Scones, los bollos escoceses de corazón blandito
Es un panecillo con cierto toque dulce que los británicos devoran a eso de las cinco de la tarde, con el tradicional Darjeeling, una costumbre que en realidad puso de moda la séptima duquesa de Bedford en los años cuarenta del siglo XIX
Julia Fernández
Jueves, 28 de mayo 2015, 01:10
El té de las cinco es, sin duda, la quintaesencia de la cultura británica. La bebida como tal es originaria de China. Cuentan que la 'descubrió' el emperador Shen Nung cuando hervía agua para consumir. Avivaba el fuego con ramas del árbol de té y una racha de viento provocó que algunas hojas cayeran dentro del recipiente. Infusionaron y Shen Nung, en vez de tirar el líquido, lo probó.
Sin embargo, parece que fue la séptima duquesa de Bedford la que puso de moda el ritual de tomarlo a media tarde allá por los años cuarenta del siglo XIX, porque en realidad té ya se bebía en la Inglaterra victoriana. Al parecer, a Lady Anna María Stanhope no le gustaba pasar hambre y las horas que transcurrían entre el almuerzo, a mediodía, y la cena, a eso de las seis de la tarde, se le hacían muy largas. Un día, al levantarse de la siesta, ya no aguantó más y pidió al servicio que le preparara un piscolabis. Eran como las cuatro de la tarde. La cosa fue bien y en los días sucesivos repitió la operación.
Su costumbre quedó 'institucionalizada' cuando mandó a las criadas disponer la merienda también para sus amigas, que, además, formaban parte de la nobleza de la época. Lady Anna era miembro del círculo de amistades de la reina Victoria. Las damas quedaron sorprendidas por el ágape. Enseguida empezó a correrse la voz y los convites de la duquesa se hicieron famosos. También las imitaciones. Así se extendió la costumbre del té de las cinco. Que en principio era a las cuatro, pero que se retrasó una hora cuando el ritual llegó a las clases trabajadoras, que no acababan su jornada laboral hasta mediada la tarde.
Las meriendas de Lady Anna, además de cierto toque de glamour y exclusividad, eran pantagruélicas. En la mesa, los comensales podían acompañar su té Darjeeling con toda clase de sandwiches y pastelitos. Melindres para chuparse los dedos entre las que no faltaban unos apetitosos bollos escoceses de corazón blandito, los scones. En realidad, son unos panecillos casi de bocado que se consumen habitualmente en el mundo anglosajón.
Parientes de los 'bannock'
Se hacen con harina -de trigo, centeno o avena-, mantequilla y levadura. Son originarios de Escocia, donde los hacían un poco más grandes, del tamaño de un plato de postre, y prescindían del impulsor. Eran parecidos a los también tradicionales 'bannock' de la cultura celta. Los cocinaban a la plancha y luego los cortaban en triángulos. La levadura se incorporó años después a la receta y hoy día no se concibe sin ella.
Los scones se toman en el desayuno o a la hora del té. Y es muy habitual cortarlos a la mitad para rellenarlos de 'clotted cream', una nata muy densa, más que la que venden aquí para montar, con el 60% de materia grasa (M.G.), y mermelada. Normalmente el bollo tiene un sabor neutro, ligeramente dulce. Pero cada vez es más habitual que se incorporen a la masa arándanos, pasas, frutos secos y hasta queso.
Hacer estos panecillos en casa es muy sencillo. No necesitamos muchos ingredientes ni son difíciles de encontrar. No necesitan horas de amasado ni reposo. Se hornean en un pispás y, además, una vez hechos, hasta podemos congelarlos para disfrutar de ellos cuando más nos convenga. Una receta muy sencilla es ésta que propone Lorraine Pascale, una modelo británica que cambió la pasarela por el fogón y se ha convertido en una reputada cocinera de televisión. En la BBC la adoran, tiene su propio (y pequeño) obrador en Londres para vender al público y ha 'colocado' más de un millón de libros. A España nos han llegado dos 'La cocina fácil de Lorraine Pascal' y 'Recién horneado', ambos editados por Grijelmo.
La receta
Preparación:
Ponemos la harina, la levadura, la sal, la mantequilla y el azúcar en un bol y lo mezclamos. Si tenemos un robot de cocina amasador o unas varillas eléctricas, mejor. Se trata de que los ingredientes se mezclen hasta formar una especie de arena con pegotes. Luego añadimos el queso mascarpone y seguimos mezclando. Si es de forma mecánica, no más de cinco minutos.
Una vez lo tenemos, lo colocamos en otro recipiente y hacemos un hoyo en el medio. Vertemos la leche. Lo recomendable es no echarla toda para controlar la cantidad que necesitamos. No todas las harinas absorben la misma cantidad de líquido. Removemos y mezclamos bien hasta conseguir una masa densa y suave que se pueda trabajar. La colocamos en una mesa y la estiramos con el rodillo hasta conseguir una placa de unos dos centímetros de espesor.
Cortamos círculos con ayuda de un cortapastas o de un vaso. El diámetro va al gusto, pero tengamos en cuenta que han de ser poco más grandes que un bocado. Tampoco giremos el instrumento para cortar la masa, solo presionemos, porque si no, no subirán de manera uniforme en el horno. La masa la podemos unir y estirar cuantas veces sea necesario hasta acabarla.
Una vez tenemos los scones crudos, los pintamos con huevo batido y los metemos al horno, que tendremos precalentado, a 210 grados. Los dejamos unos diez o doce minutos, hasta que suban, estén firmes y dorados. Luego, los sacamos y los dejamos enfriar un poco en la misma bandeja. Se sirven templados y acompañados de lo que más nos guste: nata, mantequilla, queso, mermelada, membrillo... incluso pavo o jamón york.