Afectados por el incendio de Lemoa: «El número 15 ya no existe»
Afectados por el incendio de Lemoa y vecinos de los inmuebles cercanos relatan lo ocurrido y sus consecuencias: «Ahora solo quiero pasar página»
Un repartidor deja paquetes en uno de los negocios del número 17 y, antes de volver a la furgoneta, se acerca a echar un vistazo ... al solar de al lado. Deja escapar un silbidito.
- Buf, ¡el número 15 ya no existe!
Tiene razón. El número 15 de la calle de la Estación, en Lemoa, es ahora un enorme agujero donde se afanan los bomberos y los desescombradores. El incendio registrado durante la madrugada del miércoles provocó el derrumbe completo del inmueble, que en sus viejos tiempos llegó a albergar un cine, y ha dejado un escenario humeante de resonancias bélicas, como si allí hubiese ocurrido un bombardeo. Entre los cascotes se distinguen restos de las empresas que funcionaban en las dos primeras plantas -una recicladora de plásticos y un taller de automóviles- y también de las viviendas de alquiler del piso superior: en medio de la destrucción se reconoce un tubo de escape, una placa vitrocerámica, un cuaderno azul de espiral...
«También es mala suerte que, el martes por la tarde, estuvieron descargando un tráiler de plásticos»
La calle está encajonada entre las vías del tren y el Ibaizabal. Desde el otro lado del río, entre los árboles, se ve la cascada de ladrillos, hormigón, metales y diversos objetos que se ha precipitado al río, incluido un automóvil destrozado. En aquella margen vive Josu Pérez, un joven que fue el primero en avisar al servicio de emergencias el martes por la noche: «Me despertaron los perros, miré y vi como dos hogueras encendidas. Pensé que era una fogatilla, así que llamé al 112 y les dije que debía de haber un árbol quemándose. Diez minutos después tuve que volver a llamar para avisar de que era un incendio en un sitio donde vivía gente, que se diesen prisa», relata.
Dentro del inmueble, más o menos a esa hora, algunos residentes también empezaban a descubrir lo que estaba ocurriendo. Javi García llevaba un par de meses afincado en la buhardilla, una vivienda pequeñita y un poco agobiante donde sobrellevó como pudo los rigores de la ola de calor, y se despertó en mitad de la noche. «Fui el primero del bloque que se dio cuenta. Me desperté porque olía a quemado y pensé que era mi casa. Justo entonces, se fue la luz. Encendí la linterna del móvil, comprobé que no era mi casa, bajé y vi el fuego y el humo», recuerda. El susto sería tremendo... «No, miedo no sentí, creo que porque no me dio tiempo. Solo me asusté en el momento de despertarme y notar el olor: cuando vi el fuego, ni se me pasó por la cabeza que iba a quemarse toda la casa y se iba a venir abajo, qué va».
- ¿Qué se llevó?
- La cartera y las llaves del coche, no me dio tiempo a más.
«He perdido la ropa, el ordenador, un teléfono... Era una casa pequeñita y eran las cosas que tenía»
- ¿Y qué perdió en el fuego y el desplome?
- La ropa, el ordenador, un iPad, un teléfono, un reloj... ¡No quiero ni pensarlo! Era una casita pequeña y esas eran las cosas que tenía. Y me pegué una buena agobiada a cuenta del coche, que lo tenía aparcado un poco más adelante y pensé que también lo perdía: después tuve que darle una buena limpieza, por la ceniza.
Javi fue uno de los nueve evacuados de ese bloque y está alojado en el cercano hostal Amorrortu. Dos días después del suceso, insiste en repartir agradecimientos: al Ayuntamiento («de un día a otro no pueden hacer milagros, y esto sucedió a las dos y yo ya tenía dónde dormir a las cinco de la mañana»), al encargado de su trabajo en Zalla («se está portando muy bien») y a Eneritz e Iraide, dos chicas del barrio que estuvieron aquella noche echando una mano a los afectados. «Me llamó la atención que, siendo casi unas niñas, tuvieran tanta humanidad. Ahora acaban de llamarme para decirme que uno de Amorebieta ha donado ropa, que qué talla uso».
Otra experiencia mala
Iraide, una de aquellas chicas, ha quedado para tomarse un café con Javi en el bar del hostal Amorrortu. «Yo estaba dormida aquella noche, pero me llamó una amiga. Bajé a ver y vi que había fuego en la Opel», dice, utilizando el nombre con el que muchos vecinos siguen designando al edificio ahora hundido, que también estuvo ocupado por un concesionario de la marca alemana. Iraide y su amiga Eneritz estuvieron ayudando en lo que pudieron y Javi se lo quiere agradecer en persona: «En un momento tan jodido, esas cosas se aprecian mogollón. Yo me iré de aquí, pero el contacto no lo quiero perder. Ahora solo quiero pasar página, cruzar rápido este río que es muy duro: llevo toda la vida luchando y esto ha sido otra experiencia mala».
En el número 17, justo al lado de ese revoltijo ennegrecido que ocupa el hueco del 15, se levanta un edificio mucho más moderno pero similar en su estructura, que también combina locales industriales y viviendas. También de allí fueron evacuados los residentes, por miedo a que las llamas se propagasen hasta sus casas. El jueves por la tarde, se les permitió regresar a sus domicilios, pero en un primer momento solo volvieron Ibon Martínez y su familia, es decir, su mujer, su hija y sus cinco perros. «Tuvimos que salir todos corriendo como liebres -resume-. También es mala suerte que, justo el martes por la tarde, habían estado descargando un tráiler de plásticos».
La mayor de las vecinas de ese bloque, Begoña Unamuno, llega acompañada por su hijo a recoger algunos enseres de casa: «No voy a volver mientras no se disipen este humo y este olor», dice la mujer, todavía un poco asombrada de sí misma por la calma con la que afrontó la evacuación: «Suelo ser muy agobiada y nerviosa, pero en aquel momento estaba tranquila, plana. Había un humo denso, negro, como en las películas de catástrofes, y se veía el reflejo de las llamas. La pena es la gente que vivía ahí, en el 15. ¡Ha desaparecido entero!».
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