Las máquinas entran en Gatika para construir el tramo final del cable submarino con Francia
Las excavadoras trabajan ya pese a que Red Eléctrica no ha alcanzado acuerdo alguno con 13 propietarios que se oponen a la expropiación
El gran apagón del pasado 28 de abril en España ha hecho que el foco de atención se haya puesto sobre Redeia, la denominación desde ... 2022 de la tradicional Red Eléctrica, la empresa de capital público que se encarga desde hace décadas de la gestión y transporte del fluido eléctrico en el territorio nacional. Y uno de los grandes proyectos en los que está inmersa la compañía tiene como escenario Bizkaia. En concreto, el pequeño pueblo de Gatika, donde residen 1.600 personas. Allí, Redeia está construyendo una gran estación conversora de electricidad. Esta infraestructura se encargará de transformar de continua a alterna la electricidad que llegue o salga de la península en dirección a Francia, a través de un grueso cable submarino (en realidad serán cuatro hilos: dos por enlace).
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«Sabemos que es una lucha de David contra Goliath», dicen los vecinos
Esta línea atravesará el Golfo de Vizcaya hasta Cabrepton por el fondo marino, a lo largo de 370 kilómetros. Si los promotores de esta nueva interconexión entre España y Francia le conferían antes un papel muy relevante, desde la caída de la red a finales del mes pasado su importancia se ha tornado en capital. «Se han demostrado dos cosas: que somos una isla energética y que necesitamos construir más infraestructuras de intercambio con Europa», afirma Antonio González Urquijo, delegado de Redeia en la zona norte. Y esta infraestructura está pensada para transportar hasta 2.000 MW de energía.
Unir Bizkaia y Capbreton con un cable submarino de alta tensión es un desafío técnico mayúsculo que cuenta con un presupuesto de 2.850 millones de euros. Es un megaproyecto dividido en varios retos y piezas concretas: la propia construcción del cable, su tendido por el mar Cantábrico, la estación conversora, su desembarco en Bizkaia a la altura de la inoperativa planta nuclear de Lemoiz y su conexión con Gatika. Son todo pedazos de un puzzle que se tiene que ensamblar, a más tardar, a finales de 2027 porque en 2028 se quieren hacer las pruebas y que la interconexión comience a funcionar para que España y Francia puedan intercambiar electricidad en función de su producción y sus necesidades.
El plan, sin embargo, ha encontrado una tenaz resistencia en el valle que separa Lemoiz de la central conversora. En este teatro de operaciones (Maruri también se verá afectada) hay que tender una línea subterránea de 13 kilómetros. «Sin esta pieza, el cable no tiene sentido y no podrá entrar en servicio», avisa González Urquijo. Y, aunque el 73% de los propietarios de terrenos que hay que expropiar han llegado a un acuerdo amistoso con Redeia para vender parte de sus fincas, 13 dueños de parcelas se oponen abiertamente a que el cable atraviese sus dominios. Se resisten a firmar las actas de ocupación.
Las cifras
13 kilómetros
tendrá la línea de alta tensión soterrada que unirá la estación conversora con el mar, en Lemoiz, a donde llegará el cable submarino. El tramo de Gatika y Maruri es imprescindible para llevar la nueva interconexión eléctrica entre España y Francia a buen puerto.
2.850 millones
cuesta el proyecto global del cable submarino.
2028 es la fecha
en la que se espera que entre en servicio el cable submarino.
Ambas partes llevan jugando varios meses al gato y al ratón. Desde noviembre. Pero esta semana, Redeia ha decidido dar un paso más y ha entrado en las huertas con las excavadoras, lo que ha deparado algunas escenas de tensión. «Ya no podemos esperar más», se justifica el responsable de la compañía. «Si no empezamos ya, corremos el riesgo de no cumplir los plazos en esta parte de la obra, lo que retrasaría todo el conjunto». Lo cierto es que las orugas de las máquinas pesadas han dejado un rastro marrón, reflejo del destrozo realizado sobre los verdes prados de Gatika. La obra está causando importantes cicatrices en esta localidad rural y residencial. No solo en el paisaje, sino también en la percepción de los residentes, porque se trata de un pueblo acostumbrado a la tranquilidad y no al «continuo» trasiego de camiones. Denuncian también «el elevado ruido que sufriremos por la actividad de la conversora».
Redeia insiste en que cuenta con todos los permisos y parabienes legales. «El proyecto es prioritario, cuenta con fondos europeos y ha sido declarado de utilidad pública, así que estamos facultados para entrar en los terrenos», apunta. «Ya lo estábamos desde noviembre pasado pero nos dimos un margen para intentar buscar un entendimiento».
«Vienen avasallando»
Algunos vecinos tienen una visión diametralmente opuesta. «La empresa constructora ha entrado como un elefante en una cacharrería. Pero no es algo nuevo. Todo esto viene desde 2017. Han actuado sin respetar nada, avasallando, excediendo los límites del proyecto... Esto hay que vivirlo para saber las molestias que nos están causando», asegura Txutxi, que es el portavoz del colectivo Boluntak, una especie de patrulla que vigila que las máquinas y obreros no realicen destrozos. «Sólo somos un grupo de jubilados, pero tenemos una presencia casi constante», asegura, mientras se ajusta el chaleco amarillo fosforito que visten los Boluntak.
Su labor ha arraigado. Reciben avisos recurrentes en el móvil de otros vecinos afectados por el paso de camiones de los trabajos de la conversora, que está muy avanzada. Y todos los lunes emiten un informe semanal que trasladan al Consistorio. Hasta la propia Redeia agradece, en ocasiones, su dedicación. «Hemos hablado hasta la saciedad con Txutxi y su gente. Y también es cierto que hemos recogido algunas ideas, aportaciones y peticiones que nos han hecho y que después nos han resultado útiles a la hora de ejecutar las obras», señala el responsable de Red Eléctrica en el norte de España. «Y seguiremos hablando y colaborando, pero también es verdad que no podemos retrasar más el momento de empezar la zanja por la que discurrirá el cable desde el mar hasta la conversora. No queda margen de tiempo», añade González Urquijo. Txutxi, por su parte, sostiene que el grupo va a seguir operativo y que estrechará aún más su vigilancia. «Esto no ha acabado», advierte.
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