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Juan Bas, de paseo por la Plaza del Funicular de Artxanda. Ignacio Pérez

Juan Bas, premio Paseante: «Me gusta caminar sin rumbo, pero Bilbao es como el pasillo de mi casa»

El Ayuntamiento ha reconocido al escritor por «enriquecer la villa con su manera de vivir, disfrutando de ella, observándola y recorriéndola»

Martes, 23 de septiembre 2025, 01:09

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A todo el mundo le gusta decir que callejea mucho, pero lo de Juan Bas parece verdad de la buena, porque resulta muy probable cruzárselo por ahí a cualquier hora del día. A pocos personajes populares de Bilbao se los encuentra uno tan a menudo por la calle. Así que parece lógico y justo que el Ayuntamiento le entregase ayer el premio Paseante 2025, un reconocimiento encuadrado en la Semana Europea de la Movilidad que pretende «homenajear a quienes hacen de la villa un lugar más habitable». La teniente de alcalde, Nora Abete, agradeció al escritor que «haya enriquecido Bilbao con su manera de vivir, disfrutando de su ciudad, observándola y recorriéndola». Y el propio Bas apuntó una reflexión sobre el paseo como actividad humanizadora y civilizada que le había venido a la mente la víspera, mientras se daba un garbeo: «Me dije 'qué bien poder pasear en paz y libertad'. Porque en Gaza y en Ucrania te pueden volar la cabeza por ser un paseante».

–¿Qué nota le ponemos a Bilbao como ciudad para pasear?

–¡Bastante buena! El único problema, que en realidad no lo es, es que la conozco tan bien que pasear por Bilbao es como una prolongación de pasear por el pasillo de mi casa: no hay posibilidad de sorpresa a menos que pase algo inesperado en la calle. A mí me gusta la idea de pasear por ciudades que no conozco: dejarme llevar por el concepto de 'flâneur', de ir sin rumbo, sin nada prefijado. Pero, por supuesto, sigo disfrutando de Bilbao, que hoy en día es muy paseable.

–Y, cuando sale sin pensar, ¿por dónde le lleva el instinto?

–Yo vivo en el Casco Viejo y hago muchas veces el pequeño itinerario por Abandoibarra o, más a menudo, por Campo Volantín hasta el puente de La Salve, donde subo en el ascensor para seguir por el centro.

–Combina lo viejo y lo nuevo, entonces.

–Sí. Luego –sonríe–, yo soy muy de bares, y de bar a bar siempre voy caminando.

–¿Siente añoranzas de paseante, algo de antaño que eche de menos en el Bilbao de hoy?

–Como amante del cine negro que soy, en aquel Bilbao que ya no existe (y muy bien que no exista ya aquel Bilbao cochambroso, oscuro y herrumbroso) sí había una dimensión de paseo por la Margen Izquierda que ya no existe. Hoy se ha modernizado y es todo más estético, pero aquello no estaba mal para los que apreciamos un ambiente oscuro. Aunque de añoranza no podríamos hablar.

–¿Hay algún olor con el que le guste cruzarse en esos paseos?

–La hierba recién cortada en el parque y la calle después de la lluvia. Esos son universales: típico de Bilbao, ¡como no sea el de las rabas que sale de las tascas...! Sí tengo claro que me sobra de Bilbao algo de ruido: hay demasiados voceras. Toda España es ruidosa, se habla a gritos como si el otro estuviese muy lejos. Y no es porque me esté haciendo viejo: me ha aturdido siempre.

Perdido en Moscú

–Decía que, cuando visita por primera vez una ciudad, le resulta placentero ese riesgo de perderse...

–Y perderme, de hecho. En mi primer viaje a Moscú, me perdí tanto que tuve que llamar al Cervantes para que vinieran a buscarme. Además, allí nadie hablaba más que ruso y la sensación podía resultar un poco inquietante.

–Hoy los turistas suelen preferir el 'free tour'. Es para no perderse nada, pero... ¿se pierden algo, verdad?

–Claro, claro, esa posibilidad de ser un 'flâneur', de que te llame algo la atención y tirar por esa calle. Pero a la gente le gusta lo gregario, ir en grupo. Yo suelo verlos por la Plaza Nueva y a veces escucho cosas sorprendentes. A la gente le gusta y es una actividad pacífica: todo lo que no sea becerrada está bien.

–¿La vida moderna nos deja poco tiempo para pasear por pasear o son excusas que nos ponemos?

–Depende de la ocupación que tengas, claro.

–Sí, y a veces olvidamos que antes la gente trabajaba de sol a sol.

–Efectivamente. Mira la generación de la posguerra y la preguerra, sobre todo las mujeres: trabajaban desde que salía el sol hasta que se ponía y aún más allá, ¡qué iban a pasear!

–¿Algún paseo compartido que tenga grabado en la memoria?

–Uno muy específico. Lo cuento en mi libro más reciente, 'El pensamiento vuelve a la sangre'. Cuando Fernando Marías y yo hacíamos la serie de falsos documentales 'Páginas ocultas de la historia', teníamos la costumbre de idear los argumentos paseando. Hacíamos el mismo recorrido un día tras otro hasta dejar un argumento cerrado: íbamos en metro al Puerto Viejo de Algorta, de ahí a Portugalete y volvíamos en el tren de la Margen Izquierda. Aquellos paseos representan una época muy feliz.

–¿A uno se le ocurren más ideas paseando? ¿El movimiento estimula la imaginación?

–Con Fernando me pasaba. Y solo también, pero me distraigo más.

–¿Y algún paseo especialmente gozoso por otras ciudades?

–Hombre, la primera vez que fui a Londres: Trafalgar Square, el Soho, Hyde Park... La primera vez que fui a París: el Sena, los 'buquinistas', Notre-Dame al fondo... También hubo una época en la que paseé mucho Berlín, por la relación con la traductora alemana de mis libros. Toda ciudad es paseable, y no solo las ciudades: el paseo rural es muy agradable, muy placentero. Y, por supuesto, los grandes paseos al lado del mar.

–Usted ni siquiera tiene coche.

–Ni coche ni carné de conducir: utilizo, además del zapato, el transporte público y el taxi. Pero tengo que admitir que cada vez lo echo más de menos: no en Bilbao, claro, pero sí me habría gustado coger el coche e ir sin rumbo, al este, al oeste, donde sea. No sé por qué mucha gente o, mejor dicho, muchos hombres directores, guionistas o escritores no tenemos carné de conducir: Fernando Marías no tenía, Luis Marías no tiene, Pedro Almodóvar tampoco... Es como si la naturaleza se protegiera a sí misma, porque íbamos a ser muy peligrosos con un volante.

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