«Pensaba que, vivo o muerto, iba a ser yo quien encontrase a mi padre»
Luis Freire llevaba desaparecido desde el 26 de junio 2019, cuando salió de su casa, en la zona de Arabella. Sufría demencia senil y principio de alzhéimer
MARINA LEÓN
Sábado, 27 de junio 2020
«Estoy tranquilo, aunque el dolor no desaparece». Así define Aitor Freire su estado de ánimo tras recibir el jueves pasado la más temida ... de las certificaciones posibles a través de una llamada policial. La Ertzaintza le confirmó que el cadáver hallado hacía unos días en un acceso al Pagasarri era el de su padre Luis, un vecino del bilbaíno barrio de Arabella de 85 años que llevaba desaparecido exactamente un año. «Pensaba que, vivo o muerto, iba a ser yo quien encontrase a mi padre», confesaba ayer Aitor en una conversación con este periódico, en la que repasa la angustia vivida por la familia en este tiempo y, sobre todo, «el silencio» provocado por la ausencia.
Roto el pasado 8 de junio, cuando la Policía encontró los restos mortales de una persona de edad avanzada en la zona de Beiti -en un paraje alejado del sendero-. Se trata de un entorno rural de Larraskitu situado detrás de Iberdrola. Junto al cadáver, había objetos personales. «Me enseñaron unas fotografías del cuerpo en las que distinguí el reloj de mi aita, sus zapatillas y un cinturón», explica ahora Aitor. También apareció una medalla de teleasistencia que utilizan las personas mayores con cierto nivel de dependencia, pero al comprobar el número no coincidía con los datos de Luis Freire, que sufría demencia senil y principio de alzhéimer.
«Le dije a la Policía que mi madre tiene la misma medalla». Tras cotejar ambas, comprobaron que la que llevaba el desaparecido pertenecía a su mujer. «Se las habían intercambiado sin querer». A partir de ese momento se analizaron las muestras de ADN que resultaron positivas y culminaron con la confirmación anunciada el jueves.
Esta noticia ha traído «cierta calma» a la familia, «pero no deja de doler porque, aunque quieras pensar que ha muerto, siempre queda una pequeña esperanza, algo a lo que agarrarse», lamentan. Tanto Aitor como sus padres residen en Arabella, un barrio alto situado lejos de la subida al Paga donde fue encontrado el cuerpo de su familiar. En un principio, una serie de pistas dirigieron las investigaciones hasta el parque de La Peña. «Había un señor que afirmaba haberle visto. Imaginamos que desde ahí subió hasta donde le hallaron, pero no nos deja de extrañar, no frecuentaba esa zona».
Luis Freire, que sufría demencia senil, saliócon intención de ir a la peluquería y nunca llegó
La desaparición
«No deja de doler porque, aunque quieras pensar que ha muerto, siempre queda una esperanza»
El hijo
Luis desapareció un 26 de junio de 2019. Salió de su casa sobre las diez de la mañana con intención de ir a la peluquería, pero nunca llegó allí. Aitor comentaba a este periódico 15 días después que su padre era un hombre de costumbres: «Siempre hacía lo mismo, se levantaba, desayunaba y bajaba a dar un paseo». En los últimos tiempos había sufrido pequeñas distracciones. «Iba a por el pan y se le olvidaba o no encontraba los zapatos». Su mujer le ayudaba con todo. «Al final era como un bebé, carecía de autonomía». El día de la desaparición, Luis tenía una herida abierta en un brazo que precisaba de cura cada 48 horas.
Las pistas, leves, iban surgiendo. En unas imágenes tomadas por las cámaras de Metro Bilbao se veía a una persona que coincidía con la descripción del desaparecido en el ascensor de Begoña, en el Casco Viejo. «Se observa cómo baja, sube y vuelve a bajar, ahí se aprecia que está desorientado», cuenta su hijo.
Carteles en Miribilla
A partir de ahí, la Ertzaintza centró la búsqueda en la ría, entre otras zonas, sin éxito. «Pusimos carteles por todos partes, incluso en Miribilla, a unos cientos de metros de distancia de la zona en la que finalmente le han encontrado», relatan.
Tanto Aitor como sus hermanos y el resto de la familia desean que la odisea termine. «Queremos enterrarle y empezar de nuevo, porque no queda otra». Las causas concretas del fallecimiento aún se desconocen. «Esperaremos a que nos digan algo, si ha sido una muerte natural o qué es lo que realmente ha ocurrido, eso si consiguen averiguarlo a través de la autopsia claro», señalan.
Aitor confiesa que «lo más duro» de este último año ha sido «el silencio total, ni una pista ni una llamada, nada», que pudiera dar con el paradero de su padre. «He tenido durante mucho tiempo el pensamiento recurrente de que iba a ser yo quien le iba a encontrar, con o sin vida», confiesa. Tras el hallazgo, sólo queda el recuerdo y «olvidar pronto el último año».
«Si ven a una persona mayor sola, tiéndanle la mano»
«Quiero cerrar la historia de mi padre, pero ojalá este tipo de casos no se vuelvan a repetir», subraya Aitor. En medio de esta vorágine que viven los más cercanos a Luis Freire, que se encuentran aún asimilando lo sucedido, su hijo hace un llamamiento a la ciudadanía para destacar «la necesidad de cuidar a nuestros mayores». En la zona en la que reside esta familia, aseguran que hay una gran cantidad de personas de avanzada edad: «Este es un barrio tranquilo, pero aun así no te libras de que puedan pasar cosas como esta», detalla uno de los familiares.
«Estoy aquí ahora mismo porque, aunque sé que a mi padre nadie lo va a traer de vuelta, me gustaría que todos nos preocupásemos por la gente mayor que tenemos a nuestro alrededor», cuenta Aitor. «A raíz de lo que nos ha pasado, este tema me preocupa mucho más e intento decirles a amigos, vecinos y conocidos que estén muy pendientes de los mayores que tienen en casa», puntualiza. El elevado envejecimiento poblacional «les convierte en un colectivo totalmente invisible», detalla.
Por este motivo, la familia de Luis hace hincapié en prestar ayuda o «dar aviso a la policía cuando veas a un anciano solo. Porque si ves a un niño perdido te acercas y le preguntas por sus aitas, pero si ves a un señor caminando despistado o sentado solo en un banco durante un largo, generalmente continúas andando y esto tiene que cambiar», declara preocupado y lamenta que aquel día su padre no se cruzase con alguien que «le tendiese una mano».
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