Ver fotos
Los Reyes Magos atraen multitudes a la Gran Vía de Bilbao
Miles de niños y adultos celebran el retorno de la cabalgata tras las dos ediciones suspendidas por la pandemia
Cualquiera diría que, con los dos años en blanco de la pandemia, el público de la cabalgata de Bilbao se ha triplicado: la Gran Vía se ha abarrotado de una muchedumbre ansiosa de magia, regalos y caramelos, que son tres cosas que se echan mucho de menos cuando faltan. Había tramos de calle en los que quedaba el espacio justo para que pasase el desfile, tan cerca de la primera fila que algunos críos pillines amagaban con mangarles a los Reyes los paquetes de pega que transportaban en las carrozas. Y los carteros reales, a pesar de andar sobre zancos e ir provistos de una especie de cazamariposas, casi no alcanzaban a recoger las misivas de los de más atrás, allá lejos, en la acera. «¡Ya teníamos ganas, qué ilusión!», han dicho al final los tres protagonistas desde el balcón del Ayuntamiento, entre repetidos deseos de paz. Un frenesí similar se ha vivido en otras localidades vizcaínas.
Publicidad
La cabalgata de Reyes es una mezcla curiosa de magia y tecnología, eso está claro: a los portentosos poderes de sus majestades se suman máquinas como la sofisticadísima centralita del Departamento Real de Correos Xpress, con sus pantallas de última generación, o la Karamelomatic 3.000, a la que tanto hemos añorado, que cierra el desfile con sus tres toneladas de caramelos sin gluten. La magia nunca falla –tranquilos, niños–, pero la tecnología es otro cantar: los encargados de encabezar la comitiva eran el vetusto camión de bomberos American LaFrance y un coche eléctrico nuevecito de la Policía Municipal, y adivinen cuál de ellos se ha averiado en el momento de arrancar. ¡Correcto! El coche se ha quedado ahí, en el centro de la calzada, partiendo la cabalgata en dos como un pedrusco en mitad del río, mientras el American LaFrance avanzaba ligero como un mozuelo, e incluso parecía que se reía un poco con la sirena.
La cabalgata siempre va de menos a más. O, mejor dicho, empieza con un aire más ordenado, de espectáculo formal y estiloso, y acaba desmelenándose en una especie de caos febril. Pasan los carteros, la banda de rock con su cañón de confeti biodegradable, los caballos hinchables, la batucada, las mariposas sobre zancos, los acróbatas, la gigantesca rana hinchable que parece a punto de comerse a un duende... Y los niños atienden con ilusión controlada: son un poco imprevisibles, capaces de exaltarse ante unos tipos disfrazados de pingüinos o de ponerse a coleccionar colores de confeti justo cuando pasa la equilibrista. Pero la magia, ya lo hemos dicho, va funcionando, y uno de sus efectos es convertir a algunas personas en seres poco comunes. Miguel, por ejemplo, va danzando sobre una especie de vagón, ataviado de jirafa, pero en otras ediciones ha sido el muñeco de nieve Olaf o un buzo de '20.000 leguas de viaje submarino'.
– ¿Y qué tal se siente ahí el señor jirafa?
– Esto es una cosa maravillosa. Ver la cara de los niños... Cuando fui de Olaf, algunos lloraban de la emoción.
– Hoy, de jirafa, no llorarán.
– Hoy... ¡que se rían!
Noticia Relacionada
Así han sido las Cabalgatas de los Reyes Magos en Bizkaia
Pero llega el momento y entonces uno comprueba que los niños se estaban reservando, trataban de no desgastar su sistema nervioso (y tampoco sus cuerdas vocales, ay, tan potentes) de cara a la apoteosis final. Asoman los Reyes y todos se desgañitan gritando «¡los Reyes, los Reyes!», por si quedaba alguna duda. Al preguntar a un grupo cuál es su favorito, se escuchan unos cuantos 'baltasares', algunos 'melchores' y, siempre igual, un solo Gaspar, el de Elaia, que lleva un brazo en cabestrillo y sujeta con el otro el bocata de la merienda. Pobre Gaspar, siempre un poco ninguneado en estas encuestas.
Publicidad
– Entonces, ¿a ti Gaspar es el que más te gusta?
– Bueno, es que lo vi en la peli 'Reyes contra Santa' y me dio pena.
– Vaya... ¿y qué le has pedido?
– La equipación de los Chicago Bulls.
– ¿Juegas al basket?
– Así me rompí el brazo.
Cada rey tiene su estilo. El venerable Melchor, allá en lo alto de su castillo de piedra europea, es el más reposado, saludando a dos manos desde su sillón, con elegancia de sublime retrato palaciego. Gaspar va de pie en su carroza de arena asiática: lanza besos a dos manos, repasa con el dedo índice extendido a los niños que están presentes e incluso baja al piso inferior para comprobar de cerca algunas caras. Y Baltasar... En fin, Baltasar ha venido muy rejuvenecido este año y se ha convertido en la revelación de la velada, a base de bailoteos y de exaltar hábilmente a las multitudes: sobre su arquitectura de madera africana, bajaba las manos, las levantaba de golpe con las palmas hacia arriba y todo el mundo chillaba a pleno pulmón. ¡Si es que Baltasar, antes y ahora, siempre ha sido especial en Bilbao!
Publicidad
A esas alturas, la masa humana ya está bastante enfervorizada, pero justo después llega el momento en el que la magia y la tecnología se alían para desencadenar la locura, algo así como el triunfo definitivo de la anarquía frente a la monarquía. El oficioso cuarto rey, Karamelomatic 3.000, empieza a disparar caramelos y todos se descontrolan, niños y mayores: esta vez hacía buena noche y no había casi paraguas vueltos del revés, esos fantásticos recogedores de dulces, pero algunos iban provistos de grandes bolsas del súper. ¡Cualquiera diría que no han comido caramelos en estos dos años de pandemia!
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión