De todos los papeles que encarnó Donald Sutherland en el cine, yo me quedo con el del Casanova de Fellini. Me parece el más extraño. ... Y también el más difícil. A un actor se le suele pedir un amplio repertorio de registros anímicos y faciales: el de la ira, el del miedo, el de la melancolía, el de la ternura, el del embobamiento amoroso, el de la frialdad psicopática…
Donald Sutherland los tenía todos de uno al otro extremo. Si en 'Novecento' resultaba más que convincente en su papel de Attila, el capataz fascista y bestial, en 'Orgullo y prejuicio' bordaba el rol de anciano paternal y comprensivo con sus cinco hijas empañando bondadosamente esos ojos de huevo que en la película de Bertolucci expresaban una vesania criminal. Pero lo que a uno le pareció realmente prodigioso es su interpretación de esa figura irreal, inquietante y onírica que supo crear Fellini a partir de la autobiografía del célebre libertino dieciochesco. Para encarnar el papel de un personaje del sueño hay que ser muy especial. Y hay que ser sobre todo humilde. Sutherland renunció a su humanidad, a todas sus dotes de ser real para dejarse convertir en un muñeco en manos de un extravagante director surrealista que reducía las hazañas de cama de su protagonista a un ejercicio pura y estrictamente mecánico. En esa película no hay el menor erotismo, ni por parte del héroe histórico ni tampoco por la de sus amantes. Más aún, hasta podría decirse que las escenas más sensuales son ésas en las que baila y copula con la autómata Rosalía, a la que conoce en aquella perversa y frívola corte de Württemberg por la que cae.
Llevar al cine un texto literario no es fácil, pero lo que hace Fellini con las memorias de Giacomo Casanova, y le cura en salud de cualquier intento fallido, es 'surrealizarlo', 'onirizarlo', 'fellinizarlo'. Con los saltones globos oculares de Sutherland, con esos ojos que el pasado jueves se cerraron para siempre, supo capturar unas miradas insólitas; la última de ellas, la que en esa película dedica a los espectadores inyectada en sangre mientras recuerda a Rosalía, quizá lo más parecido a una mujer que ese ser supo amar en toda su vida. Un robot recordando con nostalgia a otro robot.
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