Patricia | Superviviente de explotación sexual

«Si te portabas mal, te violaban durante horas entre todos los que llevaban el negocio»

irene madrera

Sábado, 11 de junio 2022, 01:31

Patricia, de origen rumano, aterrizó en Euskadi con su madre cuando tenía 8 años. Con 17 comenzó a ejercer la prostitución, en otra comunidad autónoma, ... para paliar las «penurias» económicas que vivían. Ella pensaba que conseguiría «dinero rápido y fácil», que lograría independencia y que podría ayudar a su progenitora. Pero, reconoce, se metió en «la boca del lobo». Patricia suspira. Recuerda sus inicios, por su cuenta, unos meses que, dentro de la dureza de la prostitución, «fueron buenos». Hasta que apareció Darko, un chico de «apariencia amable y muy cariñoso» que trabajaba en un burdel. Ella, aunque residía aquí, cayó en la táctica del 'lover boy', habitual en el caso de las víctimas rumanas de trata, a las que un joven enamora en su país de origen y, cuando llegan a España, las obliga a prostituirse. Se rindió a sus pies y pensaba que el amor era recíproco, así que comenzó a trabajar en el mismo negocio que su proxeneta.

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En cuanto llegó al club, su actitud cambió. «Era una más. No me respetaba, se dirigía a mí de malas maneras. Intenté dejarlo, pero me agredió y amenazó con destrozar a mi madre y a mi familia de Rumanía», recuerda. Ella, ahora con 32 años y cuatro de libertad, tenía «miedo» y dejó de oponer resistencia. A la que se rebelaba, la pegaban «entre tres», mientras que al resto de las chicas las colocaban «en un círculo alrededor mirando». Ese era el mejor de los castigos. Otras veces, «si te portabas mal, te violaban durante horas entre todos los que llevaban el negocio». Los malos tratos y humillaciones eran constantes. Un día que no sacó «lo suficiente» la forzaron a comerse «cuatro billetes de cincuenta euros partidos en trozos».

«Una redada me salvó la vida, pero las secuelas estarán conmigo»

Ella se evadía, se puso una coraza para ser «insensible», y aceptaba «como normales las situaciones más brutales». Era, dice, «otro día más», en el que hacían «como si no hubiera sucedido nada». Estuvo años «sin soltar una lágrima». Cumplía, y no protestaba cuando la obligaban «a trabajar a cualquier hora». «Creo que estuve años sin dormir más de dos horas seguidas». Y en esas dos horas no se atrevía a cerrar los ojos, porque le asaltaban «las pesadillas».

Hasta que la Policía irrumpió en el local. «No sé cuánto hubiera podido seguir así. Una redada me salvó la vida y con 28 años pude salir de ese infierno, pero las secuelas estarán siempre conmigo». También el miedo. Camina «intranquila» por si alguien la «reconoce» y la arrastra de nuevo a «esa cárcel». El proceso para recuperarse está siendo duro, con largas horas de psicoterapia. Y tiene claro que es afortunada, que consiguió salir porque contó «con apoyos», con su madre. Muchas de sus compañeras «continúan igual que el primer día que vimos el sol», con la vida «destrozada».

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