiales y técnicas, como de dotarle igualmente de un método infinito para expresar metáforas, inspiraciones, estilos, formatos y corrientes.
Esta total libertad para deformar a su antojo la figura humana, para reflejar monumentalidad unas veces, para traer en otras del pasado remoto simbologías y formas primitivas, para revelar en algunas más estructuras gráficas y hasta geométricas o incluso para manipular la ductibilidad del material con el cubismo y el surrealismo, con la chapa de hierro recortado o con el ensamblaje de los objetos encontrados, no hace sino engrandecer en su tridimensionalidad escultórica el genio de la mejor revolución picassiana.
Dígase, además, que, en este recorrido cronológico por la obra y la biografía de Picasso, la cuidada y sofisticada selección curatorial de las piezas, su calidad individual, su representatividad histórica y artística, su procedencia, sus connotaciones personales y hasta sus simbologías ayudan a reforzar el asombro del espectador. También lo hace un montaje expositivo con espacios diáfanos que atrapan la mirada, con guiños visuales que sugieren el diálogo entre las piezas o con una sabia distribución que conduce al espectador desde la evocación metafórica del legado de Picasso -«La dama oferente», su forma pura y su volumen distinto- o desde «La cabeza con casco»-dignificando materiales de desecho e introduciendo un lejano surrealismo-, hasta la «Niña saltando a la comba» -con su realismo psicológico- o hasta esa chapa recortada de Sylvette -un juego sensual entre el liezo y el metal, el corte y el doblado o el arte y el erotismo-.
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