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«Estuve año y medio escuchando que no tenía nada grave». Y tenía cáncer
Diario contra el cáncer

«Estuve año y medio escuchando que no tenía nada grave». Y tenía cáncer

La periodista Olatz Vázquez, de 26 años, relata en primera persona el calvario sufrido hasta que le detectaron un cáncer gástrico con metástasis abdominal, empeorado por los dos meses que se retrasó el diagnóstico por culpa del coronavirus

Olatz vázquez

Jueves, 3 de septiembre 2020

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La periodista vizcaína Olatz Vázquez, que hace un año relató su lucha contra el cáncer de forma encomiable, ha fallecido este viernes a los 27 años. La joven, que también era fotógrafa, se convirtió en una abanderada de la enfermedad cuando el año pasado decidió contar su experiencia como forma de desahogo y también para denunciar cómo el coronavirus estaba afectando la atención en la Sanidad. Aquí está su relato.

Me llamo Olatz, tengo 26 años y el 9 de junio me diagnosticaron un cáncer gástrico con metástasis abdominal. Estadio IV. Es un enfermedad avanzada que me ha acompañado durante el último año y medio sin ni si quiera yo saberlo. Ni yo, ni las decenas de médicos que visité.

Al principio eran gases, después malas digestiones, quizás dolores menstruales porque, oye, los estaría confundiendo, ¿no? 12 años con la regla cada mes y resulta que soy yo la que confunde dolores menstruales con abdominales... «Será estrés». «¿Periodista? Estás sometida a mucha presión, ya sabes: Madrid, la competencia, las jornadas laborales inacabables... No te preocupes, eres joven y no tienes nada grave».

Estuve un año y medio escuchando que no tenía nada grave mientras dentro de mí vagaba a sus anchas una enfermedad descontrolada. Yo sabía que algo no iba bien. Cada vez me encontraba más cansada. Ya no podía subir ni las escaleras de mi piso de Madrid sin pararme a la mitad. A las ocho de la tarde me metía en la cama, exhausta. Lloraba. Algo no iba bien, pero no sabía el qué.

Harta de idas y venidas en la sanidad pública madrileña, en enero decido que me miren aquí, en Osakidetza. Analítica: un poco de anemia y la B12 baja. «¿Eres vegetariana?» «Sí». «Bueno, será eso». Me recetan hierro y unas ampollas de B12, pero mi cuerpo cada vez responde menos: me costaba vivir, literalmente. Todo era escalar la montaña más alta con 18 kilos de peso a mis espaldas. Ya no puedo trabajar, no puedo con las jornadas laborales, con los viajes, con los vídeos, su edición, su preparación, reuniones. La situación me sobrepasa. Así que decido llamar a mi médico de cabecera: «Necesito cogerme la baja e invertir ese tiempo en saber qué es lo que me pasa». Me la concede. Me traslado a Euskadi. Con una pequeña maleta, porque lo mío no era grave. Pronto volveré a Madrid. «Te voy a dar un volante para una gastroscopia». Leo: ordinario. ¿Ordinario? Después de un año de molestias, ¿ordinario? «Olatz, será una celiaquía o una gastritis; estate tranquila».

«Estuve año y medio escuchando que no tenía nada grave mientras dentro de mí vagaba a sus anchas una enfermedad descontrolada»

Y llega la pandemia. El 14 de marzo se decreta el estado de alarma en España. Los hospitales empiezan a colapsarse, veo en los medios de comunicación que empiezan a aplazarse pruebas, operaciones, consultas. «Me van a llamar», pienso. «Me van a llamar para atrasarme la gastroscopia». Efectivamente. El 20 de marzo suena el teléfono: «Olatz, debido a la alerta sanitaria estamos realizando solo endoscopias de carácter urgente, así que hemos decidido atrasar la tuya al 9 de junio». Hablo con la enfermera. Le pido que, por favor, reconsideren mi caso: que yo no me encuentro bien, que vengo arrastrando síntomas desde hace un año, que he perdido peso, que tengo episodios de febrícula constante, día sí y día también, que estoy preocupada. Me dice que lo va a consultar con el médico especialista y que me llamará. Dos horas más tarde suena el teléfono: «Hola Olatz, hemos revisado tu historial clínico y no te preocupes: tú no tienes nada grave».

Le creo. Es un especialista digestivo; no tengo nada grave. Sin embargo los síntomas se van agravando a lo largo de los meses de pandemia. Acudo a urgencias en dos ocasiones: en una me diagnostican «flojera extrema», en otra, tras una placa, dos ecografías y un TAC, una «enfermedad pélvica inflamatoria». «¿Has mantenido relaciones sexuales de riesgo?», me pregunta el médico. «Ni de riesgo, ni no de riesgo; no he mantenido ningún tipo de relación sexual. Mi pareja vive en otra provincia y estamos confinados», le contesto.

Aun así el diagnóstico es ese y me derivan a ginecología de forma urgente. Ahí me toman cultivos, me hacen una ecografía vaginal y una exploración. «Olatz, no sé lo que tienes pero una enfermedad pélvica inflamatoria no».

Llega el 9 de junio. Acudo a mi cita para realizarme, por fin, la endoscopia. Marco ese día como el final de un año y medio de molestias y de malestar, porque, lo mío era una celiaquía o una gastritis. Pero no. Lo que parecía ser el final se convierte en el comienzo de algo peor.

Despierto de la sedación: me dicen que me llevan a hacer un TAC. Entre los efectos del medicamento no consigo si quiera preguntar para qué. Voy despertando, poco a poco. Un celador me devuelve al área digestiva donde veo a mis padres en la sala de espera llorando. ¿Por qué lloran? No entendía nada. Me piden que me vista y que pase a la consulta del doctor. Algo no va bien. Consigo vestirme y entro en la sala. «¿Quieres que vengan tus padres?». No entiendo esa pregunta, pero le digo que sí. Entran, llorando. Definitivamente algo no va bien. El médico que me había practicado la gastroscopia y la colonoscopia apenas media hora antes me saca una hoja en blanco y empieza a dibujar: «Mira, Olatz, este es tu estómago, y aquí…», dibuja unos círculos, son muchos, «hemos encontrado varias úlceras que no tienen muy buen aspecto». Le pregunto qué quiere decir con que no tienen muy buen aspecto. «Creemos que puede ser algo maligno». Miro a mis padres, vuelvo la mirada a él y le pregunto: «¿Me estás diciendo que tengo cáncer?». «Hay que esperar a los resultados de la biopsia, pero no tiene muy buen aspecto». En ese momento pienso que sigo sedada: que esto es un sueño. No puede ser. «Me dijisteis que yo no tenía nada grave», y baja la mirada.

Me da un volante para Cirugía General para dentro de una semana. Salgo de la consulta: mi madre me coge del brazo, le miro. Mi padre está a mi lado, me mira. Y me caigo al suelo. Grito, lloro. No entiendo nada. «No, no, no, no, por favor, por qué, por qué». Salen corriendo de la consulta el médico y las dos enfermeras que me acompañaron durante la endoscopia. Una de ellas se agacha y me abraza. «Despiértame, por favor, despertadme», le pido. Pero no era un sueño. Mi vida se acaba de derruir como un castillo de naipes.

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