Zazpi, la mascota de Efrén Vázquez: «Nos tiene a todos supercontrolados»
El piloto decidió que la perrita que adoptaron llevara por nombre el número de la moto con la que competía
Efrén Vázquez contemplaba la posibilidad de tener perro como «un lío más», casi incompatible con la vida motorizada de una familia pendiente de entrenamientos y competiciones. Pero su esposa, Ángela Vilariño, creció con perros al lado, como aquel mítico pastor alemán que su padre se encontró en Jaizkibel y bautizó como Jaizki, y un día de hace cuatro años no pudo resistir la tentación y apareció con una pequeña sorpresa. Pequeñísima, en realidad, ya que la cachorrita que acababa de adoptar en San Sebastián era un ser minúsculo. «Parecía un ratón, ¡se metía en las zapatillas de casa! Yo tenía un peluche del gato Isidoro que me regaló mi abuelo y era del mismo tamaño. Y venía llena de pulgas», recuerda Efrén. Al piloto bilbaíno no le quedó más remedio que aceptar al nuevo miembro de la familia, pero al menos impuso su criterio en la delicada cuestión del bautismo: «Querían llamarla Jackie, pero le pusimos Zazpi, por el número de moto que he llevado yo».
Por supuesto, hoy se declara «encantado» de tener cerca a la perra, un poquitín más grande que entonces. «No sé si los animales adoptados son más listos, o más agradecidos, pero la nuestra me tiene alucinado, parece que te entiende. Le puede el contacto con los seres humanos: tiene que estar siempre pegada a ti. Ahora está en casa un piloto con el que no tiene trato habitual, pero le da igual, también a él se le pega. Con los de su especie no parece gustarle tanto: se acerca, los huele y prefiere seguir a su rollo. A nosotros nos tiene a todos supercontrolados», describe. En su calle de Irún hay un montón de perros y se suelen llevar todos muy bien, pero a Efrén no se le olvida aquella vez que a Zazpi no le gustó cómo había ladrado uno de ellos a Aitana, la hija de la pareja: «La perra se puso como loca, con una cara de mala... ¡Si parece una chincheta!».
Cazar lagartijas
A lo mejor ni siquiera haría falta especificarlo, pero a Zazpi no le asusta el rugido de los motores, esa jauría de coches, motos y karts junto a la que ha crecido. Está acostumbrada al estruendo de las carreras y al circuito de la familia en Olaberria. «Allí se vuelve loca, pero no por el ruido, sino por las lagartijas, las ovejas... Es supercazadora, puede quedarse toda la mañana en una esquina esperando a las lagartijas. En la playa, si estamos dos horas, se tira una hora y cincuenta minutos cazando cangrejos. Y eso que la playa le alucina: la sueltas y no ves a la perra, solo la arena que levanta. Pero cazar es su obsesión». Zazpi también exhibe a menudo esa vertiente un poco tragicómica de tantos perros pequeños: Efrén cuenta cómo, en invierno, le crece un pelo alborotado que la hace parecer una vagabunda, o esa manía enternecedora de meterse dentro de las maletas cuando preparan un viaje, como para asegurarse de que la van a llevar.
Sus anécdotas se incorporarán al abundante acervo de historias caninas de la familia Vilariño, que siempre ha sabido cultivar la mitología de sus perros. El propio Efrén evoca aquella vez que Colin, un pastor alemán al que habían amputado una pata, se cayó a la piscina de la casa de al lado y fue rescatado por la vecina, que tuvo que zambullirse completamente vestida. También traza un rápido perfil del singular Toto, un perro de raza indefinida que su suegro, Andrés Vilariño, se trajo de Portugal. «Es pelirrojo y callejero de verdad, porque sobrevivía con lo que le iba dando la gente. En cuanto puede, se escapa de casa y en dos o tres días no sabes nada del perro. Después, alguna vez nos ha aparecido oliendo a pescado».
Zazpi
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Raza: no está clara, quizá mezcla de chihuahua y Yorkshire terrier.
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Edad: 4 años.
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Peso: 4,5 kilos.
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Carácter: avispada, muy apegada a los seres humanos y un poco sobreprotectora.