Urko Olazabal, el John Wayne de Irala
Bilbaínos con diptongo ·
jon uriarte
Lunes, 21 de febrero 2022, 01:42
Le encantaba jugar al fútbol en la terraza. A veces solo. Era el precio de ser el niño mayor de la familia. Cuando se cansaba ... miraba a los gigantes. No era Monument Valley, pero resultaba igual de imponente. Las Torres de Zabalburu. Territorio navajo que avistaba desde un séptimo piso de la calle Picasso, el vaquero que soñaba con ser John Wayne y ahora galopa sobre los Goya.
Todo empezó en el Ginecoyatreo de Mazarredo cuando el doctor Aranguren le ayudó a venir a este valle. El 28 de marzo de 1978. Nacía Urko Olazabal Ortiz de Zárate, el hijo de Iñaki y Maite. El que tiene hoy voz de recién levantado, algo de cansancio y mucho de ilusión. Pasan las semanas pero su dedicatoria en los Goya sigue viva. Al fin y al cabo, es el premio a un chaval de Irala de eterna y fiel cuadrilla.
La que le esperó en Loiu para ir a Miribilla y arrancar las celebraciones. Queda la grande. El 5 de marzo acudirá al txoko gente de aquí y de allá, porque la gloria si no es compartida no merece la pena. Así se lo enseñaron de pequeño, cuando la terraza de casa pasaba de ser San Mamés a centro de comidas y eventos. Salvo en verano. Labastida, ahora vive allí su hermana Iratxe, era entonces el lugar para las fiestas familiares.
Los bronquios de amama fueron la razón para elegir la localidad alavesa. En cuanto al resto del año, Irala era su pradera. Empezando por la guardería paralela a Juan de Garay y después por otros territorios como la Ikastola Urretxindorra.
Quiso el destino que donde antes recibía clases ahora las imparta. La escuela estaba bien, pero lo que aguardaba era la sesión de tarde del sábado ante la tele. Con el tiempo ha comprendido que fueron aquellas horas viendo películas de Ford y compañía las que le inocularon aquello que, con los años, le llevaría a ser actor. Se imaginaba caracterizado, lleno de polvo y barro, con un revólver en la mano. Y lo acabó haciendo. Antes pasó por Bellas Artes. Sus manos parecían destinadas a la escultura, pero le faltaba descubrir su inteligencia emocional. Demasiadas corazas.
Quiso ser carpintero
En la Universidad aprendió el camino de la creación. Quería ser carpintero y acabó de actor. Encontró lo que llevaba dentro. No sin cierta dosis de casualidad. Alguien le animó a participar en un corto titulado 'Paliza', rodado cerca del mítico Pabellón 6, y le gustó. Estudia entonces en Barakaldo, en Kinema y en otros centros, mientras continúa colocándose delante y detrás de la cámara. Goenkale y diversos trabajos hacen que sea más requerido por el sector. Como en 'Ira', donde se presentó para actor de reparto y acabó de protagonista. Pero los desiertos profesionales son más áridos que la meseta del Colorado. Así que vendimia, hace vídeos corporativos, graba y edita lo que le piden, hasta que una mañana la suerte cambia y empieza la escalada. El niño que miraba hacia la pantalla de los Ideales y el Vistarama, el que las tardes de cumpleaños en lugar de merendola recibía cine, acaba entrando en el grupo de los selectos.
Con humildad. Recordando que todo es relativo. Por eso al ser preguntado por sus títulos favoritos responde 'La misión' y 'Los goonies'. No hay un solo camino ni una única doctrina. Es algo que sin darse cuenta aprendió durante la infancia, cuando compraba chuches en Ocejo, en Bambi y en la tienda de Luis, que sigue abierta. O cuando arrancaban la noche en las escaleras de Solokoetxe con litros compartidos y la continuaban por Somera jugando a ser mayores. Ahora, Egaña y Miribilla son los territorios de relajo y San Juan, en Muskiz, su fuerte.
Allí forja el futuro con Carmen. Le debe una cena. No han tenido tiempo. Lo habrá. Para compartir una noche por las que no pudieron ser. Por los días en que el horizonte no era tan hermoso ni tan aplaudido. Y para celebrar juntos que al John Wayne de Irala le queda mucho por lograr, aunque ya sepa lo que se siente al cabalgar por el Dorado.
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