A propósito de la violencia grupal sexual
La delincuencia violenta de carácter sexual, por suponer un fuerte atropello a la libertad de las personas, constituye un gravísimo problema, (Echeburúa, 1994). Según Barudy ( ... 1999), estos delitos constituyen un profundo y grave atentado a la integridad física o psicológica de las víctimas, comparable a una «tentativa de asesinato moral». La violación grupal es una modalidad dentro de los delitos sexuales, por lo que los autores de los mismos comparten algunas características genéricas, pero ni las presentan todas ni las encontramos en todos. Las características principales de los agresores sexuales sin relación previa alguna con la víctima no son bien conocidas. Algunas veces la agresión tiene un componente más agresivo que sexual y siempre muestra una enorme falta de empatía, lo que puede ser interpretado como un claro indicador de desadaptación social.
Es frecuente que estos violadores grupales sean sujetos inseguros que buscan reconocimiento social integrándose en el grupo. Son grupos de 'machos' en los que no es infrecuente que exista un líder que es el que convence o arrastra a los demás a la hora de seleccionar la víctima y desarrollar la agresión. Se trata de un problema complejo con determinantes psicológicos y sociales en la conducta de estos individuos. Estas conductas, sin duda, suponen el fracaso del proceso de socialización de la persona que tiene especial importancia durante la adolescencia, etapa en la que se consolida la propia identidad, la autonomía, el proyecto de vida y las futuras relaciones de pareja. En los agresores sexuales es frecuente encontrar una sexualidad fragmentaria, una sexualidad disociada entre lo erótico y lo afectivo, un discurso diferente y contradictorio en relación al placer, la reproducción como único elemento sexual, la pornografía, etc... sumados a graves déficits de empatía y firmes distorsiones cognitivas y emocionales que sirven como justificación del delito.
Al delincuente sexual se le ha descrito como una persona que experimenta impotencia y falta de asertividad con las mujeres, junto a un déficit en el control de su impulso sexual. Pero bien, lo que está en la base de estas conductas es el fracaso del proceso de socialización. Ya lo hemos dicho. Nos recuerda nuestro fracaso como sociedad. No hemos conseguido transmitir valores -los necesarios controles e inhibiciones, tanto racionales como emocionales, en relación a su sexualidad a determinados individuos-. Con mucha frecuencia hacemos alusión, con razón, a la necesidad de educar en valores y con más frecuencia aún se alude a la escuela como el marco adecuado para ello. Sin duda es así, pero solo en parte.
Cuando en la familia no se transmiten valores, se está propiciando el empobrecimiento psíquico y moral del individuo, pase lo que pase en la escuela. Condenas, manifestaciones, llamamientos a 'tolerancia cero' son necesarias, pero el fenómeno delictivo debe ser abordado desde un enfoque que integre tanto el trasfondo social como la psicología de quienes delinquen. Es importante considerar las variables individuales, pues, si bien el individuo es vulnerable a la influencia ambiental, no deja por eso de ser alguien diferente del resto, con motivaciones propias y peculiares.
La falta de modelos y figuras significativas adecuadas -gratificadoras, cálidas, capaces de establecer límites claros- influye negativamente en la vida adulta de la persona. Individuos que no aprendieron a vincularse ni a valorar la vida humana, ya que ellos no fueron a su vez apreciados y acogidos, personas incapaces para relacionarse de manera genuina y comprometida con los otros, lo que implica falta de empatía, importante indicador de desadaptación social, son fuertes candidatos a presentar estas conductas desadaptadas. Y esas cosas, el respeto a los demás, se aprenden en los primeros años de vida, en la familia.
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