Borrar
Cerezos cerca de Salas.

Cerezos en flor y templarios en Las Caderechas

Este valle burgalés, situado entre Las Merindades y La Bureba, es conocido por la calidad de sus cerezas y manzanas. Los templarios ocuparon el castillo arruinado que domina Rio Quintanilla

Iñigo Muñoyerro

Jueves, 6 de abril 2017, 14:35

Las Caderechas es un valle con muchos valles encajado entre Las Merindades y La Bureba. Un rincón verde entre páramos y tierras de cereal que en esta época del año se engalana con las flores de los cerezos y manzanos que le han dado fama. Son 50.000 árboles repartidos por bancales, laderas y vegas que tiñen de un blanco intenso un terreno sobrio, del color verde oscuro de los pinos y las encinas que trepan por las cuestas. Escalan hasta las cimas del Mazo, Castilviejo y el colorado Cironte.

Entre montañas y cerezales se estiran nunca mejor dicho- pueblos que han conservado la arquitectura de montaña burgalesa.

Terminón, Bentretea, Cantabrana, Quintanaopio, Rio Quintanilla, Aguas Cándidas, Rucandio, Castellanos, Huéspeda, Madrid de las Caderechas, Hozabejas y el recóndito Padrones. Poblaciones pequeñas que mantienen el encanto de otros tiempos. De antes de la gran emigración. Cada una con su iglesia. Todas valiosas pero ninguna como la ermita de San Emeterio y San Celedonio, en Rio Quintanilla. Una joya del románico (siglos XI/XII), solitaria a los pies de los cortados del Castilviejo.

Los atractivos del valle no se resumen a cerezos y ermitas. Hay un hueco para la historia, el misterio, quizá para el esoterismo. Los caballeros templarios estuvieron en el Valle. Fue hace 700 años. Queda poco de su paso. Su huella se difumina en el castillo arruinado que corona la peña de Rio Quintanilla.

Entrada por Terminón

Entramos al valle por Terminón, a tres kilómetros de Oña. Se nota el microclima. Más suave, favorecedor de los frutales. La iglesia de La Natividad nos recibe en un altillo. Templo del gótico tardío que conserva un ábside semicircular románico de la época del rey Fernando I (año 1063) que donó Terminón y Bentretea al abad de Oña, San Iñigo y a sus monjes.

El nombre del pueblo remonta a los romanos. Y proviene del dios Terminus, el vigilante de las fronteras, por ubicarse en un cruce de calzadas. De aquello tiempos queda el puente romano, con los sillares del arco ensamblados sin argamasa. Fue reconstruido en 1796. Al otro lado entre cerezos se halla la torre medieval de los Peña (siglo XIV). Única­mente mantiene en pie el paredón Norte. 13,50 metros de longitud por un metro de grosor.

Terminón se anima en verano. Cuenta con una CR (El Esquilador tfo. 699162350) y un HR (Puerta de Caderechas tfo. 629531254).

Iniciamos el recorrido por el valle. La carretera estrecha y peligrosa se encajona pegada al curso del río. Transita entre cerecedas y manzanales cuajados de flores. Algunos yermos, otros arados y bien podados. Llegamos a Bentretea. Conserva el casco urbano medieval en relativo buen estado de conservación. En lo alto destaca la iglesia de San Martín Obispo. Gótica asentada sobre muros románicos está arruinada. Irrecuperable. Se sube por un camino entre la maleza que nos permite descubrir una cueva artificial abovedada, probablemente un eremitorio.

Vuelta al asfalto para cruzar (precaución) Cantabrana con la iglesia de Santiago Apóstol en lo alto y continuar valle arriba hacia Quintanaopio (opidum romano). El pueblo extiende casas medievales con escudo y otras no tanto en un cruce de rutas. Por la derecha parten dos carreteras. Una bordea la mole del Mazo, la otra lleva a los pueblos altos: Herrera; Madrid de Caderechas y Huéspeda donde el clima es más frío y los cerezos florecen tardíos.

Vamos por la izquierda. Cruzar Quintana exige tocar el claxon. Casi en la salida vemos la iglesia de La Asunción. Un magnífico templo gótico (siglo XV) que domina la población.

La carretera se retuerce entre cerezos y el paisaje cambia. Se vuelve más boscoso y salvaje. Las montañas son más altas. Están cerradas de quejigos aún deshojados y encinas chaparras. Cruzamos el desfiladero del Vadillo para entrar en el valle de Rio Quintanilla.

El castillo de los templarios

El terreno se ensancha. Desde la Torre restaurada del siglo XV fue de los Cortés de Oña- abarcamos los cortados del Castilviejo y la mole cónica del Mazo cubierta por un tupido bosque de quejigo, encina y pino resinero. Los campos de cerezos se intercalan con el monte bajo cerrado de brezo, tomillo, cantueso, enebro y boj. Bordonean abejas y abejorros afanados en fabricar la primera miel de la temporada.

Sobre una peña se asoman las ruinas del castillo de los templarios. La fortaleza fue edificada durante la reconquista (siglo IX) pero fue reforzada por la Orden del Temple en el siglo XI que señoreó el valle. Se disolvieron en el año 1300 los caballeros guerreros pasaron a la Orden de los Hospitalarios- y allí se pierde su rastro.

El castillo está sobre Rio, el barrio de abajo. Es accesible por una pista agraria que sube hasta una plantación de cerezos. Luego basta con seguir (derecha) un sendero torcido acolchado por la pinocha. El aroma de las plantas olorosas es embriagador.

Del castillo quedan los muros y el pozo encerrados entre la maleza. De los templarios ni rastro. Lo mejor son las vistas. Además de plantaciones de cerezos distinguimos la ermita de San Emeterio y San Celedonio colgada sobre la ladera. Hacia allí vamos.

Un camino cementado (letrero) sale de la carretera entre Rio y Quintanilla. Supera el caudaloso Vadillo y remonta hasta la ermita. Precioso edificio románico (siglo XII) una muestra de la importancia del valle en la Edad Media.

El edificio es pequeño, de una sola nave con muros de piedra de toba. La espadaña es accesible por una escalera exterior

Restaurado se asienta en un paraje ideal para el descanso o la meditación.

El acuífero de Aguas Cándidas

La carretera sube hacia Aguas Cándidas entre cerezos. El nombre hace honor al pueblo que rebosa agua. Se enclava sobre un acuífero que brota en fuentes, canales y manaderos. También en un gran avadero en desuso frente al bar.

Aguas Cándidas aparece en el año 1133 en una donación que hizo el rey Alfonso VII al Monasterio de San Salvador de Oña. El caserío se escalona en la ladera con la iglesia gótica de San Juan Bautista en lo alto. El retablo es renombrado. Hay casas de buen sillar. Otras de tres pisos, antiguas, muchas arruinadas. También está la plaza del rollo (desaparecido) donde se impartía justicia.

De Aguas Cándidas podemos subir hasta Padrones, bajo el Páramo. Final de la carretera. Es un pueblo recogido con buenas casas, donde nace el río Vadillo. Lo hace frente a la iglesia de San Mamés, gótica y cerrada a cal y canto. El retablo era de mucho valor razón por la que fue trasladado al Museo Diocesano de Burgos.

De vuelta a Aguas Cándidas abandonamos el valle por Salas ya en la Bureba. Los manzanos y los cerezos nos acompañan hasta el final.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo Cerezos en flor y templarios en Las Caderechas

Cerezos en flor y templarios en Las Caderechas