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'Los emergentes y el bastión nacionalista', el artículo de mañana de Pedro José Chacón

Si en estas elecciones las previsiones se cumplen, en Euskadi y Cataluña los emergentes no rascarán de los nacionalistas, pero afectar vaya que si les van a afectar

Pedro José Chacón

Sábado, 12 de diciembre 2015, 20:05

Por qué los emergentes no rascan de los nacionalistas? Pues por la sencilla razón que ahora en campaña electoral se muestra en todo su esplendor de que los partidos emergentes se basan en el trazo corto y grueso, en el eslogan, en el tuit, en la imagen, en la frase estudiada y pretendidamente conmovedora; en suma, en la apelación a las emociones y a los sentimientos. Y si, con eso, los partidos tradicionales se echan a temblar, los nacionalistas ni parpadean: estos ya viven encantados con sus emociones y sentimientos dispuestos sobre una gruesa capa de confusión y oscuridad conceptuales. Que aquí con los fueros éramos independientes o que hay algo llamado nación foral son ocurrencias equiparables al derecho a decidir como solución para Cataluña o a la supresión del Concierto para Euskadi. Todo es emoción erigida sobre una gran confusión: he ahí la clave que iguala a nacionalistas y a emergentes.

Los partidos emergentes lo que van es a cambiar radicalmente el panorama político en toda España. Y se vaticina una escabechina: lo dan los resultados precedentes y todas las encuestas de cara al 20D. Y sus líderes carismáticos ya asisten a los debates y a las celebraciones institucionales aureolados por ese pronóstico. Las mayorías y los gobiernos posibles que resulten a partir de estas Navidades serán solo cosa de cuatro partidos de ámbito estatal. Malas noticias, pues, para los grandes partidos nacionalistas de Euskadi y Cataluña, que ya no disfrutarán del ascendiente que Pujol y Arzalluz marcaron en Madrid: aquello se acabó.

Por eso conviene precisar: una cosa es no rascar y otra muy distinta es no afectar. Si las previsiones se cumplen, en Euskadi y Cataluña los emergentes no rascarán de los nacionalistas, pero afectar vaya que si les van a afectar: como que van a conseguir anular la capacidad de presión de los grupos nacionalistas en el Congreso a la hora de formar Gobierno.

Pero de lo que esos partidos emergentes no parecen capaces, en efecto, es de hundir la cuchara en las masas nacionalistas de Euskadi y Cataluña. Lo hemos visto en Cataluña, donde el crecimiento fulgurante de Ciudadanos no sirvió para cortar de raíz las ínfulas soberanistas. Mientras en Euskadi el nacionalismo sigue campando con una mayoría estructural inamovible.

El sucursalismo mal entendido de los partidos tradicionales, con su secuela atroz de puenteos y minusvaloración de sus filiales locales, ha dado siempre grandes victorias al nacionalismo en Euskadi y Cataluña. Y ahora la triste salida de Roberto Uriarte ha resultado demoledora: los emergentes tampoco vienen con sensibilidad periférica y su centro maneja la apisonadora con desenvoltura. Iglesias piensa que con el derecho a decidir ya tiene la solución para el problema catalán. Y Rivera ignora crasamente que el régimen del Concierto es historia pura del liberalismo foral, vasco y español.

La realidad es que en Euskadi y Cataluña y frente a los nacionalistas, los emergentes no aportan nada de sustancia que no se haya ensayado ya por los partidos tradicionales. Adolecen de lo mismo que estos: les faltan razones, claridad conceptual e inmersión cultural. Su única novedad reside en la forma y el medio de emitir mensajes, los cuales se pueden flexionar a conveniencia, hasta resultar irreconocibles e incluso opuestos respecto a su contenido original: sea el espíritu de la Transición, sea el régimen del Concierto. Parece mentira que dos personas tan jóvenes como Iglesias y Rivera, formadas en democracia, busquen ganar votos a la más rancia usanza: tratándonos como a individuos impresionables y manipulables, como a masas de votantes poco informados, que ven mucha televisión y leen poco el periódico. Teníamos derecho a esperar que los políticos emergentes contaran con que tienen ante sí una sociedad instruida y avanzada y, por lo que respecta a Euskadi y Cataluña, que combatirían las demasías nacionalistas con más razón, más claridad y más conocimiento.

En esta campaña electoral la confusión conceptual es demasiado evidente como para que nadie se plantee siquiera ocultarlo, pero emergentes y nacionalistas se encuentran muy a gusto en ella. No se nos explica por qué, si fue el cóctel de crisis económica y corrupción el que produjo la sangría en los partidos tradicionales a favor de los emergentes, resulta que eso mismo es lo que sostiene a Mas al frente del nacionalismo catalán. ¿Es que los nacionalistas están incapacitados para cambiar su voto y darlo a partidos estatales? El nacionalismo no es imbatible: ningún partido político lo es y ninguna democracia soportaría que lo fuera.

Lo que pasa es que nacionalistas y emergentes son idénticos en apelar ambos a la emoción, los sentimientos, la simpatía, la cercanía y la pretendida autenticidad. Los primeros lo han hecho siempre desde las distancias cortas. Y ahora los segundos lo quieren hacer también desde las distancias largas gracias a las redes sociales, valiéndose de una revolución mediática en la que son expertos consumados. ¿Qué sería del nacionalismo sin la emoción y el sentimiento? ¿Y de los emergentes, qué sería sin sus poses televisivas y sus frases emotivas prometiendo honestidad y autenticidad?

Por eso los votantes nacionalistas están inmunizados ante el virus emergente, porque están ahítos de emociones y de sentimientos, de los que sus partidos les surten a destajo. Por eso en Euskadi o Cataluña necesitamos justo lo contrario de lo que todos los partidos nos han ofrecido hasta ahora: necesitamos más razón, más claridad y más conocimiento. Y por eso hasta que no haya políticos capaces de rebatir, con seriedad y solvencia, a un Urkullu su enigmático concepto de nación foral o a un Mas su fantasmagórico mito de 1714, Euskadi y Cataluña seguirán igual.

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