Secuencia y lógica interna del terror
El atentado de Berlín solo puede ser racionalmente atribuido al Daesh y la razón es la participación germana en la dura lucha contra el terrorismo. Así de simple y así de trágica
Enrique Vázquez
Miércoles, 21 de diciembre 2016, 01:29
Sin reivindicación definitiva en el momento de escribir este artículo, el atentado en Berlín puede ser atribuido a una operación diseñada por el Daesh (el ... autoproclamado Estado Islámico) o a un clásico lobo solitario automotivado. A esta última calificación podría acomodarse el policía turco que asesinó también el lunes en Ankara al embajador ruso en Turquía solo por ser el representante de una gran potencia que sostiene a fondo al régimen de los Assad en Siria, lo que hace Moscú desde los tiempos de Leonid Breznev.
El ataque de Berlín (doce civiles del todo inocentes asesinados) cierra por ahora el ciclo de tragedias semejantes, y aún mayores por el número de muertos que han afectado a Europa occidental en los últimos años. Algunos de estos ataques (Londres en julio de 2005, con 56 víctimas, o los de París en enero-noviembre, con 142 en 2015, y Niza en julio, con 84) han sido mucho peores y aún están lejos de la matanza por excelencia: los 191 muertos de Madrid el 11 de marzo de 2004. El lector habrá intuido que anotar este rosario con sus fechas tiene el objetivo de recordar que lo de Berlín es uno más y, probablemente, no será el último.
Es algo más que útil recordar que el sedicente Estado Islámico no existía cuando se produjeron los primeros ataques contra civiles desarmados, de modo que se puede decir que el engendro cuya llegada al mundo a cargo del califa Abubaqr al-Bagdadí fue anunciada en Mosul el 29 de junio de 2014, no fue formalmente el responsable de las primeras matanzas, pero ahora firma cuantas puede y no desmiente a algún voluntario que por su cuenta se suicida mientras mata a alguien por la causa.
Lo de Berlín es una operación de traspaso de la guerra a la retaguardia de uno de los beligerantes. Tal es el cambio, el gran cambio operado desde la matanza de Madrid casi 17 años, cuando nadie había oído hablar de un pretendido Estado Islámico y faltaban casi siete para que naciera la prometedora primavera árabe, abierta para la historia con la autoinmolación de Mohamed Buazizi, un pobre vendedor ambulante tunecino, el 17 de diciembre de 2010. Murió de sus heridas el 4 de enero de 2011, pero obró el milagro: diez días después huía del país el presidente-dictador, general Ben Alí, tras 22 años en el poder, reelegido invariablemente mediante escrutinios amañados.
La adorable primavera comenzaba un recorrido glorioso y rápido: el intocable presidente Mubarak, de Egipto, dimitió el 11 de enero de 2011 después de 30 años en el poder y el 20 de octubre del mismo año moría el líder libio Muamar al-Gadafi, con más de 40 años en la presidencia. Avanzaba rápidamente la esperada democratización y todo parecía ir bien... pero no sería así: solo en su cuna, Túnez se conformaba un sistema democrático creíble, se celebraban elecciones democráticas, no había presos políticos y el islamismo ( Ennahda, el partido de Rachid Gannushi jugando limpiamente el juego electoral)... mientras en Egipto, el centro neurálgico del mundo árabe, los militares, encabezados por el general al-Sisi y con pretextos inaceptables, acababan en julio de 2013 con el gobierno de los Hermanos Musulmanes, que había ganado limpiamente las elecciones y presentado y hecho aprobar por el parlamento y el pueblo una Constitución democrática.
Así pues, hay un recorrido dilatado pletórico de explicaciones, entre las que está la decepción extraordinaria de parte del público con el frustrado advenimiento de la democracia que, además, ya había sido literalmente despreciada en Argelia en 1991. Allí un partido islamista, el Frente Islámico de Salvación, ganó las elecciones municipales y había vencido en la primera vuelta de las legislativas cuando los militares decidieron que eso era intolerable y dieron un terrible golpe de Estado que abrió una guerra civil que causó, sin exageración alguna, más de 200.000 muertos y terminó mal que bien con un empate hecho de agotamiento y terror para que volviera de Ginebra un héroe de la resistencia anti-colonial, Abdelaziz Buteflika, quien cerró las heridas como pudo y... elegido y reelegido sin tregua, ahí sigue en el poder, muy enfermo, con sus casi ochenta años a cuestas.
Escenario paralelo, contagio indetenible. Así, pues, lo visto en Egipto, Libia y la tragedia siria -hija directa de la decisión del régimen de oponerse por la fuerza a la primavera que también llamó a su puerta y optó por morir matando- es el lado trágico de un proceso paralelo, un correlato entre democratización y autoritarismo de viejo cuño aliñado con carburante islamista , pacífico e institucional, porque lo facilitaban sus tradiciones y su contexto estatal en Egipto y en Túnez, y violento en los demás escenarios. Al Qaeda era, sin embargo, transnacional, no aspiraba a gobernar un estado sino a revigorizar el islam como un todo desde el confín afgano a Marruecos.
El contagio del terrorismo islamista, matizable según los casos, es el fenómeno político y social de lo que va de siglo XX. El sedicente Estado Islámico no es tal y, de hecho, su fracaso es que no gana en un territorio concreto y fue vencido por los servicios saudíes en el único desafío con límites territoriales visibles que intentó. Su condición itinerante y las variables de la fe musulmana, empezando por el dato esencial si se quiere entender algo de lo que es Al-Qaida como todos sus epígonos, con la sigla que sea, es radical y exclusivamente sunní. El lector puede anotar aquí el hecho de que un gran país musulmán shií, Irán, prácticamente no conoce atentados terroristas y es percibido como un enemigo capital del Estado Islámico.
En el marco someramente descrito y a falta de atribución de autoría final, el atentado de Berlín solo puede ser racionalmente responsabilidad del Daesh, por orden de uno de sus grupos o por iniciativa de un mártir autoinmolado y la razón es la participación germana, militar, política y de inteligencia en la dura lucha contra el terrorismo. Así de simple... y así de trágica.
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