El tren a Carranza va tan lento como hace un siglo
Al deterioro de la vía se suma una incidencia tras otra: trenes que dan media vuelta o que no aparecen, retrasos...
Hace dos meses el tren matutino que venía de Santander y debía terminar su ruta en Bilbao, tras coger a varios viajeros en Carranza, se ... dio la vuelta y volvió a tomar la dirección hacia la capital cántabra. Como no había interventor y no recibían ninguna información sobre el cambio repentino del trayecto, los usuarios, enfadados, aporrearon la puerta del maquinista para perdirle explicaciones. Este acabó deteniendo el tren y no le quedó otra que dar marcha atrás para llevarles otra vez a Carranza.
Este rocambolesco episodio, que pasó prácticamente desapercibido al tratarse de una línea ferroviaria con poca repercusión, es el enésimo de una larga lista de incidencias que suceden desde hace años en la conexión de FEVE Santander-Bilbao. Eso de que el tren no espera y de que es siempre puntual, en el de Carranza en particular... no. Allí es habitual que se presente veinte minutos tarde o que no aparezca sin previo aviso y se sustituya por un autobús. Es típico que se detenga en Aranguren porque la jornada del conductor ha terminado y, como no hay un relevo previsto, los viajeros se tengan que apañar. No es raro que no haya interventores, que no funcionen los tornos ni las máquinas expendedoras, que en las estaciones no haya nadie en taquilla para atender, que caiga agua del aire acondicionado...
Tarda tanto como en 1910
Los viajeros cuentan por decenas las incidencias que sufren y se quejan del continuo empeoramiento del servicio. Para empezar, de lo lento que va, al parecer, por el precario estado de la vía; a 27 kilómetros por hora de promedio e incluso a 10 en algunos tramos. Hoy por hoy el tren tarda entre Carranza y Bilbao entre 71 y 81 minutos, que es el mismo tiempo que empleaba en 1910, hace más de un siglo, y más de los 58 que tardaba en 2002. Eso, el día que salen los trenes, porque el 29 de septiembre, otro ejemplo, el de la una desde Bilbao no salió y santas pascuas. Con este panorama, cada vez más asiduos se apean de este enlace tan necesario para quienes lo usan «como tren de Cercanías porque no tienen coche o porque no quieren depender de nadie para desplazarse», explica Raúl Palacio, alcalde del municipio encartado.
Renfe dejó hace años de contabilizar los viajeros que usan la línea Bilbao-Santander. La última estadística oficial es de 2012. Se hablaba de un 17% de ocupación media entre las dos capitales. En 100 butacas eso son 17 asientos. Antes de la primavera de 2020, cuando para más inri la pandemia del coronavirus dejó a Carranza con un solo tren al día en lugar de los tres habituales, era un 6,5%. Eso son cinco o seis personas en un tren de dos coches.
Cuando EL CORREO se subió el miércoles al tren de la una del mediodía en la estación de La Concordia había cinco personas sentadas, dos más desde Sodupe. Sí había interventor. En el trayecto de vuelta, a las 15.47 horas, venía el mismo comprobando que los usuarios llevaban billete y había seis viajeros.
Solo hace falta un viaje para cerciorarse de la situación en la que se encuentra la línea. La necesidad de inversión, las estaciones fantasma, lo aislado que se siente al viajar y, también es verdad, el atractivo y potencial que posee esta conexión. El santanderino José Ignacio Terán de las Cuevas, chófer de profesión, ha llevado un vehículo a arreglar a Bilbao y vuelve en tren a casa porque «del autobús estoy hasta el gorro». «El viaje dura tres horas casi, esto es como en tiempos de Atapuerca, la vía está bastante mal, pero yo voy relajado y hasta me quedo dormido», asegura. Cerca de él, Ladislao Gómez, 18 años, es un valiente que coge el tren todos los días a su paso por Carranza, su localidad natal, a las 6.38 de la mañana. «Estudio Ingeniería Náutica en Portugalete. Procuro coger el de la una para volver, pero si tengo seminarios, primero voy hasta Zalla, espero hora y media y allí cojo el que pasa a las cinco. Esperar hasta el que sale de Bilbao a las siete y media sería peor», indica. Si todo falla, su padre le lleva y le trae.
Dos horas de espera
María José Sáinz, natural de Gibaja, lleva tres décadas subiendo a este tren para ir a trabajar a Las Arenas. «De niña iba a Lejona a visitar a la familia de mi padre e iba más rápido, no sé qué leches pasa. También veo que anda bajando tardísimo a Carranza. ¿Por qué yo, que tendría que llegar a las nueve menos diez a casa, sigo a las nueve y media en el tren?», se queja. Andrés Santamaría, de 74 años, dice que de niño quería ser maquinista y aunque acabó siendo calderero mantengo esa «pasión». «Hoy quería hacer una aventura, pero si tuviera que venir por trabajo a Bilbao cogería el autobús, porque en una hora estás y el billete vale cinco euros menos», informa.
14.17 horas. Al llegar a Carranza, Izaskun Elechiguerra, del Bar Urbieta, ubicado frente al apeadero, explica que «aquí lo vemos todos los días». «Si están media hora esperando o incluso hasta dos horas, al final muchos se hartan. Siempre hay algún problema, si no es en el de la mañana, es en el de la tarde. El otro día eran las diez y media de la noche y llegaba un taxi con dos chicos y sus bicicletas a los que el tren les dejó colgados», revela. «Luego reclamas, pero en el momento te tienes que buscar la vida. Y por no hablar de los rollos que se montan con los perros. A los que traen mascota, cuando el servicio se para y ponen autobús, no les dejan subir con ella. Ha tenido que intervenir hasta la Ertzaintza», continúa.
Aurora Etxebarria, de Marrón, y María Asunción González, de Limpias, están en el trayecto de vuelta. La primera va al médico a Bilbao y la segunda a un ensayo con la Coral de Iralabarri. «Desde que quitaron trenes por la pandemia, hay quien ya no sabe ni a qué hora hay tren», avanza Aurora, que «no ve normal que chavales de Ampuero y Carranza tengan que coger piso en Bilbao, con lo que eso cuesta, cuando están estudiando porque no puedes fiarte del tren. ¡Que estamos a 50 kilómetros, no a 1.000!», exclama. «Esto es así. Estás esperando y ves que no viene y que no viene, hasta que igual llega un autobús. Pero yo prefiero el tren por comodidad», habla Mª Asunción.
LAS FRASES
José Ignacio Terán de las Cuevas | 46 años, Santander
«El viaje hasta Santander dura casi tres horas, como en tiempos de Atapuerca, pero voy relajado»
María José Sáinz | 53 años, Gibaja
«De niña, cuando íbamos hasta Lejona, iba más rápido, no sé qué leches pasa ahora»
Ladislao Gómez | 18 años, Carranza
«Cojo el de las 6.38 de la mañana para ir a estudiar a Portugalete. Si falla, recurro a mi padre»
Aurora Etxebarria | 73 años, Marrón
«Desde que quitaron servicios por la pandemia, hay quien ya no sabe si hay trenes otra vez»
Mª Asunción González | 67 años, Limpias
«Pasan las horas y ves que no viene y no viene y que al final te pasa a recoger un autobús»
«Hace unos años iba lleno, recuerdo ir sentada en el suelo»
La Plataforma en Defensa del Tren Santander-Bilbao nació hace poco más de un año «para reivindicar el derecho a contar con un servicio público que nos garantice poder desplazarnos dignamente», subraya la carranzana Erika García, su portavoz en Bizkaia. «Recuerdo que cuando yo iba a estudiar a Bilbao iba lleno, hasta el punto de que tenía que ir sentada en el suelo», recuerda. «Pero ahora la gente ha dejado de utilizarlo porque ni funciona bien ni es fiable». «Hay un tren que sale de Santander a Marrón a las diez de la noche, ese interesaría a muchos usuarios de la zona de Carranza, seguro», indica Gómez.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión