Leonardo di Caprio en el papel del especulador Jordan Belfort, en la película 'El lobo de Wall Street'.

Leer sobre Economía es divertido

Conozca la 'ciencia lúgubre' a través del caradura Voltaire, que no aguantaba a Rousseau; de John Smith y Pocahontas, del despistado Adam Smith, del Marx autoritario, del 'bon vivant' Schumpeter...

Javier Muñoz

Domingo, 6 de marzo 2016, 02:19

Los libros de economía, filosofía y política suelen ser recibidos por el gran público entre bostezos, aunque de vez en cuando aparece uno escrito con vocación de best-seller. Si un profesor de Bachillerato busca para sus alumnos algo sencillo, ágil e inteligente sobre la historia de la Economía, algo que no les quite las ganas de volver a leer un ensayo, ese texto acaba de publicarse y además es barato. Se trata de 'Mr. Smith y el paraíso. La invención del bienestar' (Ed. Acantilado). Su autor, Georg von Wallwitz, es un gestor de fondos de inversión que publicó en la misma editorial 'Ulises y la comadreja. Una simpática introducción a los mercados financieros'. Ahora se ha entrometido en esa presunta disciplina académica que los expertos llaman Economía, y lo ha hecho en 236 páginas magníficamente escritas, plenas de erudición histórica, de ejemplos literarios bien traídos, de rigor e ironía.

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A Von Wallwitz no se le ha ocurrido otra cosa que sostener con la habilidad de un guionista de cine que la 'ciencia lúgubre', como llaman algunos a la Economía, fue hija del azar; la consecuencia inesperada de una paliza que le propinaron a Voltaire por orden de un noble cabreado; de un señor que contrató a un grupo de matones porque le molestó la repuesta mordaz del pensador francés a una pregunta suya.

En descargo del apaleado hay que decir que la pregunta que le hicieron (¿cuál era su nombre auténtico?) aludía sibilinamente a su condición social (el apellido original de Voltaire era Arouet). Pero el escritor, además de brillante, era mal encajador y la contestación que dio («Lo que importa es el honor», dijo) le salió cara. No sólo lo molieron a palos de forma ignominiosa (el aristócrata interpelado presenció el apaleamiento desde un carruaje, pidiendo que no le golpearan en la cabeza). Ningún noble, ni siquiera los que lo recibían en sus salones, movió un dedo por Voltaire. El silencio elocuente de la aristocracia dejó claro cuál era el lugar que le habían reservado en aquella sociedad estratificada; el de los advenedizos, una constatación que incendió tanto a Voltaire que ardió en deseos de batirse en duelo con su agresor.

Fue un craso error, porque por culpa de esa idea volvió a dar con sus huesos en prisión. La primera vez lo habían encerrado por algo que escribió, pero en esta ocasión se trataba de su orgullo y sólo permaneció recluido unas semanas. En cuanto pudo buscó mejor suerte, exiliándose a Inglaterra en 1726. Por desgracia, si creía que las costas iban a cambiar con la mudanza, se equivocó. El banco inglés donde tenía unas órdenes de pago para canjearlas por dinero quebró y le dejó sin medios para subsistir (todo era así de simple en aquella época). Durante una temporada vivió a expensas de un negociante local y, según relata Von Wallwitz, la experiencia lo transformó.

Una visión racional

Voltaire, el ilustrado, tuvo una visión. Una visión laica y racional, por supuesto. El país que lo había acogido, la Inglaterra que unas décadas antes había experimentado la Revolución Gloriosa y la entronización de un rey originario de Holanda, donde inventaron la Bolsa y las burbujas financieras, le pareció al escritor un lugar moderno y dinámico. Bastante más moderno que Francia, el reino que se arrastraba bajo el peso de su decadencia por culpa de la nobleza corrupta que despreciaba a los emprendedores y de la Iglesia hipócrita. Al otro lado del canal de La Mancha, los ingleses iban lanzados como un proyectil a la prosperidad gracias a protoburgueses que hacían negocios aprovechando la paz social que la tolerancia religiosa había traído consigo.

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El crisol donde se fundía el espíritu inglés que tanto gustó a Voltaire era la Bolsa de Londres; un teatro donde actores de procedencias diversas llegaban a tratos civilizadamente a fin de acumular dinero, en vez de atacarse fanáticamente, como había ocurrido antaño a causa de la religión. En Inglaterra no había una, ni dos, ni tres confesiones, sino decenas de sectas, lo que obligaba a todo el mundo a andar con tiento con las creencias de los demás (también debió de ayudar que desde el siglo XVII los grupos más extremistas se habían ido a Norteamérica, donde aún encontramos vestigios de su obstinación y estrechez de miras). En el entorno propicio de la Bolsa, Voltaire comprobó que uno podía forrarse, demostrando su falta de escrúpulos. No le fue nada mal. A los tres años de llegar a Inglaterra volvió a cambiar de aires, pero ya sin problemas económicos y levantado suspiros de alivio a su alrededor, permaneciendo siempre atento a las vibraciones que llegaban de París.

Voltaire debía de ser un pájaro de cuidado con el dinero. A veces sus manejos le salieron mal, como cuando se metió en asuntos oscuros con la deuda de Sajonia y tuvo que marcharse de Prusia por piernas. Dejando esas minucias aparte, lo importante es que hizo algo crucial para la historia del pensamiento. Puso su experiencia inglesa por escrito y el resultado lo tituló 'Cartas filosóficas'. La importancia de esas páginas reside en que el autor agarró la idea del paraíso con el que los hombres soñaban y la desplazó bruscamente desde el ámbito espiritual donde orbitaba desde hacía siglos al terrenal. Ese paraíso consistía poseer y acumular cosas aquí y ahora para vivir mejor. Fue así, dice Georg won Wallwitz, como nació la Economía (y como los pobres empezaron a estar moralmente mal vistos).

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¿Es malo ganar mucho dinero?

Llegados a ese punto, por el libro de von Wallwitz comienzan a transitar los personajes de una curiosa tragicomedia filosófica y política, un libreto sobre la búsqueda del bienestar que Voltaire había redefinido en términos materiales y políticos. Para empezar, el ensayo da un salto atrás en el tiempo, a la colonia de Jamestown, la de John Smith y Pocahontas. Un enclave de Norteamérica que a comienzos del XVII quiso vivir a costa de los indios y sólo salió adelante cuando a los colonos les dieron incentivos para trabajar y derecho a voto. A continuación asoma otro Smith despistado, un escocés que salía de casa sin darse cuenta que todavía estaba en pijama, cuyo nombre de pila era Adam. Su mundo fantástico estaba poblado por pequeños empresarios laboriosos y honrados, y no podía soportar las sociedades por acciones.

Aparece luego Rousseau, al que Voltaire no aguantaba porque no le entraba en la cabeza que alguien considerara seriamente que era malo ganar mucho dinero y pasar por encima de los demás, aunque fuese a codazos. No faltan a la cita David Ricardo y Marx, dos pensadores tal para cual, de los que lo mejor que se puede decir es que por fortuna no los hicieron caso en Estados Unidos en los siglos XVIII y XIX, cuando ese recién nacido país trató de industrializarse; ni tampoco los tienen en cuenta en la China actual, tan ocupada en su tortuosa transición al capitalismo. De Marx se puede afirmar también que era metódico y autoritario bastante antes que Lenin.

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Merecen un aparte en el libro de Von Wallwitz el anarquista Bakunin, que acabó con varias penas de muerte encima, sin dientes y reconociendo que es inútil querer lo imposible; y Keynes, que observó que las reacciones psicólogicas influyen en la economía más que la sensatez (conocía bien la Bolsa y tenía sentido de la historia). El ensayo se acerca a su final con Schumpeter, uno de los miles y miles de austriacos que conocieron la Primera Guerra Mundial y las penurias posteriores (Hayek, etc.); sólo que a él esas desgracias le afectaron menos, pues hacía ostentación de su riqueza entre los vieneses arruinados. Era un 'bon vivant' ambicioso que daba clases a sus alumnos ataviado con ropa de montar y una fusta. Ello no impidió que fuese ministro de Economía en un Gobierno socialdemócrata de su país formado tras la contienda. Mujeriego desde joven, se arruinó como banquero de inversión, aunque al principio creyó que había triunfado.

Todos esos pensadores y unos cuantos más pululan por el libro de Von Wallwitz, dando vueltas y vueltas alrededor del concepto de bienestar, que es la clave de bóveda de la democracia, el centro de los acalorados debates de la política actual. Von Wallwitz describe el meollo de ese asunto a la perfección: «El bienestar goza de una excelente salud y podemos descartar que vaya a desaparecer. Eso sí, parece que tendremos que seguir discutiendo en qué consiste».

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