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Sus nombres no aparecen en los libros de historia, pero sí en ese caudal de preciados recuerdos que atesora el pueblo gitano, enemigo del olvido. La asociación Sim Romi ha inaugurado este miércoles en la Casa de Cultura de Cruces una exposición titulada 'Ellas', en la que reconoce y homenajea a seis figuras que son referentes para las mujeres gitanas de Bizkaia, porque con su actitud y sus vidas rompieron los lazos a veces asfixiantes de la costumbre e impulsaron la modernización de la comunidad, sin renunciar a su herencia cultural. «Han cambiado nuestra historia: han transmitido el cambio y en muchas familias han sido pioneras en abrir la mentalidad. Eran feministas antes del feminismo, porque trabajaban fuera de casa: cosían, vendían, fabricaban cestas de mimbre y las cambiaban por alubias o lentejas... Eran dueñas de su propia economía», resume Keila Vizarraga, coordinadora de Sim Romi.
A cada una de las seis le han dedicado un panel, rodeado de objetos que remiten a sus biografías personales y también a la historia colectiva de las gitanas vizcaínas. Ahí está, por ejemplo, la tía Antonia, que vivía en el barrio de San Francisco y organizaba reuniones solo de mujeres para predicar el Evangelio: ahí asoma la 'phenjalipen', la sororidad en romaní. Antonia era analfabeta, pero se alió con una amiga también gitana, Yolanda, que había podido ir un poco al colegio, para confeccionar lo que Keila llama «los primeros 'powerpoint'», unos gráficos sobre tela que ilustraban y explicaban pasajes bíblicos. En la muestra se incluyen dos de sus originales, ambos sobre mujeres de la historia sagrada (Débora, Tamar, Ester, Rahab...), con una ortografía vacilante que da cuenta de su empeño.
A su lado está el rincón dedicado a la tía Herminia, orgullosa vecina de Iturribide: «Fue autodidacta y una de nuestras primeras emprendedoras. Para no depender de su marido hacía faldas, usando una cuerda como metro, y las vendía a las vecinas o en las Siete Calles. Creó un grupo de mujeres a las que instruyó: les enseñó que podían ganarse la vida sin un hombre», relata Keila. El rey Felipe VI posee un pañuelo de lunares confeccionado por Herminia, que le entregaron hace tres décadas en un congreso gitano, y aquí hay otro, acompañando a su retrato. La siguiente es la tía Pololo, que en realidad se llama María y todavía vive, en Ortuella, aunque la estirpe se ha movido por distintos puntos de Bizkaia: de hecho, ella es nieta de una de las gitanas que sobrevivieron al bombardeo de Gernika. Su familia fue una de las primeras que se afincaron en Euskadi, y se comunicaban en erromintxela, el romaní euskerizado. «Siempre se habla del patriarcado en el pueblo gitano, pero los vascos somos matriarcales: las mayores llevan bastón y mantienen la fuerza de los aldeanos. Y, como signo distintivo, su delantal siempre era azul marino», instruye la coordinadora de Sim Romi. Dos hijas de la tía Pololo se sacan fotos frente a su sección...
–¿Qué les ha enseñado su madre?
–Ella es muy valiente y luchadora –responde Justi– y, aparte de eso, nos ha enseñado humildad y respeto.
De la tía Carmina es mejor que hable directamente Keila, porque se trata de su abuela: «Nunca fue al colegio, no sabía leer ni escribir, pero siempre nos inculcó que teníamos que estudiar para no pasar lo que ella pasó. Diecisiete nietos tiene, todos con estudios o empleos fuera del mercadillo. De mayor yo le enseñé a leer y a escribir un poco», se emociona. Junto a la foto de Carmina, hay un mensaje escrito trabajosamente por ella misma y firmado con tres palos: «En esta vida leer y escribir os abrirá muchos caminos». Carmina también vive, pero está de luto desde la muerte de su marido, y su nieta cita eso como ejemplo de los campos en los que las mujeres son motor de modernidad: «Cuando murió mi abuelo, ella no quería que el resto de la familia nos pusiésemos luto».
En una línea similar, la tía Chela se empeñó en que sus descendientes avanzasen, sin romper por ello ese delicado equilibrio con la tradición. Era cestera, y no dejaba de trabajar pese a tener las manos hechas polvo. Su nieta, la poeta Victoria Giménez, recitó en la inauguración de la muestra: «Quiero que me quieran como soy, con mi cara morena, con mi melena negra, con mis pendientes largos o el rojo de mis labios. Quiero hacerme vieja a mi manera, no quiero que por hacer lo que otros quieran me llamen buena cuando muera», dice el poema de Victoria, titulado 'No quiero dejar de ser gitana'.
La lista se cierra con la tía Chata: «Siendo muy mayor, viajó en avión sin su marido, con otras mujeres, al primer Congreso de Mujeres Gitanas. Y le encantó volar». Hoy una de sus nietas es azafata. «Cada panel es una lección de vida –elogió la alcaldesa de Barakaldo, Amaia del Campo–. Ser mujer feminista gitana no es nada fácil. En esa época, no existía el término 'empoderamiento', pero sí el espíritu, y ellas eran pioneras». En representación de la Diputación, la técnica Ane Ortiz se refirió a 'Ellas' como «algo más que una simple exposición: es un acto de justicia y reivindicación».
–Keila, ¿resulta muy difícil modernizarse sin romper amarras con la cultura gitana?
–A veces sí, pero porque existe miedo. Nosotras, las jóvenes, no, pero muchas mayores temen que se pierda la esencia. En realidad, se potencia: los estudios son la herramienta para abrir la puerta al futuro, y lo han ido entendiendo y hoy son ellas sobre todo las que luchan.
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