«En mi primer show lo pasé tan mal que salí corriendo»
Álex Rodríguez tiene 36 años y lleva 13 ejerciendo de stripper: «Te da para vivir, pero la gente piensa que estamos forrados y no es así»
Hizkuntze Zarandona
Sábado, 7 de noviembre 2015, 02:43
Se llama Álex Rodríguez, pero en los lugares donde trabaja le conocen como Marcus. Su currículo es su cuerpo. A sus 36 años se gana ... el pan exhibiendo su espectacular anatomía ante los hombres y mujeres que solicitan sus servicios. Es stripper. Lleva 13 años quitándose la ropa, un trabajo en el que empezó, paradojas de la vida, casi por sorpresa. «Siempre decía que me gustaría probar este mundillo, pero nunca me decidía a dar el paso. Un día, una amiga me apuntó en una agencia y les habló de mí. Yo no sabía nada», relata. Y le llamaron.
Su debut fue en un restaurante de Bilbao. A pesar de todo lo que ha llovido, lo recuerda como si fuese ayer. Y es que, aunque a priori el hecho de desnudarse delante de gente pueda parecer sencillo, en realidad no es tarea fácil. «Fue horrible. Me quedé en blanco. No sabía qué hacer. Lo pasé tan mal que no me quité ni la chaqueta y salí corriendo», describe todavía con angustia. Pero, ¿no hubo ensayos? «Por muy ensayado que lo lleves todo no sirve de nada. Creo que en este oficio es mejor improvisar».
Esa primera toma de contacto le frenó las ganas de continuar en el negocio. Le daba vértigo volver a enfrentarse a un público y fracasar. «Desde la agencia me animaban a que lo volviese a intentar pero tenía miedo», reconoce. Aunque sabía que tarde o temprano iba a tener que plantarle cara a sus temores. «Un día, un compañero se puso malo y no me quedó otra que sustituirle. El espectáculo salió mal, pero salió. Lo acabé y cobré. Y lo más importante, superé mi miedo». A día de hoy nada queda ya de ese recelo. Es un profesional que domina el arte del desnudo y las técnicas de seducción. Pero a pesar de ser un experto del coqueteo, quiere desterrar el perfil de chulo y descarado, que mucha gente tiene de los strippers. «Yo me considero una persona amable, buena No voy por la vida riéndome de nadie y diciendo aquí estoy yo», dice con absoluta sinceridad.
Está acostumbrado a que las chicas le griten y piropeen, pero él no se lo toma en serio. No se siente el rey de nada. «Soy un simple stripper. No considero que les guste a todas. Si fuese Brad Pitt, entiendo que las chicas se pongan como locas; pero no es mi caso. Yo me siento bien cuando veo que les ha gustado el espectáculo, que se han quedado contentas y se han divertido», apunta con humildad. ¿Y cómo actúan las mujeres vascas? «Es falso que las mujeres vascas seais más cerradas. Ante un show, las chicas hacen piña y se desatan. Normalmente me respetan, aunque sí es cierto que alguna ha llegado a romperme la ropa».
Álex vive en Leioa con sus padres y, por el momento, no ve opciones de independizarse. «Esta profesión te da para vivir, te sacas un sueldo, pero va por temporadas. La gente se piensa que estamos forrados y no es así». Trabaja los sábados y algunos viernes. Su jornada laboral empieza a medianoche y termina sobre las 6 de la mañana. Por cada estriptis, que dura en torno a 20 minutos, cobra unos 150 euros y realiza una media de cuatro cada noche. «Discotecas, restaurantes, casas voy a cualquier lado. Intento cuadrar todos los espectáculos que puedo. El problema es que casi todos te lo piden a la misma hora, para después de cenar».
El pasado 3 de noviembre, aprovechando que aquí no hay trabajo, hizo las maletas y puso rumbo a Miami en busca de ingresos extra. Tres meses. Le acompaña su chica, Paola, una explosiva rubia que también es stripper. El año pasado probaron suerte y les encantó la experiencia: «Es una ciudad preciosa y no paramos de trabajar». Cada destino implica un público determinado. El de Miami tiene mucho que ver con el de las películas: «¡Te meten los dólares en los calzoncillos! Al principio estaba un poco perdido porque tienes que ir donde los clientes, a buscar el dinero, a buscar el trabajo. Y yo estoy acostumbrado a que me llamen por teléfono y que me digan en tal sitio y a tal hora. Allí es diferente».
La noche ya no tiene secretos para él. Reconoce que «te quema mucho» y «te roba energía» para hacer otras cosas, pero admite que este trabajo te acomoda y «te acabas enganchando porque te deja mucho tiempo libre». Entre semana procura cuidarse y hacer deporte. «Ójala encontrase algo para compaginarlo Y con el tiempo, poco a poco, ir dejándolo. No me veo a los 65 haciendo estriptis Pero, por el momento, no tengo intención de dejarlo porque tengo mi clientela fija y me va bien». ¿Su secreto? Cuidar todos los detalles. «Me lo tomo en serio. Tengo claro que estoy aquí para animar el cotarro. Para que todo salga bien hay que saber tratar a los clientes, cuidar tu imagen y el vestuario». Y es que Álex no mira la cartera cuando tiene que comprarse un atuendo. Para él la imagen es fundamental.
«Soy tímido»
Suena la música house a todo volumen. Los decibelios se multiplican. Unos cuantos pasos de baile y Álex empieza a deshacerse de la ropa. Viste un traje original de oficial y caballero de color azul y rojo, rematado con una gorra de plato, provocando que aumente el ya de por sí alto componente erótico. Realiza unas cuantas acrobacias. Abre y cierra las piernas... Al principio, insinuación en estado puro. Al final, desnudo íntegro: «Siempre acabo como Dios me trajo al mundo. Complejos no tengo y vergüenza muy poca, la verdad». No le importa desnudarse para un show, pero posar para la fotografía que ilustra este reportaje sí le intimida. «Aunque no lo parezca, soy tímido cuando no estoy trabajando». Él es así. Sincero, honesto, contradictorio.
Una vez se acaba el espectáculo, se apaga la música y las luces se encienden, todo vuelve a la normalidad. Su imagen no es la de un trasnochador. Nunca ha abusado de los encantos de la fiesta. «Cuando acabo de trabajar, les pregunto a ver si les ha gustado y me voy para casa», desliza. Sueña con encontrar un trabajo más estable. En un gimnasio, tal vez. Y la noche de los sábados se dedicaría a ver películas en el sofá abrazado a su chica. Eso le haría feliz.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión