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De izquierda a derecha Juan Garai, Juan Sautua, Juana Durana y Blanca Basterra. I. G. U.

La historia viviente de Orozko

Recuerdos. ·

Cuatro vecinos que han participado en un proyecto de memoria oral sobre el municipio se sientan con EL CORREO para compartir sus vivencias

Viernes, 4 de julio 2025, 16:32

Decía Octavio Paz que «la memoria no es lo que recordamos, sino lo que nos recuerda, un presente que nunca acaba de pasar». La cita del poeta mexicano se entiende mejor sentado junto a Blanca Basterra Aguirre, Juana Durana Olaguenaga, Juan Sautua Zaballa y Juan Garai Larrea. Cuando estos cuatro vecinos de Orozko, con edades que oscilan entre los 88 y los 90 años, hablan sobre su infancia, sus años en la escuela o la relación con sus padres y abuelos, uno siente que las décadas pasadas desde aquellos momentos quedan difuminadas y que por un momento están de vuelta en el pueblo que les vio nacer.

Un año atrás, Iñaki García Uribe, etnógrafo de la sociedad Aranzadi y vecino de Orozko, propuso al Ayuntamiento de la localidad la posibilidad de realizar un proyecto en colaboración con la empresa Labrit Patrimonio. Se trataba de un trabajo de memoria oral, consistente en realizar entrevistas en formato audiovisual con vecinos de avanzada edad que pudieran relatar sus vidas y recuerdos sobre su pueblo y los cambios que ha experimentado en las últimas décadas. El resultado: 22 horas de grabación que constan de 559 pasajes o fragmentos que ya han sido incorporados al archivo del Consistorio como testimonio vivo del Orozko del siglo pasado.

Cuatro de los vecinos que participaron en el proyecto aceptaron la invitación de este periódico para conversar sobre sus vivencias, un encuentro que contó con la colaboración del Ayuntamiento, que cedió para ello el salón de plenos municipal.

«Uno de mis primeros recuerdos es cuando vino a Orozko el volatinero. Yo tendría once años y él era un artista y un comediante, de esos que andaba por alambres. En una de sus bromas se quitó primero el pantalón, y luego el calzoncillo. La gente gritó, pero debajo había otro pantalón. Nos reímos mucho», cuenta Juan Sautua. Entre los juegos de infancia Blanca Basterra recuerda las partidas de escondite en torno al pórtico de la iglesia. Juan Garai, a él y sus amigos saltando de un árbol a otro Juana Durana, en cambio, dedicaba mucho tiempo a las tabas y a la pelota. «No es como ahora que todo es con juguetes, entonces con cualquier cosa te divertías», destaca.

La ermita de San Anton, patrón de Orozko, fue derribada en los años 60 para construir un vial. I. G. U.

Sobre la escuela los recuerdos son dispares. «A mi me tocó una maestra que era mala no, peor. Un día le pegó tal paliza a una chica que volví a casa y le dije a mi aita que no quería volver más. Y no volví», recuerda Durana. Luego me cambié a uno de monjas, aunque ellas venían de Castilla y yo no sabía hablar castellano. Aún así fueron como unas madres para nosotros», señala. Garai recuerda principalmente algunas trastadas habituales. «Solíamos jugar a saltar las mesas, alguno casi se rompió la nariz varias veces», explica con una sonrisa. Para él, el idioma también fue una barrera importante. «Cuando estaba en la mili tenía que pensar primero en euskera y luego decirlo en castellano», cuenta. Juan Sautua y Blanca Basterra, disfrutaron mucho del colegio al que iban juntos. Basterra, en un alarde de memoria, recordaba el nombre y la procedencia de las tres maestras que tuvieron. «Doña Pilar de Zaragoza, doña Berta de Soria y doña Juanita de Bilbao, todas nos trataron muy bien», destaca.

La vida en el caserío

Todas sus familias se dedicaban a la ganadería y a la agricultura, y desde muy jóvenes a ellos les tocó colaborar en sus hogares. Una actividad que desempeñaron el resto de su vida. «Todo el día sin parar, cortando leña, segando la hierba o labrando la tierra», señala Basterra. «Nosotros teníamos muchos animales y había que ordeñarlos para hacer quesos», explica. A pesar de la exigencia de aquellas labores, las recuerdan con alegría. «Yo sigo todo el día con la azada», afirma.

A la hora de comer Durana rememora los grandes pucheros en torno a una mesa siempre abarrotada. «Ahora tocas un botón y ya puedes cocinar, yo admiro verdaderamente a mi madre y como se movía en aquellos fuegos bajos», señala. En cuanto al menú, Sautua destaca la escasa variedad. «De lunes a sábado alubias, los domingos, que eran especiales, quizás pollo o zancarrón con tomate», explica. «Nosotros no pasamos hambre pero para la gente que no tenía caserío fue muy difícil», cuenta.

Para algunos la luz eléctrica y el agua corriente fueron lujos que llegaron más tarde. «En mi casa no tuvimos luz hasta que yo tenía quince años. Y para lavar o coger agua había que ir al río», explica Basterra. La represión posterior a la guerra también les afectó. «En función de la tierra que tuvieras había que entregar al sindicato una cantidad de patatas y de trigo», destaca Sautua. «Se hicieron muchas injusticias en aquella época», señala Durana. A pesar de las penalidades, todos ellos recuerdan su pasado con una sonrisa. «Éramos igual de felices que los de ahora», afirma Durana.

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