El tiburón que siempre nos perseguirá
Hace 50 años una película nos hizo subir las piernas a la butaca y temer el mar
Siempre me ponía tieso en la entrada del Astoria. En el Trueba no era necesario. Para Pinocho o Blancanieves no hacía falta simular. Pero en ... el cine de la Plaza Campuzano el aire olía a Menforsán y a colonia adulta. A los 9 años no había nada más excitante que contemplar «una peli de mayores». Las navidades anteriores habíamos visto «El Coloso en llamas». La primera en la que mentí sobre mi edad. Y me impactó. Pero esta vez era otra cosa. Se había estrenado el 19 de diciembre y todo el mundo hablaba del terror que generaba aquél largometraje de un tal Spielberg. En casa teníamos por costumbre ir al cine el 1 de enero tras la comida de año nuevo. Toda la familia, incluida la política. Era una costumbre anual. Pero jamás olvidaré aquellas navidades. Cuando llegó a nuestras vidas la película 'Tiburón'. Porque ya nada fue lo mismo.
No me gusta comer, ni que coman, en una sala de cine. Pero me encantaban las carameleras de aquellos lugares. Como la del Astoria que se encontraba, si no recuerdo mal, donde ahora está el Maracay de dicha plaza. Mientras mi hermano y mi prima compraban garrapiñadas, sugus, regalices, chicles y las típicas chuches de entonces, yo me dedicaba a ver los fotogramas colgados en las paredes del imponente pasillo. Aquello ya daba miedo.
La gran sala estaba abarrotada. Era sesión numerada y la tía Carmen había elegido una zona buena y centrada. Creo recordar que las había reservado por teléfono. Total que allí estábamos. Supongo que pusieron los anuncios de Muebles el Paraíso, el del ambientador mencionado que habían rodado en el Parque de los Patos y el de la chica de Terry cabalgando por la playa. Tampoco recuerdo qué contaron en el NODO. En cambio tengo grabada a fuego la primera escena de la película. Chicos y chicas sentados en la arena, bebiendo y riendo ante una fogata. Comprobé, pese a que se desarrollaba por la noche, la ausencia del bañador de la chica cuando se metía en el mar. Y aunque era un niño, el tipo que se queda borracho y dormido en la arena me pareció un lerdo.
En esas ocasiones hay que dar la talla. Eran otros tiempos y el pudor impedía que miraras en esos instantes a los adultos. Por si adivinaban tus pensamientos. Pero entonces llegó el primer susto. Se hundía. Como si tiraran de ella. Tras una de esas zambullidas salió aterrorizada. Estaba claro que algo la estaba devorando. Y al final acabó desapareciendo. Solo llevábamos tres minutos. Los suficientes para marcar a toda una generación. La que, como un servidor, subió en ese instante las piernas por si al tiburón se le ocurría nadar bajo las butacas. Pero lo peor vino después. Cuando el jefe Brody y Hooper nadan hacia la playa, aparecen los créditos y salmos del cine. Lo hicimos. Pero nunca abandonamos del todo aquellas aguas.
Cada vez que me bañaba creía escuchar la inquietante banda sonora de John Williams. Y si eso sucedía en la bañera, imaginen al llegar el verano. Desde entonces no soy capaz de nadar tranquilo en el mar. Tampoco en un pantano o en un río caudaloso. Abro los ojos bajo el agua y no pestañeo. No sea que haya algo. Sobre todo un tiburón. Da igual que esté en agua dulce. La película impactó tanto que provocó, en mí y en mucha gente, una extraña atracción hacia los tiburones. Busco todo lo que tenga que ver con ellos. Así supe que algunos podían subir las desembocaduras de los ríos, pese a que su hábitat natural sea el mar. Y que podían dar grandes saltos o atacar cerca de la orilla. En cuanto aparece una nueva película, ninguna superará a aquella, hago lo posible por verla. Tengo amigos con los que comparto esta extraña pasión. No se nos escapa un documental o una noticia. Sobre todo de ataques a personas.
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Quizás recuerden al joven ruso devorado en el mar rojo en 2023. O el caso de otro turista de la misma nacionalidad que ha acabado, este año, entre los dientes de un escualo en Filipinas. Por no hablar de los ataques en zonas más habituales. Son muy pocas. Hay animales que provocan muchas más muertes. De hecho los tiburones toro y tigre son más peligrosos que el blanco. Pero ninguno tuvo una película así. Lo intentaron con pirañas, pulpos, orcas, hormigas, avispas, arañas, serpientes y cualquier bicho que reptara, caminara, nadara o volara. Incluidos otros tiburones. Tenían su aquél. Pero si mañana veo que sale a flote un barril amarillo lleno de aire, salgo del agua y no paro hasta el centro de la Península. Lo que no impide la paradoja. Me gustaría meterme en una jaula para ver al gran blanco. Llámenlo masoquismo o estupidez. Así funciona el efecto de 'Tiburón' en mi.
Ayer se cumplieron 50 años de su estreno en EE UU. Aquí llegó en Navidad. Y sigo teniendo muy presente lo que sentí aquél 1 de enero de 1975. Era miércoles. Llevaba serpentinas y confeti en los bolsillos del tabardo. Pero me sentí en pleno agosto, rodeado de agua y escuchando una música que, todavía hoy, me hace levantar las piernas. Si vivieron su infancia en los 70 lo entenderán. Saben que ese tiburón siempre nos perseguirá.
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