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Bilbaínosy turistas se entremezclan en el puente del Arenal. Ignacio Pérez

Fanfarrones, elegantes, los más rápidos al pagar... ¿De verdad los bilbaínos somos como creemos que somos?

Nadie lo tiene muy claro, pero algo de cierto acaba habiendo en el estereotipo: «Eres consciente de que el carácter bilbaíno es una realidad cuando sales y lo ves desde fuera»

Domingo, 15 de junio 2025, 00:54

Al fundar Bilbao, Don Diego López de Haro también creó de alguna manera a los bilbaínos, y al buen hombre jamás se le habría pasado por la cabeza hasta dónde iban a llegar esos dos conceptos. El exiguo caserío del siglo XIV creció y creció, fue ganando pujanza y riqueza y aquí lo tenemos, en plan metrópoli del siglo XXI, luciendo con aire lozano sus 725 años. En paralelo, lo de 'bilbaíno' pasó de ser un gentilicio del montón a convertirse en una especie de categoría metafísica, un lote de rasgos que configuran una cosmovisión singular: aquellos villanos contemporáneos de Don Diego, ocupados en ganarse sus maravedíes, se habrían quedado estupefactos si hubiesen sospechado que su condición bilbaína los hacía fanfarrones, emprendedores, pródigos con el dinero, bastante 'tripalaris', fríos a la vez que francos, de talante liberal y, cómo no, elegantes con un medido estilo inglés.

Se trata de una identidad que se ha consolidado con los siglos y que tiene mucho de juego de espejos: nadie tiene muy claro si es así como somos, como creemos que somos o como nos gusta que crean que somos, pero el caso es que esos matices acaban perdiendo importancia, porque muchas veces ajustamos nuestro comportamiento al estereotipo. Históricamente, tiene mucho que ver con las peculiaridades de Bilbao, tan distinto de su inmediato entorno rural. Por aquí pasaban mercancías, aquí se asentaban comerciantes, aquí reinaba un trajín portuario que traía el mundo a casa, aquí floreció la siderurgia y el gran capitalismo. Bilbao era punto de encuentro y también frontera, incluso lingüística, con ese pintoresco criollo de castellano y euskera que Emiliano de Arriaga compiló en su chirenísimo 'Lexicón bilbaíno', el de los aguaduchus, los cacapirris, las calderapecos, los sinsorgos y los chimbos.

En algunas facetas, los bilbaínos asumen más que nadie los clichés sobre los vascos: laboriosos, honrados, tipos de palabra, más ingenuos que engañadores. En otras, se impuso su corazón urbano, conectado al extranjero: «Era un carácter liberal y tolerante, definido por oposición al tradicionalismo del aldeano y matizado por la influencia de Francia e Inglaterra», lo acotaba Julián Echevarría, Camarón, uno de esos estudiosos de lo bilbaíno que constituyen, sí, un fenómeno bilbainísimo. Y que, por cierto, nos sirve para ejemplificar un rasgo del que se habla menos que de otros, pero que quizá sea más real que muchos: a Camarón le dedicaron un cantón de las Siete Calles, que hoy sigue luciendo su nombre, y con ello lo condenaron a no volver a pasar por allí, porque temía que alguien pensase que se recreaba en su propia importancia. El bilbaíno puede ser a veces un poco fantasma, eso nadie lo duda, pero por lo general tiende a mostrarse pudoroso y prudente.

  1. Echaos p'alante

    «¿Pero no sabe usted que soy de Bilbao?»

«Eres consciente de que el carácter bilbaíno es una realidad cuando sales y lo ves desde fuera. En el minuto uno decimos de dónde somos, mientras que otros a lo mejor tardan dos días o varios meses. Y después añadimos el barrio y hasta la clínica», sonríe Jon Uriarte, que libro a libro se ha convertido en uno de los 'bilbainólogos' más eminentes de nuestros días. Lo del bilbaíno echao p'alante se puede contemplar desde dos ángulos: es el componente que nos hace emprendedores y también el que nos vuelve jactanciosos. «Destacamos al acometer cosas que sabemos que vamos a perder: en Bilbao gusta mucho la utopía. El propio Athletic lo es. El Guggenheim también. Desde el principio, Bilbao consiguió lo imposible: ni siquiera los historiadores se ponen de acuerdo en cómo logró convertirse en capital, tan metido como está en la ría. Si alguien hace algo por encima de sus posibilidades, en toda España se dice 'como si fuese de Bilbao'», apunta Uriarte, que se remonta más allá de la industrialización y remite esta característica a los orígenes, al Señorío de Vizcaya, con su «hidalguía universal» que, por un lado, daba pie a chulearse y, por otro, facultaba especialmente para hacer fortuna.

«En Bilbao gusta mucho la utopía. El propio Athletic lo es. El Guggenheim también. Ni los historiadores se ponen de acuerdo en cómo logró convertirse en capital».

Jon Uriarte

Escritor

«En todas partes hay gente espléndida, pero los de Bilbao primero sacamos el monedero y luego decimos '¿qué queréis?'»

Gurutze Beitia

Actriz

Y, ya que hablamos de dinero, una expresión llamativa de ese carácter se evidencia a la hora de pagar. El bilbaíno es rápido de bolsillo, saca la billetera con la misma presteza con que los vaqueros desenvainaban el revólver, y no concibe que alguien se escaquee de apoquinar, porque en todo caso él discutiría por hacerlo antes que nadie. Durante mucho tiempo, eso se atribuyó simplemente a la abundancia, fruto de la industria: «Circula por ahí la malaventurada especie de que todos los bilbaínos, con excepción de cuatro o cinco desgraciados, son millonarios», publicaba 'El Pueblo Vasco' hace casi un siglo, en 1927. Y recogía uno de los chistes eternos sobre esta cuestión... En el café Royalty de Santander, un joven se toma un doble de cerveza y arroja un duro sobre la barra. Y, cuando el camarero le dice el precio, 60 céntimos, protesta: «¿Qué dice ¿60 céntimos? ¿Pero no sabe usted que soy de Bilbao?». «Perdone –le responde el mozo–, en ese caso son dos pesetas». A mediados del siglo XX, cuando el éxodo rural despoblaba media España, Bilbao seguía reluciendo como símbolo de prosperidad: el expresidente de Cantabria Miguel Ángel Revilla se pasmó al ver cómo pedían Paternina los bilbaínos, «¡el vino que bebía Botín!».

Pero no parece que ese ramalazo pródigo esté limitado a los pudientes: quizá los tiempos de liderazgo económico dieron lugar a una cultura que permeó a todas las clases sociales. «Yo creo que los tópicos son ciertos, sobre todo lo de fanfarrones y lo de buenos pagadores –repasa la actriz Gurutze Beitia–. Comilones también somos, pero hoy, con tanto 'healthy'... Tampoco quiero quedar mal, pero los de Bilbao tenemos esa fama de sacar la cartera rápido, ¡a veces demasiado! Yo trabajo con gente de todas partes y hay de todo, hay compañeros muy espléndidos también..., pero los de Bilbao primero sacamos el monedero y luego preguntamos '¿qué queréis?'».

  1. Buen vestir y buen comer

    «Sea arrogante»

Con la manera de vestir ocurre algo parecido: se suele hablar del estilo de Bilbao, una elegancia sensata y sin ostentaciones, deudora de Inglaterra, y a menudo da la impresión de que estamos atribuyendo a la sociedad entera las características de una minoría, aquella alta burguesía anglófila de finales del XIX y principios del XX que, a la vez que moldeaba la ciudad contemporánea, daba forma también al estereotipo sobre sus habitantes. Pero, de nuevo, puede que las costumbres de una élite sirviesen como modelo aspiracional. «En Bizkaia hubo una influencia enorme de Inglaterra, por la relación comercial y porque la burguesía enviaba allí a sus hijos a formarse, y además había una similitud en la meteorología y en el temperamento. Se produjo una síntesis de esa influencia inglesa, y en menor medida de la italiana, con la idiosincrasia de las personas de nuestra tierra, que son discretas y poco amigas de llamar la atención: aquí nos gusta que nos vean pero no tanto que nos miren. Se desarrolló una cultura que sigue existiendo. Hoy se ven en la calle formas de vestir que sorprenden, que incluso pueden entristecer, pero en otros sitios te las encuentras mucho más. Aquí queda una reminiscencia de buscar una distinción amable», reflexiona el sastre Javier de Juana, que durante mucho tiempo ha identificado a los ejecutivos bilbaínos en los aeropuertos por su forma de vestir. ¿Todavía se cruza por la calle con gente de neto 'look' bilbaíno? «Ahora se ha vuelto más sutil, más complicado, pero todavía lo ves, sí».

«Aquí se desarrolló una cultura del vestir que sigue existiendo: ha quedado la reminiscencia de buscar una distinción amable»

Javier de Juana

Sastre

«El bilbaíno tiene más fama de gourmet que de gourmand, más de exquisito que de tragón: ¡aquí estaban las pescaderías más caras!»

Fernando Canales

Cocinero

Aquí podemos abrir un paréntesis para recuperar una de las manifestaciones más depuradas de bilbainismo: la publicidad de Guijarro, aquel emporio de la moda que ocupaba cinco plantas en plena Gran Vía. Uno de sus anuncios de los 70 llevaba este texto apoteósico: «Sea arrogante –eso, en letra bien grande–. Los hay que pasan por el aro. Otros no se conforman con cualquier cosa. Guijarro cuida la línea de sus prendas. Guijarro conoce el gusto de Bilbao». Su publicidad en prensa recurría a eslóganes tajantes («para quien no quiera vestir como otras 100.000 personas») y no disimulaba el desprecio por el «mercado persa» de los grandes almacenes, su competencia.

¿Y qué hay de la comida? Al vasco, en general, se le ve como un tumbaollas sin fondo en el estómago que se regala festines pantagruélicos, pero en el bilbaíno esa hambre perpetua suele adquirir un matiz refinado. «¿Gourmet o gourmand, exquisito o tragón? Yo creo que el bilbaíno tiene más fama de gourmet: siempre ha valorado la calidad. ¡Aquí estaban las pescaderías más caras!», analiza el chef Fernando Canales. El viejo cliché también presenta a un comensal aferrado a sus tradiciones, a la cocina de ama y amama, y poco amigo de exotismos, entendiendo como tales desde el sushi hasta el salmorejo. Pero, si algo ha cambiado, es eso: «Hace 18 años –comenta el cocinero–, puse en la carta un carpaccio de cigalas y mi padre me dijo que lo quitara. Hoy hasta la gente mayor viene buscándolo. Antes todas las cartas tenían ensalada mixta, espárragos dos salsas, merluza en salsa verde, los bacalaos... Y hay otro cambio: cuando empecé, los directivos acababan con copazos a las seis de la tarde, pero hoy a lo mejor están en el gimnasio a la hora de comer».

  1. Tolerantes pero más bien cerrados

    «Sin servir de gracioso espectáculo»

A lo mejor no le hemos dado muchas vueltas, pero la manifestación perfecta de nuestro talante liberal es esa frase hecha, tan desgastada ya por el uso, de que los bilbaínos vienen al mundo donde les da la gana: la fórmula puede sonar petulante, pero en realidad abre la ciudadanía al mundo entero, sitúa unos valores compartidos por encima del derecho de nacimiento. «Tenemos una actitud abierta y acogedora hacia los demás. Para nosotros, como afirmaba Unamuno, el mundo entero es un Bilbao más grande. Hoy, aunque la sociedad ha cambiado, estos valores siguen presentes. Ser de Bilbao, aunque no se haya nacido aquí, es un orgullo y una referencia para los demás», reflexiona el presidente de la Sociedad Bilbaina, Juan Goiria Ormazabal.

«Ser de Bilbao, aunque no se haya nacido aquí, es un orgullo y una referencia»

Juan Goiria Ormazabal

Presidente de la Sociedad Bilbaina

«Nos dejamos llevar por la uniformización ramplona de la globalización, en una sociedad cada vez más sosaina»

Marino Montero

Agitador cultural

Otra cosa es que nos abramos a los extraños. En eso nos caracteriza un complejo equilibrio entre cordialidad y distancia, que puede parecer afabilísimo si se compara con el arquetipo del vasco reservado, pero no favorece las intimidades exprés. Habíamos aguantado sin mentar a Unamuno, pero, ya que ha asomado, citémoslo de nuevo: «El bilbaíno es mixto de timidez privada y energía pública», escribió. En general, nuestra forma tradicional de estar en el mundo evita la efusión excesiva, y hay pocos reflejos tan claros como el artículo que publicó en 1930 en 'La Tarde' la periodista Juanita Mir, que siete años después acabaría fusilada por los fascistas en Derio. A Juanita le impresionó ver por las calles de Bilbao a una pareja que no ocultaba su amor: «En Bilbao existen muchas, muchísimas parejas de enamorados –puntualizaba–; pero si las veis pasar por las calles las veréis serias, graves, sin que nada en ellas deje entrever la fogosidad despreocupada de la pasión. Los extranjeros que vienen a Bilbao, y aun los mismos españoles de otras provincias, han dado en comentar y lamentar: ellos, la altivez arisca de las bilbaínas; ellas, la indiferencia un poco despreciativa de los bilbaínos; todos, la frialdad de su carácter. Y, sin embargo, los bilbaínos saben querer quizá con más intensidad y constancia que nadie; pero a 'su modo', sin que el amor les ciegue hasta el punto de que su amor sirva de gracioso espectáculo a los demás. Es que el bilbaíno teme muchísimo al ridículo».

  1. ¿Y hoy en día qué?

    «Nos sigue tentando farolear»

¿Qué queda de todo esto en el Bilbao de hoy, donde menos de la mitad de los residentes son nacidos en la villa? ¿Acaso es el carácter bilbaíno una reliquia, quizá solo sirve ya para bromear con los tópicos? «Cuando en el extranjero te preguntan de dónde eres, solo los neoyorquinos, los parisinos y los bilbaínos decimos antes la ciudad que el país, y en nuestro caso incluso no siendo del mismo mismo Bilbao. Vamos, que nos sigue tentando farolear. Pero hemos ido perdiendo el fuste, la elegancia natural que nos distinguía, tanto en el vestir como en la forma de comportarnos con una cierta arrogancia: nos dejamos llevar por la uniformización ramplona de la globalización, en una sociedad cada vez más sosaina», lamenta el agitador cultural Marino Montero, otro 'bilbainólogo' empeñado en salvar los rescoldos de nuestro casticismo.

Pero también es verdad que, ya en 1910, Diego Mazas relativizaba todo esto en 'El Noticiero Bilbaíno'. Ironizaba con que algún forastero de vocación antropológica «va a venir a nuestra villa a estudiarla, como pudiera ir a Benarés, y su desencanto va a ser enorme cuando se encuentre con una población más o menos interesante, pero casi igual a las demás de la península».

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