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Óscar b. de otálora
Sábado, 18 de julio 2015, 00:07
El 27 de febrero de 2014, más de 2.000 personas se manifestaron en Culiacán, la capital del estado de Sinaloa para exigir la liberación de 'El Chapo', el mayor traficante de drogas del mundo y, en ese momento, en prisión y bajo el riesgo de ser extraditado a Estados Unidos. La marcha no finalizó ante una sede judicial o un edificio institucional. Los seguidores del narco se dirigieron a una capilla siniestra dedicada al falso santo Jesús Malverde, un icono de la nueva religión de la narcocultura para espanto de la Iglesia católica y de muchos sectores sociales aztecas. El recién fugado 'El Chapo' -originario de Sinaloa- es junto con otros capos uno de los apóstoles de una nueva religión que mezcla el vudú, los ritos paganos y el catolicismo y que se extiende por todas las clases sociales mexicanas. Y los nuevos devotos no sólo se rinden ante Jesús Malverde. La figura de la Santa Muerte, otra imagen no reconocida por la Iglesia católica, se ha insertado ya en la cultura mexicana y, según algunos estudiosos, hasta los políticos le piden ayuda para sus campañas electorales.
En México, los narcotraficantes se han convertido en seres todopoderosos por su capacidad de control económico y social. Desde los años 70, decenas de políticos y sociólogos han advertido de que su infuencia había llegado tan alto que se podía hablar del asentamiento definitivo de la narcocultutura, una forma de entender (y organizar) la sociedad que exalta la violencia y el dinero fácil y considera el paradigma del triunfo a los mercaderes de la droga. Sin embargo, esta mancha se ha extendido también a las creencias populares y a la religión. Decenas de analistas atribuyen este triunfo social al fracaso de la Iglesia católica a la hora de dar soluciones a una sociedad aterrorizada por la violencia y la crisis del Estado. La fuga de Joaquín Guzmán Loera, 'El Chapo', el capo del cartel de Sinaloa, seguidor de Jesús Malverde y de la Santa Muerte, supone apuntalar aún más la narcoreligión, al conceder un triunfo a alguien considerado uno de los hombres más ricos del mundo que al mismo tiempo está considerado el enemigo público número 1.
Rezos de mariachis
Las dos figuras que representan el triunfo de esta neoreligión siniestra son Jesús Malverde y la Santa Muerte. La imagen del primero de ellos es la de un macho mexicano, con bigote recortado, y ropa texana. La Iglesia católica jamás lo ha reconocido y los propios historiadores aztecas dudan de que realmente haya existido. La leyenda le considera un bandido de comienzos del siglo XX que robaba a los ricos para entregar el dinero a los pobres. Esta historia está salpicada de fábulas míticas. Al parecer, tras varios asaltos la policía le hirió y él, al saber que iba a morir, le pidió a otro criminal que le matase para cobrar la recompensa y entregársela a los más necesitados. Su santificación entre los criminales se produjo en los años 70, cuando un narco mandó matar a su hijo por una supuesta traición. El descendiente, seguidor de Malverde, fue tiroteado y arrojado al mar pero consiguió salvar su vida. A raíz de este hecho, el falso santo se convirtió en un 'patrón' de sicarios y narcos. Su imagen, en este sentido, es omnipresente en la narcocultura. En muchos de los túneles excavados en la frontera entre México y Estados Unidos han aparecido altares dedicados a Malverde. En su capilla de Culiacán es habitual la presencia de mariachis. Son enviados por los capos del narco para celebrar que una partida de droga ha conseguido cruzar la frontera.
Malverde, no obstante, es una figura menor en comparación con la Santa Muerte. Mientras que el falso bandido tiene una adoración local, centrada en Sinaloa, el culto a esta tétrica figura se extiende por todo Centroamérica, Colombia e incluso llega a Argentina. La Santa Muerte es una figura lúgubre, un esqueleto envuelto en un sudario blanco que puede llevar una balanza o una guadaña. Malverde tiene un origen y un contexto recientes pero la Muerte aúna tradiciones católicas con la imaginería del vudú, las recreaciones de supuestos ritos precolombinos, el satanismo y el tradicional culto mexicano a la estética mortuaria. Su triunfo social, sin embargo, no es muy lejano en el tiempo y, según los estudiosos mexicanos, se extiende desde amas de casa que piden la protección de sus hijos -ante el temor al régimen de violencia de México- hasta políticos que le solicitan apoyo para sus campañas electorales. En varias detenciones, la Policía ha encontrado altares dedicados a esta figura en casas de los jefes de los cárteles y se sabe que varios de ellos han levantado capillas en prisión dedicadas a esta figura.
Las limosnas se "purifican"
El contenido simbólico de la Santa Muerte insinúa también uno de las claves del éxito de esta imagen religiosa. Los santos católicos, como la Iglesia, han estado vinculados al poder de México durante siglos, de tal forma que en los sectores más bajos de la sociedad mexicana tenían que compartir sus referentes religiosos con la misma clase a la que atribuían sus males. La Santa Muerte, sin embargo, era en sus orígenes un culto casi clandestino y por lo tanto alejado del sistema. En este mismo sentido, la Iglesia perseguía a sectores sociales como las prostitutas o los homosexuales que en el esqueleto vestido de blanco podrían encontrar un anclaje religioso no vinculado al poder. Pero además, desde el punto de vista de una teología simplista, la Santa Muerte se consideraba una figura que tratata a todos por igual (todo el mundo fallece) mientras que la religión católica establecía la diferencia entre justos y pecadores.
Sin embargo, la mayor debilidad de la Iglesia católica al enfrentarse a este fenómeno procede de su pasado y sus vínculos con el poder, tanto el oficial como el del narco. El punto culminante de esta venenosa relación se produjo en septiembre de 2005, cuando el obispo mexicano de la diócesis de Aguascalientes, Ramón Godínez Flores, aseguró que las limosnas de los narcotraficantes se limpiaban de pecados al pasar por manos religiosas. No nos corresponde a nosotros investigar el origen del dinero. El dinero se puede purificar cuando la persona tiene buena intención, aseguró. Aunque el religioso desmintió posteriormente sus declaraciones, el entonces Gobierno de Vicente Fox reaccionó con dureza e invitó a la Iglesia a que se sume al combate contra el crimen organizado. Para entonces, en México ya eran conocidas de sobra las enormes donaciones que los cárteles realizaban a la Iglesia y que permitían a los sacerdotes tener templos de lujo.
El episodio más oscuro de la relación entre la Iglesia y el narco, no obstante, se produjo en 1993 y está vinculado directamente con 'El Chapo'. El 24 de mayo de ese año, el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo fue asesinado en el aeropuerto de Guadalajara, a donde había acudido para recoger a Girolamo Prigione, representante del Vaticano en México. Posadas y su chófer murieron en un tiroteo que se atribuyó a un error de los sicarios del cártel Arellano Félix, que confudieron al religioso con 'El Chapo'. Este narco sí se encontraba en el aeropuerto y, pese a las medidas de sguridad que se establecieron tras la muerte, consiguió abandonar la zona sin ser detenido. El crimen de Posadas, todavía sin esclarecer, ha dado pie a todo tipo de especulaciones aunque la más extendida es que fue asesinado cuando se disponía a romper el silencio de la Iglesia y revelar las relaciones entre el poder institucional y los capos de la droga. A comienzos de año, el Papa Francisco calentó esta situación al asegurar en un carta que la información que le transmitían los obispos mexicanos es cosa de terror. Ojala estemos a tiempo de evitar la mexicanización de Argentina, añadía en el texto. Las palabras suscitaron la inmediata queja del Ejecutivo azteca.
Pollos decapitados
Ese contexto ha debilitado el papel de la Iglesia católica a la hora de convertirse en el nexo común de una sociedad en crisis y por el contrario ha fortalecido la narcoreligión. La increíble fuga de Joaquín Guzmán no hace sino alentar este ensalzamiento de los criminales frente a otras instituciones. Lo más paradójico es que las propias instituciones están asumiendo esta religión de los sicarios.
En 2010, los servicios de limpieza de Tijuana comenzaron a alarmarse por la constante aparición de pollos decapitados en las playas. Posteriormente se supo que se trata de aves utilizadas en rituales de vudú y se averiguó que hasta la policía de la zona participaba en las ceremonias para conseguir protección contra los narcotraficantes. Sabemos que algunos agentes usan encantos, santos y otros métodos para su protección. Buscan algo en qué creer", aseguró en su día Elías Álvarez, entonces jefe de la policía federal en el estado de Baja California. En ese momento comenzó a saberse que los agentes empleaban tatuajes de vudú y otro tipo de ritos como forma de sentirse más protegidos en los tiroteos. El triunfo de la narcoreligión era tal que los policías creían más en la brujería que en los chalecos antibala.
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