Javier Mariscal: «Tuve que subir a Azkuna al Domine para que me dejaran hacer la terraza»
El artista diseñó hace casi 25 años el hotel, ahora rebautizado como The Artist, proyecto que recopila un libro titulado 'Mariscal en Bilbao'
Javier Mariscal (Valencia, 1950) cumplió 75 años hace cinco días y pasó este jueves por Bilbao para celebrarlos, con motivo de un libro que recopila ... su obra para el proyecto integral del Domine, ahora rebautizado como The Artist. El diseñador y artista se pasea por los salones del hotel, repletos de pinturas, grabados, bocetos, y todo tipo de objetos diseñados por él mismo hace un cuarto de siglo. Entre llamadas del alcalde –«¿qué tal va el PNV?», nos pregunta– y requerimientos varios, se sienta un rato a conversar con este diario sobre el arte, la creación, la vida, las ciudades… Sobre todo y sobre nada, vamos.
– El vestíbulo del edificio donde se encuentra EL CORREO está presidido por un mural suyo de grandes dimensiones. ¿Lo reconoce?
– ¡Ostras, qué fuerte! [Amplía la foto en el móvil del periodista]. Creo que lo recuerdo, pero no me hagas mucho caso, yo nací estropeado, sin memoria. Me costó mucho aprender a leer y a escribir y todavía no sé sumar. No tengo memoria, pero esto creo que fue un señor que decía que hiciera un cuadro para darle un poco de identidad a un edificio. En esa época me tocaba mucho un pintor de Uruguay, Torres García, que no sé por qué lo he asociado mucho a Bilbao, quizás porque siempre refleja un puerto o una ría. Así que hice una historia pensando en Bilbao o en Buenos Aires, y se nota mi mirada a Torres García ahora cuando lo veo.
– ¿Hay demasiadas creaciones de Mariscal en mundo?
– Este tipo de preguntas no me las hago. Me da igual. Además creo que no, y el mundo es muy grande y, sobre todo, lo que hay es mucha gente muy buena por todas partes.
– Este hotel sí que está lleno de creaciones suyas.
– Sí, claro, porque me lo encargaron y me pidieron que hiciera algo muy personal. No solamente era la arquitectura interior, sino rodearla de ciertas piezas, de esculturas, de pintura, de dibujos…
– Y visto con perspectiva fue un éxito.
– Si este hotel es un éxito, es por la gente que trabaja aquí. En un bar o un restaurante puedes comer muy bien o contemplar una decoración maravillosa, pero si el camarero no es amable no vuelves. Yo por lo menos no vuelvo. Y este hotel funciona porque desde el principio el equipo es muy bueno. Acabo de saluda a una persona que digo, 'coño, si usted está aquí desde el principio'.
– Han pasado ya 23 años, si no me equivoco.
– Sí, cálculo que lo inauguraron cuando tú naciste.
– Se equivoca, yo nací en el 92, el año de Cobi.
– Fíjate.
– ¿Se siente interpelado con el cambio de nombre de Domine a The Artist?
– Uf, mejor déjalo.
– Vale, vale. Lo que es un hecho es que Bilbao estaba por aquel entonces en pleno proceso de reconversión impulsado por el Guggenheim.
– Para mí fue como tener la guinda del pastel. Se hizo primero el Guggenheim y a mí me ayudó mucho el proyecto aquel... ¿Gran Ría, se llamaba?
– Bilbao Ría 2000.
– Sí, eso. Estaba el típico arquitecto municipal que decía 'no, arriba del hotel no se puede hacer nada, solamente aires acondicionados'. Y yo quería una terraza para los desayunos con vistas impresionantes a toda la ría. Entonces, un día pasó por aquí el alcalde y le subí a la obra.
– Azkuna.
– Sí, que era un señor con mucha marcha. Y le dije, 'ostras, ven'. Estábamos de obras, le pusieron un casco y subimos arriba. Y le expliqué: 'si ponemos aquí un bar tú puedes enseñar todo el proyecto de la ría, es un balcón para enseñar la ciudad. 'Para, ya tienes permiso', me contestó. Gracias a este alcalde que lo supo ver, esto está de puta madre. De hecho, vino Frank Gehry y estuvo un cuarto de hora agarrado a la barandilla de la terraza. Se le acercó alguien a ver si le pasaba algo y contestó: 'No, es que es la primera vez que puedo ver mi edificio'.
– ¿La identidad de Bilbao corre el riesgo de diluirse con el turismo masivo?
– Bueno, es lo de siempre. O sea, drogarse puede estar muy bien, y tomarse una cerveza o un whisky también. Pero si te drogas a lo bruto y cada día te cepillas una botella, pues acabas muy mal. Lo que pasa es que cada vez somos más y todo se ha complicado. Nos tenemos que saber organizar mejor y, bueno, nos estamos organizando mejor. Yo en realidad no sé lo que es ir de turista. Entre tú y yo, ¿dónde he ido de turista?
– No me diga que solo ha viajado por trabajo.
– Siempre he viajado por trabajo y he aprovechado para conocer los sitios.
– Toda la gente que se arremolina frente al Guggenheim. ¿Van realmente a conocer el Museo o solo a hacerse 'selfies' con Puppy?
– Pues no lo sé, ni me interesa. Además, tienen todo el derecho a hacer lo que quieran. Pero es verdad que hay que regular y modular un poco las cosas, simplemente para que no haya desastres como el de Venecia. Conocí muy bien la ciudad en el 81, creo, por una novia italiana que tuve y aquella Venecia era una ciudad de discotecas y zonas donde nunca veías turistas. La última vez que fui, vi que muchas familias ya no vivían allí.
– Las habían expulsado.
– Pero bueno, cuidado, las cosas evolucionan y hay que saberse adaptar. Hay que darle vueltas, hay que mejorar todo y siempre vamos mejorando. Siempre.
– Usted ha sabido reflotar tras arruinarse con la pandemia.
– Me he arruinado como tres o cuatro veces, he vivido en la ruina casi toda la vida. Es que nací estropeado y arruinado.
– Pero ha salido adelante.
– Bueno, ahora he podido hacer un estudio muy pequeñito. Somos tres nada más y me he podido ir a vivir al campo. Cuando terminé la película 'Dispararon al pianista' no podía ya de agotamiento y decidí no autoexplotarme más. Bueno, no diré autoexplotarme porque el que me explotó es uno que se llama Fernando Trueba (ríe). Pobrecito, es tan bueno que cuando le digo eso me dice: 'joder, Xavi, no me digas esto, por favor'.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión