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Toru Anzai.

La nostalgia de Toru Anzai, el guardabosques de Fukushima

Cinco años después del accidente nuclear, 70.000 japoneses viven aún desplazados en barracones mientras los sacos con tierra contaminada se apilan por cunetas y campos en más de 100.000 emplazamientos diferentes

José Mari Reviriego

Jueves, 5 de mayo 2016, 00:59

Toru Anzai, de 60 años, es uno de los 70.000 japoneses que siguen aún viviendo en barracones y casas prefabricadas, desplazados de sus hogares tras el accidente nuclear de Fukushima. Cinco años después de aquella catástrofe, provocada por el impacto de un tsunami contra una vieja central atómica situada al borde del mar en la costa oriental de la isla, Anzai se tiene que arreglar hoy en doce metros cuadrados, una superficie equivalente a siete tatamis. Lejos de casa y, de momento, sin posibilidades de regresar, todo es nostalgia.

En su pueblo, situado en una zona boscosa de la comarca de Iiate, a unos 40 kilómetros en línea recta de la planta, trabajaba de guardabosques. Al vivir en la montaña, se sabía seguro. Pensaba que el maremoto desatado tras el terremoto de aquel 11 de marzo de 2011 no le iba a alcanzar. Pero también él tuvo que escapar para intentar librarse del escape radiactivo, el más grave desde el incendio en el reactor de Chernóbil en 1986. Ahora sobrevive realojado en un campamento con 700 euros al mes, una renta tirando a baja para el nivel de vida de Japón.

No puede regresar todavía porque el bosque, su bosque, está contaminado y eso le obligará a aplazar sus planes de dedicarse a la agricultura. Las partículas de cesio se desplazan con facilidad entre la hojarasca por el efecto del viento y la lluvia, avierten los expertos. Anzai está triste. «Me faltan las pruebas, pero mi salud se ha degradado más en estos últimos cinco años que en los anteriores 55», confiesa. Le acaban de detectar un tumor, aunque no se atreve a vincularlo directamente con los efectos del accidente nuclear.

Greenpeace ha sacado a la luz el relato de Toru Anzai como un reflejo de las consecuencias de la catástrofe de Fukushima, de su impacto en personas con nombres y apellidos, y de la necesidad de dar una vuelta al sistema de producción para invertir en energías renovables. La asociación ecologista, que estos días ha traído a España el testimonio de Svitlana Shmagailo, testigo del accidente de Chernóbil cuando se cumplen treinta años de aquel escape, repasa la situación creada en Japón cinco años después de un incidente que sobresaltó al mundo. El Gobierno japonés ha movilizado a miles de operarios para trabajar en labores de descontaminación, con el fin de que las miles de personas que aún siguen desplazadas puedan volver a sus hogares a partir de 2017.

Estos planes son absolutamente vitales, pero «caros» también, según describe Greenpeace en el último número de su revista. Y eso para un país como Japón, considerado toda una potencia mundial. Mayores dificultades ha encontrado Ucrania para intentar protegerse de las amenazas latentes de Chernóbil. Se ha visto obligado a pedir ayuda exterior para financiar la construcción de un segundo sarcófago, cuyo presupuesto se dispara hasta los 2.150 millones de euros. El nuevo armazón cubrirá la central para evitar la fuga de radiactividad en el futuro.

Los equipos de limpieza de Fukushima se afanan en la tarea de retirar la capa superficial de tierra de los márgenes de las carreteras y caminos, y de los 20 primeros metros alrededor de las casas. Toda esa brutal cantidad de tierra (se estima que ya se han retirado nueve millones de metros cúbicos) se almacena en grandes sacos negros, apilados en interminables hileras, según el relato realizado por Greenpeace tras visitar la zona cero. Las autoridades japonesas aún deben decidir su destino. De momento, los han distribuido por cunetas y campos abandonados en más de 114.000 emplazamientos diferentes. Toda la región de Fukushima es «un auténtico cementerio nuclear», avisa el grupo ecologista.

Toru Anzai está en la lista de los afectados que deberían volver a su pueblo el próximo año, aunque no las tiene todas consigo. Él quiere, pero las secuelas de la contaminación persisten. «Cuando vinieron a decirnos que teníamos que abandonar nuestras casas nos advirtieron que no podíamos llevar mucho equipaje, por eso dejé casi todas mis pertenencias y con ellas mis recuerdos y buena parte de mi pasado», confiesa.

Los efectos del desastre no serán fáciles de eliminar a corto plazo, como ya ha reconocido el propio Shinzo Abe, primer ministro japonés: «Hay un montón de problemas, entre ellos el agua contaminada, el desmantelamiento, las indemnizaciones y la contaminación. Cuando pienso en las víctimas que aún viven en difíciles condiciones de evacuación, no creo que podamos utilizar la palabra 'solucionado' para describir la situación de la central de Fukushima».

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