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Pese a retirarse de los ruedos en 1994, tras sufrir una rotura de ligamentos y encadenar más de un centenar de operaciones, Vicente Ruiz El ... Soro (Valencia, 1963) dice encontrarse «bien, gracias a Dios», aunque los problemas físicos le obliguen a moverse en una silla de ruedas. «He tenido dos infartos, tres anginas de pecho, una sepsis... Sumo en total 69 operaciones con anestesia general. Solo de la rodilla me han intervenido otras 49 veces. Ni sé las veces que me han dado por muerto. Subía 'arriba' y me decían 'baje usted para abajo'. La última vez, hace ocho años, me concedieron tres horas de vida. Me despedí de mi mujer, comulgué y me dieron la extremaunción», confiesa en el restaurante de un hotel bilbaíno. Se pasó ayer por el Club Cocherito, donde rememoró sus experiencias.
Pese a sus indiscutibles méritos profesionales, al matador valenciano siempre se le recordará por ser el «superviviente del 'cartel maldito'» de Pozoblanco, donde murió Paquirri, en 1984. Once meses después, moría el Yiyo en una corrida que debería haber lidiado él, en sustitución de Curro Romero, y no el malogrado torero. «Toda mi vida llevaré en mi corazón esta leyenda», asume. Paquirri le enseñó «todo lo que había que hacer». «Me curtió. Era como un hermano», cuenta.
Horas antes del toro que segó la vida de José Cubero Sánchez le vio conduciendo un BMW descapotable, «con los asientos tapizados de cuero blanco». «Era tan joven, tan sonriente, tan feliz», recuerda. Compartió 40 tardes con él «en América». «Andaba a todas horas con la misma obsesión. Me comentaba 'Vicente, si le ha pasado esto al maestro (por Paquirri), ¿qué nos puede ocurrir a nosotros?'. Me daba muy mal rollo. Se cumplió la obsesión y el toro, desgraciadamente, lo mató», lamenta.
Las pérdidas de Paquirri y el Yiyo han pesado «como una losa» en una carrera que, pese a los reveses, ha vivido y sigue disfrutando con pasión. «Es la profesión más pura y con más esencia del mundo. Entiendo a quienes no comparten este sentimiento taurino, pero no a quienes quieren prohibir los toros», subraya.
El Soro nunca tuvo miedo a las cornadas antes ni ahora a la muerte. «Solo le tengo respeto. Ya me he visto dentro y saliendo del ataúd. Soy más tolerante, más generoso. No me enfado con nada ni con nadie. Ni siquiera yendo en silla de ruedas», reflexiona el diestro, que colabora en varios medios informativos de la comunidad valenciana.
Sin embargo, Vicente Ruiz albergaba la esperanza de que el cirujano plástico Pedro Cavadas, que le implantó una pierna biónica de titanio, le devolviera a los ruedos. «Pasé por Estados Unidos, Holanda, Suiza, Francia y Portugal buscando la operación milagrosa. Me gasté todo el dinero ganado y más por curarme, pero no hubo solución». Un día, mientras repasaba el periódico, leyó que Cavadas había devuelto el brazo a un hombre que lo había perdido en un accidente de moto. «Dije 'este es un Dios en la tierra'», expresa. Fue a buscarlo y le operó en ocho ocasiones. Le reconstruyó músculos, tendones, arterias, le colocó una prótesis...
«Me fue muy bien, pero cuando le dije que iba a reaparecer me dijo que estaba loco», relata. Lo logró en 2014. «Quería vivir con ilusiones y sentirme vivo», destaca. Pesaba 120 kilos y «me pusieron un balón gástrico que rechacé para intentar adelgazar. Casi me cuesta la vida», confiesa.
- ¿Es feliz?
- Te voy a contar algo, estoy con Eva Rogel, la mujer de la que me enamoré de chico. Eramos novios, le pedí la mano, pero sus padres me dijeron que no, porque era muy joven. Me enfadé y, con la regañina propia de un niño de 20 años, me casé con Suzette Limón, una mexicana que me dio tres hijos maravillosos. Lo peor de mi vida fue perder a María, Vicente y Marina cuando me separé de Suzette.
Por fortuna, ha recuperado el contacto con sus vástagos. «Me dejaron el momento más triste de mi vida cuando se fueron a vivir con su madre. Estuve cerca de 10 años sin poder relacionarme con ellos. Tuve problemas muy gordos, físicos, psíquicos y espirituales, con fuertes depresiones. Estuve muy abajo económicamente. Los niños no me hablaban y no tenía ilusión de vivir», admite. Pero, de fuertes creencias religiosas, agradece la aparición «otra vez de Dios mandándome un ángel llamado Eva», afirma. La pareja está a punto de cumplir 15 años junta. «He recuperado la autoestima y tantas cosas en el camino que soy muy feliz», mientras trabaja ayudando en todo lo que pueda en favor «del mundo del toro», relata emocionado.
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