Los cirujanos de La Macarena
Resulta innegable. A la virgen sevillana de La Macarena le han cambiado la expresión que tenía los restauradores que se han ocupado de reparar las huellas que en ella había dejado el tiempo. Y uno comprende las reacciones dolientes, apenadas, apesadumbradas de sus devotos. Creo que aquí no se trata solo de una cuestión relacionada con el valor artístico, histórico o patrimonial de la obra sino de algo más sutil y delicado. Se trata de un asunto sentimental. El devoto, el creyente, el feligrés pone en ese virginal rostro la mirada como la pone el enamorado en el rostro de la mujer a la que ama. Establece con su fisonomía, con el estado de ánimo que transmite la talla, un vínculo esencialmente afectivo por el que percibe la empatía, la ternura, el amor y el perdón de sus debilidades. Uno es agnóstico, sí, pero no puede evitar sentir simpatía por esa figura magnánima de la iconografía cristiana que sugiere una indulgencia y una complicidad maternales, capaces de perdonarnos todo a los mortales. Hablo de esa tácita carga de generosidad que, sin duda, va unida a la condición femenina y que no poseen, por fatalmente masculinas (ahora se dirían heteropatriarcales), las figuras del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo, con los que la Virgen ejerce una función mediadora.
Sí. Uno confiesa que siempre se ha rendido ante la belleza conmovedora de la oración de La Salve -«Reina y madre de misericordia, vida y dulzura, esperanza nuestra…»-, ante su lírica vehemente, su adjetivación torrencial y esdrújula: «¡Oh clementísima!, ¡oh piadosa!, ¡oh siempre dulce Virgen María!»
No sé. Creo que lo que le han hecho los restauradores a La Macarena es lo que les hacen a algunas mujeres los cirujanos plásticos. Le han afilado, rasgado y perfilado la mirada. Le han alargado las pestañas como a las actrices y a las socialités de nuestra época. Le han quitado el brillo que tenía su rostro. Le han dejado caer más levemente los párpados reemplazando por torva tristeza lo que era bondadosa viveza. Le han dado un aire más juvenil que no necesitaba y a cambio le han quitado su toque genuino que la hacía distinta a todas las vírgenes, como los cirujanos le quitaron la gracia al rostro de Nicole Kidman.
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