Esto no podría hacerse en Madrid o Barcelona, tanto por los futbolistas como por la gente». Fue la sentencia de Julio Salinas tras dejar su ... rúbrica. Nuestra tierra tiene sus defectos, pero la convivencia entre estrellas del balón y la ciudadanía es ejemplar. Por eso ha triunfado la idea del protagonista de hoy. Si quieren encontrarlo entren por el fosterito de Doctor Areilza, frente a Jesuitas y bajen a la estación de Indautxu. En la oficina del supervisor lo encontrarán. Y, a su vera, la idea que tuvo hace nueve años. Un muro con firmas de jugadores del Athletic de ayer y hoy. Esa fue la iniciativa de Juan Carlos Legorburu. Y por eso estas líneas.
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Nació en Mazarredo el 28 de febrero del 69, en una clínica que hoy es hotel. Hincó codos en Escolapios, para pasar después a la Formación Profesional y, desde hace 30 años, trabajar en el suburbano. Julio de 1995. Antes de que arrancara el primer viaje. Hizo prácticas, como el resto, en Euskotren. Le destinaron a Santutxu hasta que, hace 20 años, lo enviaron a Indautxu. Al saber de su iniciativa bajé a su reino. La primera firma no fue de un jugador. Manolo Delgado esperaba al metro cuando le pidió que dejara su firma. Ya son 70 los athleticzales que lo han hecho. El último, Villar. Entre uno y otro hay un largo recorrido rojiblanco. A veces los descubre en el andén, como pasó con Oscar de Marcos.
Pero la red de Legorburu es tan grande como su círculo de compañeros. Así llegó a oídos de Iribar. El Txopo es omnipresente. Bajó y firmó. Como todos, puso los años que jugó en el equipo, la firma y la fecha del día. Como Txetxu Rojo que acudió acompañado de su mujer Lourdes y se sorprendió, como todos, de que no se tratara de una cartulina sino de pladur. Ahora está protegido por un vinilo, decorado con un león, que aguarda a la plantilla actual. De las anteriores recuerda con cariño a Dani, con quien se felicita las navidades, y a Balenziaga que cumple años en las mismas fechas.
La gran paradoja es que los días de partido es cuando menos puede moverse de su sitio. La estación carga y descarga tanto como la de San Mamés. Por eso son sus hijas, Eva y Ane, quienes más acuden a La Catedral. La pequeña con el gazte abono. Son ellas las que le ayudan a poner el eskerrik asko sobre las fotografías que envía a los protagonistas con el momento de sus firmas. Insiste en que subrayemos el apoyo de sus compañeros. Lo hacemos. También nos pide que traslademos el deseo de que pueda acabar en el Museo del Athletic o donde lo decida el club. No será una obra de arte, ni un incunable. Pero dice mucho de Bilbao y sus gentes. Y deja claro que somos una piña. Lo que me lleva a Carlos. El aita de Legorburu. Falleció hace poco.
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Justo el lunes en que su hijo iniciaba una semana laboral que no terminaba hasta el domingo. «Se sabía tan bien tus turnos que lo hizo para que libraras», le comentó con cariñosa retranca un compañero.
El aita pasaba con frecuencia. A veces con su mujer Puri, que a los 92 años está como una chavala, y otras solo. Para ver así a su hijo y ser testigo de los momentos en que el viajero descubre el muro y Juan Carlos le invita a verlo. Porque es de todos y de nadie. Aplaudo desde aquí a Metro Bilbao por permitir esta pequeña iniciativa que, como decía, subraya aquello que nos une y no lo que nos separa. Por eso sigue Legorburu repartiendo sus tarjetas. Para no abrumar al famoso le entrega una con nombre y teléfono. De Andrés iba de compras con su mujer y, media hora después de recibirla, bajó a la estación. «Así evito ir a más tiendas», comentó con sorna. Era la excusa. En realidad don Miguel, como el resto, sabe que hay cosas que merecen la pena. Como ese muro. Porque nos recuerda que, también bajo tierra, seguimos siendo familia.
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