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Muchas veces, los forasteros nos redescubren el ascensor de Begoña a los bilbaínos, que estamos demasiado acostumbrados a verlo ahí como para apreciar con justicia ... su condición de edificio extraordinario. Vamos mostrando a las visitas el Guggenheim, el Arriaga, la Torre Iberdrola, y de pronto nos interrumpen mirando fijamente hacia otro lado: «Todo eso está muy bien, pero... ¿aquello qué es?». Y señalan, cómo no, a la orgullosa vertical que despega desde el Casco Viejo y traza un ángulo recto, como estirando el brazo para tocar la montaña. En la última década, además, nos hemos visto obligados a explicarles que en realidad estaban contemplando un fantasma, porque la disputa judicial entre la concesionaria y el Gobierno vasco mantiene parado el ascensor –o, mejor, los ascensores, porque son dos– desde 2014. Ahora, el final del litigio ha abierto por fin la puerta a su rehabilitación y puesta en marcha.
Si hoy nos sigue chocando su esencial rareza, podemos imaginar la impresión que causó el ascensor en los bilbaínos de 1947, cuando se inauguró. «Es, desde luego, airosa esa nueva torre que le ha brotado a la perspectiva del Arenal. Llegará a ser con el tiempo un punto clásico de referencia en la estampa bilbaína», pronosticaba entonces un periodista de EL CORREO. En aquel momento, la torre de 54 metros estaba rematada por un anuncio luminoso, que de noche parecía flotar en el aire y daba la impresión de estar situado aún más arriba: «Por la noche, al menos, esa torre es más alta que la torre Eiffel», exageraba bilbaínamente el autor de aquella crónica, que sintetizaba muy bien su doble impacto en la vida ciudadana: por un lado, el «ascensor providencial» estaba llamado a ahorrar «muchas fatigas» a los vecinos que hasta entonces tenían que emplear las Calzadas de Mallona para subir a sus domicilios o a la basílica; por otro, iba a dinamizar la zona como destino de excursiones para disfrutar del «panorama extensísimo».
El creador del ascensor de Begoña fue el arquitecto Rafael Fontán, que dejó en Bilbao unas cuantas construcciones memorables más, como el Edificio Central de Oficinas (en la calle Diputación), el edificio Venero y Guijarro (en Alameda Urquijo) o el hotel Almirante (hoy el Nyx, en El Arenal). «Mi abuelo era muy buen tipo, nada engreído: nunca se dio aires de arquitecto bueno», evoca su nieto José Fontán, al frente del estudio que el aitite fundó hace un siglo.
Descendiente de un gallego que vino a hacer el servicio militar y de una verdulera de Lasarte, Rafael Fontán nació en Somera en 1898, destacó muy pronto en dibujo, se empeñó en estudiar Arquitectura (aunque trataban de disuadirle con el argumento de que era una «carrera para ricos») y lo consiguió gracias al apoyo de su madre viuda, amiga de la madre de Unamuno. En 1925, el mismo año que abrió el estudio, Rafael se casó con una Orive, de la familia que se hizo famosa por fabricar el Licor del Polo, con la que tendría doce hijos. Murió en 1986.
Otras tres obras de Rafael Fontán en Bilbao
«Presenta una mezcla de racionalismo con art decó, en esas columnas estriadas. Las ventanas de la esquina son muy potentes», comenta José Fontán, que también cita las esculturas que lo adornan y las carpinterías de acero. «Está muy bien diseñado para que se conserve».
«Se trata de un edificio de viviendas de ladrillo caravista. Es racionalista, con un torreón casi expresionista: en los planos se puede apreciar el detalle, lo pensadas que tenía las cosas», elogia José a su abuelo.
«Es una muestra de la fase de su producción que corresponde al historicismo de posguerra», explica José.
«Era aficionado a construir cometas y rosarios, muy religioso y muy familiar: cuando se instalaron en Marqués del Puerto, tenía la casa en el número 11 y el estudio en el 13, y se hizo una puertita y unos peldaños para pasar en pijama de un lado al otro», relata José. Como arquitecto, Rafael Fontán comenzó en el art decó, para dedicarse después a construir casas unifamiliares de estilo neovasco, muy de moda entonces. A continuación pasó al racionalismo, seguramente la parte más interesante de su producción, y después lo combinó con el historicismo de posguerra, tan apreciado por las autoridades franquistas.
El ascensor de Begoña, aunque puede encuadrarse en esa evolución, no deja de tener mucho de anomalía. «En él se puede apreciar cómo mantuvo el racionalismo, con un diseño muy potente y elementos art decó en la decoración, y yo siempre he visto ahí cierto presagio del brutalismo: entonces no había muchos edificios donde se dejara el hormigón desnudo, todavía hoy la gente no está habituada a ello. Yo creo que lo hizo por el mantenimiento», analiza José, que elogia la valentía de su abuelo: «En los años 40, era arriesgado hacer un edificio que no fuera historicista. El planteamiento en sí es arriesgado, y eso puede ser bueno o malo, pero yo creo que acertó: quedó una pieza arquitectónica de nivel europeo, un hito en la ciudad. Dicen que se inspiró en ascensores suizos de los años 30, pero yo no los he encontrado». Rafael debió asumir, además, la dificultad añadida de integrar su obra en un edificio ya existente de la calle Esperanza.
Precisamente, hace algún tiempo José Fontán tuvo que hacer un trabajo en ese inmueble que sirve de 'plataforma de despegue' para el emblemático ascensor, que entonces ya llevaba años parado. «En una de las terrazas había cascotes de hormigón que caían de la estructura. Yo me imaginaba lo peor, temía que acabasen derribándolo todo, pero lo cierto es que tampoco habría sido tan fácil ni tan barato hacer eso. El hecho de que se vuelva a utilizar es bueno para Bilbao y para la humanidad: ¡ya basta de destruir patrimonio!», aplaude el arquitecto, que, cuando preparaba un libro sobre su abuelo, tuvo ocasión de bajar por la angosta escalera que recorre la estructura, uno de esos rincones secretos que salpican Bilbao.
Por supuesto, a José le encantaría tomar parte en la rehabilitación que afronta ahora el Gobierno vasco, con el propósito de ceder después la instalación al Ayuntamiento y que se integre en la red municipal de ascensores gratuitos. ¿Cómo cree que estará la estructura al cabo de todos estos años de abandono? «Si se quiere hacer bien, hay que plantear un tratamiento del hormigón, de recubrimiento de armaduras. La restauración requerirá un andamio, quizá descolgándose, porque debajo hay edificios. Está muy bien que vuelva a utilizarse, porque un edificio en uso se mantiene».
1947 Apertura
Los ascensores de Begoña se inauguran el 31 de julio. Ya existía el antecedente del elevador Iturribide-Solokoetxe, construido en 1935. El arquitecto Rafael Fontán diseñó para Begoña una icónica torre de hormigón armado de 54 metros con una pasarela superior apoyada en vigas y pilares. La construcción costó 2,7 millones de pesetas y la parte mecánica, 651.734. La concesión se otorgó por 99 años.
1996 Crisis
La inauguración del ascensor que enlaza la estación de metro del Casco Viejo con el barrio de La Cruz marca un punto de inflexión en la historia del elevador de Begoña, que experimenta un progresivo descenso de usuarios.
2014 Cierre y conflicto
El 8 de julio, los ascensores echan el cierre. Arranca ahí un proceso judicial que ha enfrentado a la empresa concesionaria (que culpaba a las instituciones de haber traicionado las condiciones del acuerdo original y provocar así sus pérdidas) y el Gobierno vasco.
2025 Luz verde
El Supremo pone fin al litigio y establece que el Gobierno vasco ha de abonar dos millones de euros, con los que la empresa saldará sus deudas con el Ayuntamiento y los trabajadores. Después, según los planes anunciados, el Ejecutivo tiene previsto reformar los ascensores y entregarlos al Consistorio para su puesta en marcha como parte de la red gratuita.
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