La noche sin fin de Ana Laura Aláez
Azkuna Zentroa recoge más de tres décadas de creación de la artista bilbaína en 'Todos los conciertos, todas las noches, todo vacío'
Donde ahora hay muchos, antes ya estaba Ana Laura Aláez (Bilbao, 1964), como si tuviera un radar para situarse en mundos poco visibles, que ... con el tiempo han adquirido una presencia más general. Sin renunciar al acero, sus esculturas se han hecho con materiales textiles, maleables, de connotaciones femeninas, también con púas y clavos incrustados, símbolos de una sexualidad con presencia del placer y del dolor. Sus piezas se desenvuelven por la música y la cultura pop, por la reivindicación de género y por el cuestionamiento de los géneros, por lo inclasificable y lo 'queer', término muy presente en el arte actual y universo que Aláez visita desde hace décadas.
El textil, lo popular y el 'underground', las sexualidades plurales y abiertas: tres espacios de experiencia en los que desde hace más de treinta años se mueve Aláez, hoy asumidos por un inmenso número de creadores. Más de tres décadas de trabajo que se desarrollan en la exposición 'Todos los conciertos, todas las noches, todo vacío', que hasta el 21 de septiembre se puede ver en Azkuna Zentroa, productora de la muestra junto al Centro Dos de Mayo de la Comunidad de Madrid, donde ha estado anteriormente en una versión más reducida.
El director de la Alhóndiga, Fernando Pérez, recordó en la presentación el contexto en que se formó la artista, en el Bilbao de los ochenta, conflictivo de muchas maneras pero también creativo en tantas otras. Su paso por la Facultad de Bellas Artes y por las clases de profesores como Ángel Bados le conectaron la herencia de la escultura vasca, sobre todo de Oteiza, y con la necesidad de superar su rigidez y de abrirse a un mundo de crisis y cambios que nada tenían que ver con el del patriarca. «Introdujo materiales que tradicionalmente se consideraban antiescultóricos y comenzó su crítica a los estereotipos dominantes», resumió.
Por la muestra se distribuyen piezas hechas con ropa interior o con camisetas de grupos de rock, como la que da título a la muestra, gorros, trajes de baño de ganchillo con un logo de superheroína, bragas sostenidas por una estructura metálica interior y chamarras negras de rocker con elementos fálicos salientes, como en 'Cabeza-espiral-agujero-puño-esperma-nudo' (2008), que ha sido adquirida recientemente por el Bellas Artes de Bilbao. Es un ejemplo de la vulnerabilidad y la violencia que transmite parte de la exposición.
La música, la noche como tiempo propio y alejado de las exigencias de la sociedad diurna y funcional, y los vacíos en forma de círculos que se repiten en muchas de sus piezas sintetizan esta propuesta muy golosa para la vista y perturbadora para las neuronas.
La comisaria de la muestra, Bea Espejo, explicó cómo habían dispuesto las obras, de manera que no se entendieran desde la narrativa heroica del artista que evoluciona, mejora y asciende. «La vida no es para nada así de perfecta. Está llena de rupturas, de pasos adelante y atrás». Por eso la distribución de las obras por las salas no sigue una cronología y a partir de una pieza se establecen posibilidades de relación con las de su entorno. Si el visitante se coloca en cualquier lado de la exposición podrá ver disposiciones aleatorias de las esculturas de Aláez que muestran la repetición y las diferencias de sus propuestas,
«Sus piezas siempre ha deambulado entre realidades y ficciones, el cuerpo y sus representaciones, los objetos y el comportamiento frente a ellos. La suya es una mirada alegórica que, más que inventar imágenes las confisca. La exposición habla de un juego de distancias: entre la lengua y el lenguaje, entre la cabeza y los pies, entre lo natural y lo artificial, entre lo pulido y lo turbio», resumió la comisaria.
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