Francia, las elecciones del miedo
José María de Areilza Carvajal
Domingo, 23 de abril 2017, 01:57
Nos encontramos ante unas elecciones francesas cruciales para el futuro de la Unión Europea. Una vez salvado el riesgo de que en Holanda la extrema ... derecha fuera el partido más votado, lo que ocurra en Francia dentro de pocas horas será decisivo para la integración del continente. Angela Merkel no ha podido contar en su largo desempeño del poder con un presidente galo junto al que preparar planes conjuntos para la UE. Esta ruptura del tándem franco-alemán no solo se debe al ascenso político y económico alemán, sino a las profundas discrepancias entre Berlín y París sobre el gobierno del euro y la globalización económica. La mayoría de los germanos prefieren ver la expansión del comercio y la libertad económica como una oportunidad y no como una amenaza, al modo francés. Incluso si el candidato más idóneo para recomponer el motor europeo, Emmanuel Macron, venciera el 7 de mayo, no está claro de que apoyos políticos y parlamentarios dispondría para impulsar reformas nacionales y europeas. Pero ya no es evidente que el centrista consiga llegar a la segunda vuelta e instalarse en El Elíseo.
Hasta hace unas semanas, las elecciones presidenciales francesas iban a ilustrar la lógica del voto útil, la misma que definió los comicios del año 2002. La tesis más extendida era que en la primera vuelta, Marine Le Pen, la candidata de extrema derecha, podría llegar a obtener la primera posición, pero en la segunda votación una gran mayoría de franceses apoyarían al otro candidato, que siempre tendría un perfil más moderado. El independiente Macron está destinado a salvar las esencias de la quinta república. El desfondamiento del conservador François Fillon, tras conocerse los pagos irregulares con dinero público a miembros de su familia, y la falta de tirón del socialista Benoit Hamon dejaban el campo libre al joven ex ministro de Economía de Hollande. Macron no representaba a un partido establecido y carecía de una maquinaria electoral de ámbito nacional, pero lo tenía todo para ser percibido como el candidato menos malo.
En poco tiempo, las predicciones se han complicado de forma extraordinaria. Francia vota asustada por el último atentado en los Campos Elíseos. El país es hoy un mosaico de ciudadanos insatisfechos y en exceso pesimistas, en general poco dispuestos a aceptar reformas que modernicen su economía y con ganas de culpar a alguien de la sensación extendida de crisis de identidad. Los distintos miedos al futuro han dado alas en la campaña electoral a Le Pen, Fillon y también al izquierdista Jean Luc Mélenchon, fundador del movimiento Francia insumisa. Cualquiera de ellos puede ganar el pase a la segunda vuelta, por delante de Macron. Este presenta un programa de reformas económicas valientes y un compromiso fuerte con la UE, pero ambas cuestiones limitan su popularidad. Aunque intenta emular a sus rivales, y sonar nacionalista, no lo consigue. Su perfil de antiguo alumno de la Escuela Nacional de Administración (ENA), de donde han salido desde 1945 la mayor parte de los dirigentes políticos y empresariales del país, y de exbanquero de Rothschild le impide ser un candidato idóneo en esta Francia furiosa.
Por su parte, la candidata de extrema derecha ha centrado sus mensajes en la recuperación de las fronteras nacionales, la seguridad y la lucha contra el terrorismo. Se ha apresurado a suspender su campaña ante el atentado en la víspera electoral. Es un discurso demagógico que llega a muchos franceses, a los que no les importa tanto la veracidad del eslogan de Le Pen, «conmigo no habrá atentados», como la sensación de hallar refugio en un liderazgo fuerte. La economía apenas crece y los discursos identitarios más simplistas funcionan. A cambio, la candidata ha intentado modular su anti-europeismo, atrapada por su promesa de salir del euro, que llena de incertidumbre a muchos votantes.
El repunte reciente de Fillon en las encuestas se debe a la buena organización electoral de los republicanos y al tono nacionalista empleado por este aspirante al Elíseo. Cuenta con grandes apoyos en la Francia rural y católica. Con su negativa a retirarse de la campaña, ha sido capaz de transmitir un relato de resistencia ante la adversidad y los poderes establecidos.
Mélenchon es la gran sorpresa en los últimos metros de la recta final. Ha aprovechado el hueco que había en la izquierda para ser el candidato anti-establishment, dispuesto a reformar la democracia desde una visión igualitaria y a romper con las instituciones políticas actuales, a las que tilda de demasiado elitistas. Hace una crítica acerba de Alemania y de las políticas europeas, en especial del rediseño del euro. Pese a su aspecto de jubilado, conecta bien con los más jóvenes. Procura no presentarse como de extrema izquierda: él «da voz al pueblo», una triquiñuela que sigue funcionando para movilizar a los que tienen poco que perder.
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