El naufragio de Sánchez
Con su 'no es no' se ha ganado un protagonismo que las urnas le negaron. Se ha convertido en el adalid de la negatividad a costa de quemar sus naves y conducir a su partido a la irrelevancia
Luis Haranburu Altuna
Lunes, 5 de septiembre 2016, 20:08
Lo del naufragio es, todavía, un futurible pero tras quemar Pedro Sánchez sus naves todo apunta al naufragio previsible. Sánchez ha conducido al PSOE a ... una encrucijada en la que la suerte del partido depende en gran medida de la suya. Ganó las primarias que le auparon a la secretaria con el 48% de los votos de la militancia, sin que se le conocieran otras virtudes que su encanto personal. Detrás de Sánchez no había ni una dilatada carrera política ni un caudal de méritos intelectuales. Era un oscuro profesor que pronto destacó por su obstinación y por su personalismo en el ejercicio del poder. Es con esos mimbres como ha conducido al PSOE a dos sucesivas derrotas situando al PSOE en sus mínimos históricos. Quedan lejos aquellos 202 diputados logrados con Felipe González en el año 1982. La diferencia es abismal si la comparamos con los 85 actuales de Sánchez. La pérdida de 117 escaños denota mejor que cualquier otra explicación la deriva decadente del socialismo español. Es sorprende por ello el actual cierre de filas en torno a un secretario general cuya seña de identidad son sus clamorosas y sucesivas derrotas. La actitud de Sánchez durante los dos intentos de investidura de Rajoy ha supuesto no solo la derrota de éste, sino la quema efectiva de sus naves políticas que impiden cualquier retorno a posiciones anteriores. Posiciones que un día hicieron posible el consenso constitucional abriendo una página decisiva de la historia política española.
Con la tozuda defensa del no es no como lema, Sánchez ha obstruido el paso a la investidura de Rajoy. Rajoy carece de carisma personal y además pesa sobre él la tacha de la corrupción que ensombrece a su partido, Rajoy, además, se ha cubierto de gloria con la promoción del mentiroso Soria pero, pese a todo, Rajoy ha ganado por dos veces las elecciones y había sumado al carro a Rivera. Es esta una realidad que en los países de nuestro entorno hubiera bastado para la formación de un Gobierno, pero por desgracia nos hallamos ante un escenario enfangado por los odios personales y por los sectarismos más feroces. Al obstruir la gobernabilidad de España, con su penoso eslogan del no es no, Pedro Sánchez se ha ganado un protagonismo que las urnas le negaron. Se ha convertido en el adalid de la negatividad a costa de quemar sus naves y conducir a su partido a la irrelevancia.
Serían tres, al menos, las naves quemadas por Sánchez comenzando por la centralidad, la política nacional y el de su propio partido. Son tres naves a las que habrá que añadir la previsible debacle socialista en Galicia y Euskadi arrastradas por la inercia perdedora de Sánchez. La primera de las naves quemadas es el de la centralidad que ha perdido el socialismo español tras enzarzarse en la pugna izquierdista con Podemos. La puja por el liderazgo de la izquierda ha orillado al PSOE a posiciones alejadas de la centralidad que algún día ocupó.
La segunda de las naves es la de su propio partido que aparece como un colectivo falto de iniciativa y frescura agarrotado por el personalista ejercicio del poder de Sánchez. Ha sido Sánchez quien ha alcanzado la excelencia en aquella práctica de Alfonso Guerra que auguraba que quien se moviera no saldría en la foto. El quietismo tancredista del equipo dirigente socialista en torno a su líder es el síntoma del deterioro de aquel partido que fue capaz de sortear toros tan potentes como el referéndum de la OTAN o el abandono del marxismo. La tercera de las naves quemadas es la política nacional que algún día tuvo el socialismo español. Las melifluas políticas del socialismo catalán han intoxicado ideológica y políticamente al socialismo hispano, que ahora predica un etéreo federalismo que nadie sabe dónde comienza y adónde conduce. En el origen de la crisis territorial de España se encuentran aquel talante de que hizo gala el presidente Zapatero a costa de prometer lo que no debía ni podía.
La quema de las naves anuncia el naufragio posible que Hans Blumenberg utilizó como metáfora de la existencia en su ensayo Naufragio con espectador y en el que glosó aquel verso del estoico Lucrecio que decía: «Pereat ne peream», cuya libre traducción significa que perezca todo con tal de que yo me salve. Este parece ser el lema que Sánchez ha escogido en este tramo de su existencia política. Es decir, el naufragio que a su partido y al país afecta es el peaje de su salvación personal. Sin embargo, cabe una duda razonable sobre la pertinencia del verso de Lucrecio ya que, en este caso, no está escrito el que el espectador del naufragio se salve. Si Sánchez aspira a salvarse al frente de su partido mientras su entorno se hunde, pudiera ocurrir que el mismo fuera abducido por la resaca.
Puede ser que el espectador del naufragio que Sánchez pretende ser esté fiándolo todo a la imposible empresa de un Gobierno de izquierdas con el apoyo del independentismo nacionalista, pero este hipotético Gobierno supondría la quiebra del Estado que se pretende gobernar. Se trataría de un oximorón político equivalente al naufragio colectivo de España. Palabras mayores, sin duda. Hans Blumenger proclama que «el hombre conduce su vida y levanta sus instituciones sobre tierra firme. Sin embargo, prefiere concebir el movimiento de su existencia, en su conjunto, mediante la metáfora de la navegación arriesgada». Tal vez tenga razón el filosofo alemán si nos referimos al ámbito existencial de cada cual, pero si trasladamos sus palabras al ámbito de lo político se equivoca; tan solo cabe construir la política sobre el terreno firme de la razón práctica. El equivoco poético del naufragio colectivo es tan solo una ensoñación para suicidas que equivaldría, en este caso, al naufragio del socialismo español.
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