La maraña del cerebro
En los humanos el desarrollo del cerebro es un proceso lento, de hasta 20 años; quizá por eso debamos ser un poco más comprensivos con los adolescentes
¿Se imaginan ustedes una neurona? Probablemente la visualicen tal y como aparecen en la mayor parte de las representaciones didácticas: flotando en una especie ... de vacío interestelar, aislada, apenas conectada a otras por una sutil prolongación donde un destello sugiere la transmisión del impulso nervioso. Nada más lejos de la realidad. El cerebro es una auténtica maraña de conexiones y células de diferentes tipos, donde no hay prácticamente ningún hueco. Si utilizamos un microscopio electrónico, que nos permite ver el cerebro a escala un millón de veces menor que el milímetro, quedaremos asombrados de la sinuosidad y el entrelazamiento entre las neuronas y el resto de células.
Y, sin embargo, esta maraña está altamente estructurada. Como autopistas cerebrales, grandes tractos que contienen las conexiones de las neuronas por las que circula el impulso nervioso dirigen la información de unos centros a otros. La información del mundo exterior va desde los órganos de los sentidos a las regiones del cerebro especializadas en su procesamiento; de ahí, se dirige a los centros superiores donde se realiza la toma de decisiones; y, por fin, la comunicación termina en las regiones cerebrales implicadas en el control motor, que le dirán a los músculos qué tareas tienen que ejecutar. No es baladí la similitud con un ordenador: un teclado que hace de sistema de entrada, una CPU que actúa de centro de integración y unos elementos periféricos (pantalla, impresora) que ejecutan las órdenes dadas.
Entender cómo se genera esta estructura tan compleja a lo largo del desarrollo es uno de los grandes retos de la neurociencia. Es un proceso fascinantemente similar en los humanos y en otros mamíferos, aves, peces e incluso anfibios. En las primeras etapas de vida del embrión, su capa más externa se dobla sobre sí misma formando un tubo, que se pliega y se vuelve a plegar. De las células que tapizan sus paredes se van produciendo en un orden muy preciso y bajo un proceso orquestado genéticamente las neuronas y otras células, que se van conectando unas a otras. Además de la influencia genética, el cerebro en esta etapa es muy susceptible de no desarrollarse correctamente si hay alteraciones ambientales, como sustancias contaminantes, estrés o drogas. También es sensible a influencias beneficiosas, como la educación y las experiencias emocionales positivas. En los humanos el proceso es particularmente largo, hasta bien entrados los 20 años.
Quizá por eso tengamos que ser un poco más comprensivos con nuestros adolescentes: al fin y al cabo, su cerebro todavía está en formación.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión