Una ronda por bares diminutos de Bilbao
Txikitabernas. ·
En la capital vizcaína siguen existiendo locales con aforos de media docena de personas: «Aquí lo de 'llenar' es muy relativo»En Bilbao nunca han escaseado los bares pequeñitos. En buena medida, es herencia de los txikiteros, que en sus rondas no necesitaban mesas de diseño ... ni zonas 'chill out' con luz indirecta: su disciplina combinaba fondo y velocidad, de manera que les bastaba un metro de barra y, a ser posible, un trozo de suelo lo suficientemente grande para hacer corrillo y echarse un cante rápido antes de largarse zumbando a otra taberna, con puntualidad de reloj suizo. Las cuadrillas ocupaban las tascas de manera sucesiva, más que simultánea.
Hoy el txikiteo está de capa caída –o con el vaso medio vacío–, pero en las tablas municipales siguen figurando unos cuantos locales con aforos en torno a la media docena de parroquianos o con superficies que rondan los quince metros cuadrados. Hay más –del Nuevo Punto, en Rekalde, al castizo Txiki de Zorroza, pasando por el Katy de Ledesma–, pero esta es una ruta posible por bares diminutos de la villa. Cuentan que el filósofo Sócrates dijo aquello de que «la casa es pequeña, pero quiera Dios que pueda llenarla de amigos», y ese sería también el deseo para estos locales casi de bolsillo: no cabrá mucha gente, pero ojalá estén siempre abarrotados.
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Maitagarri Avenida Madariaga
«Entra una cuadrilla de cinco personas y ya no cabe otra»
El Maitagarri, en Deusto, es uno de esos bares con una historia ligada al txikiteo. «Es un bar de barrio de toda la vida, una referencia: a cualquiera que le preguntes te dicen que han pasado la juventud aquí metidos. Lo tuvo muchos años un señor que tocaba algún instrumento, creo que la armónica, y se juntaban aquí y cantaban. Claro, en aquella época el aforo les daba igual», explica la colombiana Eliana Ochoa, que lleva un par de años al frente de este local diminuto pero luminoso, con una capacidad de siete personas según el registro municipal y un dibujo de Charlot que recibe desde el fondo. «Antes no tenía estas puertas grandes abiertas a la calle, era un muro», aclara Eliana. Para estos txikibares, la terraza no es un privilegio sino casi una necesidad, pero ella solo tiene fuera un par de mesitas de patas largas, como de jirafa. «Con mal tiempo, el espacio se limita. Claro, aquí lo de llenar es muy relativo: me entra una cuadrilla de cinco personas y ya no cabe otra. Sirvo sobre todo pintxos fríos, lo poco que se puede, y tengo que tener todo muy acomodado, porque no hay sitio para nada. Pero está en buena zona».
¿Y siguen parando por aquí poteadores de toda la vida? «Quedan tres o cuatro, pero me cuentan que antes eran más de cincuenta. Toman un trago y se van a otro –comenta Eliana, y consulta el reloj–. ¡No tardarán en llegar!». En el Maitagarri, las insignias del Athletic conviven con una foto del Tolima colombiano. Claro, ¿la nostalgia, verdad? Pues no, qué va: «Me la trajo uno de los txikiteros, que vivió en Colombia y se hizo forofo del equipo. Mira, me la firmó toda la cuadrilla por detrás».
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Mamá Inés Luis Briñas
«La gente se sorprende de que haya baño»
Es una esquinita minúscula, pero no se trata de una esquinita cualquiera: justo delante se alza San Mamés, hasta el punto de que casi no se ve otra cosa que su emblemática fachada. Calcula David Serrano que son «dos por dos metros», con un altillo del mismo tamaño al que trepa por una escalera de pared, y el aforo es también de media docena de personas, pero eso ya no importa: hace un par de años, David decidió 'cerrar' el bar y convertirlo en algo más parecido a un quiosco, para atender su terracita de cuatro mesas y, los días de partido, abastecer a la multitud futbolera de «copas, ñam ñam y jajajá», como dice su eslogan. «Yo llevo doce años y antes se entraba, claro. Tenía que subir los barriles arriba, porque aquí no quedaba espacio. Cuando llovía, se apalancaban y llenaban el bar, y tenía que andar pidiéndoles si se podían mover, encajándolos. Una vez se colocó aquí un señor bastante... gordo y ya no podía entrar nadie: se puso burro, intenté sacarle pero no podía con él. Hoy la gente se sorprende de que haya baño».
Cuando el Athletic juega en casa, esto es una fiesta: «Es increíble, un caos. Los bocadillos los preparo arriba y se forma una fila alucinante. Además, es un lugar estratégico para ver bajar y subir a los equipos». ¿A la salida se nota el marcador? «Claro: si ganan, se emborrachan; si pierden, un poquito menos. Antes vivía solo de los partidos, pero ahora quiero aprovechar el resto del tiempo». A David le cantan muchas veces lo de 'ay, Mamá Inés, todos los negros tomamos café'. «En realidad le puse así por mi madre, que se llama Inés. Yo soy colombiano, pero me vienen un montón de cubanos, por el nombre, y cantan esa canción y otras».
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Indarra Doctor Areilza
«Sin terraza esto sería inviable»
Insiste Mari Luz Valencia en que, con un local tan chiquitín como el suyo, el orden se vuelve una prioridad irrenunciable. Y, fiel a esa máxima, no tarda en 'ordenar' al propio reportero, en los dos sentidos de la palabra: «Tú ponte aquí», instruye, para dejar libre el pasillo, o sea, el bar. El aforo es de seis personas aunque, a ojo, cabría el doble sin violentar las leyes de la física: «Sin terraza esto sería inviable. En invierno las cosas se vuelven un poco más difíciles, pero lo llevas. Un bar tan pequeño tiene sus ventajas y sus desventajas. Es fácil de llevar, y de hecho yo lo cogí porque en aquel momento quería algo que pudiera manejar sola, pero tienes que comprar para la semana, porque de reserva nada, y por la noche es fundamental dejarlo todo en su sitio. Y no hay cocina, eso es lo que le falta: tengo pintxos pero me gustaría dar raciones». Mari Luz, que lleva aquí casi diez años, conoce y aprovecha cada milímetro de su espacio, con su neverita sobre la barra y algunas baldas que solo podría alcanzar un jugador de basket: «Tengo escalera y a primera hora bajo todo lo que voy a necesitar».
«Es pequeñito pero trabaja como un grande, ¡tengo más clientela que bar!», añade. La ubicación, de nuevo, resulta crucial: en pleno centro, con dirección de Gran Vía pero entrada por Doctor Areilza. «Antes de que llegara yo, era un bar de gintónics, y por la tarde se llena de chavales de 18 a 30 años».
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Bizkaia Avenida Reyes Católicos
«A las 6.30 de la mañana no tiene competencia»
Es un poquito mayor que los otros tres, pero este bar de Reyes Católicos, en Irala, figura en nuestra ronda porque da una idea de todo lo que se puede lograr a partir de un espacio minúsculo. Para empezar, tiene dos mesitas interiores, perfectamente calculadas para no entorpecer el paso. Además, sus raciones tienen justa reputación en el barrio: «A mediodía del fin de semana servimos unas cincuenta: rabas, chopitos, pescaditos... ¡Tenemos fama!», dice Antonio López, propietario desde hace veinte años. Y, más difícil todavía, los dibujos de sus paredes se las apañan para contar una historia completa de cine negro: la partida de póker, el perdedor, el asesino a sueldo, la chica... «Lo decoró mi hermano, que es profesor de Bellas Artes, con rotulador de grafitero».
«Desde que se abrió el barrio, en esta lonja solo ha habido bar», relata Antonio, que se remonta al fundador, un vallisoletano que le puso El Que Faltaba, y al salmantino de Vitigudino que lo llevó treinta años. «Cuando empecé yo, esta calle aún no era peatonal y vivíamos de los poteros, que no cabían, pero solo te lo ocupaban tres minutos. Con terraza ya no es importante que sea pequeño: supondrá el 40% del negocio, porque en invierno se usa menos, pero mientras no llueva se sienta gente. ¡Es una calle muy agradecida!». El hostelero, veterano en gestionar un bar mínimo, brinda un par de claves: «Yo tengo abierto a las 6.30 de la mañana. A esa hora sigue siendo pequeño, pero no tiene competencia. Y, a la noche, mi mujer y yo cerramos un poco más tarde que los otros».
–¿Y no le gustaría tener un bar más grande?
–No, así estoy muy cómodo. Puedo quedarme solo, lo tengo todo a mano y limpio muy rápido: aquí la fregona se pasa en un momento.
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