¿Qué es eso de Göteborg-Elfsborg?», protestó el hombre de ojos claros y piel curtida. En realidad dijo «¿Qué carallo e iso de Gotebó- ... Elbó?», que es como lo pronuncia un jubilado de la Costa da Morte en el bar de su pueblo. «Suecos», respondió el tabernero en esa hora en que lo mismo piden cafés, rondas de albariños o chupitos de licor gurés. El local era uno de esos bares cruce de caminos, a la salida de un puente que da nombre al pueblo, donde lo mismo compras tabaco o pilas que sellas la Primitiva. «Pois eu non fago iso» sentenció el indignado abuelo. Entonces recordé que si hay un lugar donde se puede opinar de las quinielas es en una taberna como esa.
Bien lo sabemos en Bilbao, donde las primeras se crearon en dichos templos. Los cántabros insisten en que fue allí donde nació la apuesta futbolística. Concretamente en La Callealtera, popular taberna de Santander, durante la temporada 1928-29. No lo discutiremos. Pero en la 29-30 el bar Chechu de Bilbao, situado en el número 6 de la calle Jardines, puso en marcha su propio sistema. No se trataba del actual 1x2, sino de acertar resultados. Si no había ganador, arrancaba un baremo basado en lo cerca o lejos que se había quedado el resto y la diferencia de goles. El local lo regentaba un Arana, hermano del popular Tomás, de El Botxo de Atxuri, que también tiene su historia.
Pero hoy hablamos de quinielas. Término que también carga debate. Existen varias teorías. Una habla de las apuestas en Argentina, a finales del XIX, y de la influencia del lunfardo de los arrabales bonaerenses. Otra hipótesis hace referencia al latín quintus y a que en un principio eran solo cinco los partidos. Cosa que desmiente el propio fútbol. De ser cierta tendría que ver con otro tipo de juego. Y existe una tercera teoría. Tiene que ver con la pelota vasca y las apuestas cruzadas de cinco partidos. Así que tenemos tema para sobremesa. Lo que no admite dudas es que cuajó. En un principio por simple entretenimiento. Ya que el dinero recaudado, descontados premios, iban destinados a causas benéficas. En Bilbao a la Casa de la Misericordia. No todos obraban así. Viendo el negocio más de un local comenzó a montar sus propias quinielas, inspirados en la máxima «la casa siempre gana».
Era cuestión de tiempo que los dirigentes del Estado se fijaran en el tema. Tardaron, pero el 22 de septiembre de 1946 nacía la Quiniela tal y como la conocemos. Aunque eran solo siete los partidos. Se enfrentaron Athletic Club (entonces Atlético de Bilbao) y Espanyol (Español), ganamos 4-1. El resto eran Murcia 2-Castellón 0, Oviedo 0-Real Madrid 0, Atlético Aviación (hoy Atlético de Madrid) 2-Real Gijón (Real Sporting de Gijón) 2, Valencia 1-Sabadell (entonces Sabadel)0, Barcelona 1-Celta de Vigo 1, Deportivo de la Coruña 0-Sevilla 0. Se jugaron algo más de 38.500 boletos, a razón de dos pesetas cada uno, con una recaudación de 77.060 rubias de aquellas. Los 62 acertantes recibieron 7.202. La fama se extendió y en 1952 un carnicero santanderino lograba un millón de pesetas.
Pero tenemos un premio más cercano y mayor. El 28 de marzo de 1969 Margarita Ateca, dueña del bar Manolo de Alameda de San Mamés, estaba rellenando la quiniela como siempre. Sin mirar los equipos. Ni se fijó en que había puesto perder al Athletic en San Mamés. En la barra estaba Ramón Badiola, comerciante dedicado a la venta de calefactores. Ante la irrupción de nueva clientela el hombre se prestó a terminar de rellenarlo y compartir la apuesta. El domingo por la noche descubrieron que eran millonarios. Habían ganado 32.584.855 pesetas. Ella llevaba tres años viuda y fue como un guiño del cielo. La vida les cambió. Pena que ese mismo destino se llevara a Ramón al otro mundo poco después. Pero nadie podrá borrar sus caras de felicidad en la prensa de la época. Por cierto, el día que salieron en ella, un tal Don Celes se incorporaba a las páginas de EL CORREO. Y todo tuvo que suceder en un bar. Justo en el lugar, no podía ser otro, donde nació la Quiniela.
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