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Repélega abraza a Vitori
Cientos de vecinos del barrio portugalujo desafían al temporal para celebrar su victoria sobre los okupas
Las aventuras de Astérix siempre acababan con una comilona fenomenal que parecía celebrar no tanto la victoria sobre los romanos -que también- como el mantenimiento ... de ese vínculo invisible que une a un grupo de personas y que lo hace inexpugnable frente al invasor. El sentido de pertenencia al grupo. La tribu. En este caso, la aldea de irreductibles galos es Repélega. El barrio portugalujo se juntó este sábado en torno a una parrillada para arropar a Vitori y felicitarse por haber demostrado que el compromiso de todos puede marcar la diferencia. Solucionar problemas.
El problema en este caso fue que dos mujeres parapetadas tras cuatro niños ocuparon la casa de Victoria de Castro, en el grupo El Progreso, cuando ella se había ausentado durante unos días. Conmovió la fragilidad de esta mujer de 94 años y su estupefacción ante lo que le estaba ocurriendo. Así que sus vecinos se movilizaron. También otros que no eran sus vecinos. Y el día 17 de octubre cientos de personas se concentraron frente a su casa para exigir la salida de las usurpadoras. Aquello se convirtió en turba, la Ertzaintza tuvo que desplegar cinco furgones y veinte efectivos y, finalmente, las okupas, intimidadas, abandonaron el inmueble.
Quizás no fue la manera más ortodoxa de solucionar el asunto, pero en Repélega están orgullosos de haberse activado frente a la injusticia y haber conseguido resultados. Para celebrarlo, este sábado organizaron una parrillada de agradecimiento al barrio, de homenaje a Vitori y, en fin, de celebración, porque «qué bonito es ver a la gente unida». Lo decía Toño, que vive junto a la casa de Vitori y que percibe un antes y un después de todo esto. Un regreso al sentido de comunidad. «Vamos a intentar recuperar las fiestas del barrio, la Virgen del Rosario. Tenemos que estar unidos para lo bueno y para lo malo. Eso es lo más importante».
El gentío que se congregó este sábado tenía mérito doble porque soportó un temporal imponente. Arreció la lluvia casi cada minuto desde que, a las seis de la tarde, se había convocado al personal para la parrillada. Había txistorra, panceta, fruta, refrescos, vino... Todos pusieron de su parte. También un buen puñado de tiendas y bares de la zona. Era curioso ver cómo los goterones cortaban la atmósfera cargada de humo y como la gente, niños y viejos, bailaba y comía bajo un océano de paraguas abiertos y chorreantes.
La casa del padre
«No me merezco todo esto, toda esta gente...», decía Vitori. «¡Qué sí!», le gritaban. Al menos, como mínimo resarcimiento por el disgusto que se llevó. ¿Compensa esta calidez todo lo que ha pasado? «No», decía su hermana Avelina. Y contaba lo que habían sufrido. Cómo los sobrinos de Vitori tuvieron que limpiar con mascarillas el interior de lo que había sido su hogar. Cómo habían desaparecido todas las cosas de valor. Y cómo aparecieron en el patio, entre el lodo, amontonadas, fotos familiares, figuritas, cuadros, ropa... Camisones de esos que la mujer guardaba por si tenía que ir al hospital. Lo que sobrevivió al saqueo. Pero, sobre todo, les angustia saber que un grupo de extraños invadió esa parcela de intimidad construida hace casi ochenta años por su padre. «Yo nací en 1933; era muy pequeña, pero le recuerdo sacando la tierra del sótano con sus manos».
Bajo un toldo, Javier de las Heras, artista de Sestao, pintaba un retrato de Vitori que este domingo se instalará en la fachada de su casa. «Esta es una lucha más que digna», sentenciaba. Además, «lo que le pasó a ella nos podría haber pasado a cualquiera», apuntaba Amparo, que vive «ahí mismo, a la vuelta de la esquina».
En esta fiesta no amordazaron al bardo como hacían los galos. Aquí estaba Sócrates, individuo resuelto, quien cantó, bailó y pinchó música animada con ecos italianos. También se repartió la pócima mágica, que no salía de una marmita, sino que era una especie de sensación, de cosquilleo. La alegría de cuando la gente se preocupa por sus vecinos.
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