Obispo y de Bilbao
Bilbaínos con diptongo ·
jon uriarte
Lunes, 5 de julio 2021, 01:36
Hablar con él es como subir el Pagasarri con un habitual. Debes seguir su ritmo para hacer cumbre sin despistarte. Su voz es tan natural ... como su discurso. Tiene que ver con su ayer. La de un paisano que nació el 10 de mayo de 1958 en una clínica de Santutxu. Joseba Segura Etxezarraga. Su destino, ser obispo de Bilbao.
No todos los días ahonda uno en el cajón vital de un alto cargo de la Iglesia. Ayuda compartir universos comunes. O barrios cercanos. Como Rekalde, donde creció. Fue el primero de cinco chicos. El resto son Kepa, Xabier, que también es sacerdote, Jon y Unai. Ríe al recordar lo que era vivir siete en casa. Con los años ha visto pisos con menos metros y más habitantes, pero eso no impide que alabe los esfuerzos de su aita, José, y de su ama, Tere. Fue la segunda quien más influyó en su camino. Aunque no imaginaba que su destino fuera llevar sotana. Empezó en la escuela de San Vicente Mártir. Cerca de los abuelos. «Mis aitites vivían en el último piso, donde estaba el Banco Urquijo en Obispo Orueta. En las oficinas tomaban Coca-Cola y dejaban las botellas por la mitad. Así probé la primera», rememora con simpatía.
Como al llevarnos hasta la escuela de Basurto, donde siguió sus estudios. Hasta que, ya con 11 años, entra en los Escolapios. Fue allí donde cambió su destino. «Tenía la idea de entrar en la Comercial de Deusto, pero llega COU y Juan María Uriarte nos da una charla. Al final el obispo pregunta si alguno estaría dispuesto a ser cura. Tres levantamos la mano». De esta forma el joven que subía el Ganeko en dos horas y media, iniciaba el ascenso a otro monte. El espiritual. Era 1975. Marcamos la fecha, aunque Segura insiste en que hubo otras señales. Como tener un tío misionero en Brasil, cuya influencia fue evidente. O que ama y amama fueran profundamente religiosas. «Amama me solía llevar a la exposición del Santísimo en San Vicente. Si me portaba bien me compraba un bollo». Que infancia sin pecado de azúcar ni es infancia ni es vida. Ya vendrían días menos dulces. Aunque los recorre sin reproches. Puede que ayude su carrera de Psicología.
Tras entrar con 17 años en el seminario fue la opción laica elegida. Mientras charlamos desvela que ese mismo día tiene una comida con sus antiguos compañeros. La primera promoción, por cierto. Les imagino recordando tardes por Luzarra y aquel Deusto en el que Joseba vivió. O en Arangoiti, donde conocen su labor. Pero más allá del cura está el hombre. Y así descubrimos una fotografía donde aparece junto al camión de su padre, acompañado de la familia.
Ese vehículo que primero fue un Ford del 53 con volante a la derecha, comprado en una subasta de Barcelona y luego un Ebro 550. Era lógico que el mayor se sacara pronto el carné y ayudara al padre. Nada es fácil. En 1992 peleó por el doctorado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts de Boston. Competía por la beca, trabajó y estudió. «A veces me preguntaba qué hago aquí», proclama sincero. Y lo aclara todo. Tan importante es alimentar el alma como el estómago del pobre. Por eso, tras dirigir Cáritas Bilbao, pone en marcha el banco social Fiare, que deja para gestionar el Hospital de la Diócesis de Riobamba en Ecuador. Aunque mantiene que todo barrio es planeta. Y regresó a Txurdinaga y Otxarkoaga.
A veces la labor más necesaria está muy cerca. En el monte de la infancia. Al fin y al cabo, en su ascender siempre llevó por mochila los principios de un niño de Rekalde al que enseñaron el inmenso valor de la humildad.
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