«Llevo ocho meses encerrada en casa y siglos sin entrar en algunos cuartos porque no gira la silla»
A Rosa Martínez le detectaron esclerosis múltiple cuando tenía 34 años. El primer síntoma fue una visión borrosa, pero la enfermedad avanzó hasta dejarla en ... silla de ruedas. Puede levantarse, pero no andar, lo que le obliga a moverse de forma motorizada. Ahora tiene 53 años y lleva encerrada en su piso de Portugalete «ocho meses». El problema no es solo que la obra del ascensor no ha concluido (reside en un quinto), sino que además la comunidad ha instalado una escalera de espiral con la que tampoco puede bajar con una silla oruga. Desde agosto cuenta con la ayuda de una asistenta social, pero su mayor problema es que la falta de accesibilidad le impide ir al médico. «He tenido que aplazar la última cita porque no puedo salir. El mes que viene tengo que ir a ponerme un tratamiento que es esencial para frenar la enfermedad. Espero que la obra del ascensor esté terminada porque no sé cómo lo vamos a hacer sino», cuenta.
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Rosa vive sola junto a su mascota en una vivienda de 1966 que «tampoco está adaptada» a su movilidad. «He tenido que quitar la puerta de la cocina por los golpes que le daba con la silla de ruedas», dice. Su domicilio tiene dos habitaciones, pero en una de ellas «hace siglos que no entro». Es tan estrecha que no le permite girar la silla. Acceder al baño es otra odisea. «Tengo que levantarme a pulso para ir al váter. Además, no puedo ducharme sola porque ya me he caído dos veces y tengo miedo», cuenta. Lo que más teme es que esta enfermedad degenerativa avance sin freno. «Desde el último brote he caído en picado. Estar en casa no lo he llevado bien. Estuve enfadada con el mundo y necesité ayuda de una psicóloga para que me ayudase a sobrellevar la situación. Me dejé totalmente y me animó a ponerme guapa aunque estuviera encerrada».
Hacer accesible su vivienda no lo termina de ver factible por falta de fondos. «El Gobierno vasco ofrece subvenciones para rehabilitaciones, pero tenemos que adelantar el dinero y yo ahora no lo tengo. Acabamos de pagar 20.000 euros para la instalación del ascensor y me es completamente imposible. Lo que deberían hacer las administraciones es facilitar en estos casos el dinero antes», se queja.
Rosa vive en un quinto sin ascensor y no puede salir porque le han colocado una escalera en la que no cabe una silla oruga
Llamar a los bomberos
Rosa ha pasado en apenas unos años de servir pintxos en un bar y tener contacto diario con los clientes, a estar encerrada entre cuatro paredes durante más de medio año. «Parece mentira que esto siga pasando en el siglo XXI. Primero me movieron las citas médicas por la huelga de las ambulancias y ahora no puedo ir por problemas de accesibilidad. Si no me queda otra tendré que llamar a los bomberos, pero no es algo que me gustaría», lanza.
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