12 euros por un capucchino y un té en Bilbao
Comer y beber en la capital vizcaína se ha puesto carísimo
De mis vacaciones veraniegas, transcurridas entre Formentera y Castro, queda mi estrecha relación con el mundo de la hostelería. Es lo que tiene no saber ... vivir sin bares, restaurantes, chiringuitos y terrazas. Yo, al menos. ¡Cuánto les debemos! Nos hacen la vida más agradable y feliz, aunque no siempre.
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Si este verano está sirviendo para algo es para demostrar que cada vez nos lo ponen más difícil. Los carteles de 'No hay servicio de terraza' se han convertido en una especie de plaga, para bendición de camareros y empresarios, que se mueven menos que nunca. Se expanden por todo tipo de negocios en la localidad cántabra. Y en muchos más municipios. En la Plaza Nueva bilbaína, sin ir más lejos, cada vez más establecimientos prescinden de este servicio, salvo que pilles mesa para comer o cenar. Si vas a tomar un café o copa, tururú.
En el velador de Jardines Berria, lo advierten bien claro. Hay servicio de terraza y recuerdan a los clientes a esperar ser atendidos, si bien «se dará prioridad para comidas y cenas». E insisten en la necesidad de realizar «como mínimo, una consumición por cliente».
De Formentera regresé de nuevo con la sensación de que es una isla para millonarios y que el negocio se les está yendo de la manos. Comer por menos de 75 euros en la mayoría de establecimientos en la joya de las Pitiusas se ha transformado en una quimera.
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Pero no solo Formentera está por la nubes en materia hostelera. Es algo que sabíamos de Bilbao hace mucho tiempo. Comer y beber en la capital vizcaína se ha puesto carísimo. El pasado lunes quedé con Inaz Fernández, el dueño de El Puertito de García Rivero y el Perita de la calle Diputación, para hablar del local que abrirá en noviembre en la antigua Pescaderías Vascas de Astarloa.
Nos acercamos al 'lobby bar' de un céntrico hotel bilbaíno. Tras algunas dudas por mi parte, ya que acababa de desayunar en casa, pedí un té para Inaz. El camarero me recomendó a mí un capucchino. Acertó. Estaba riquísimo.
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Nada que objetar. A la conclusión de la entrevista pedí al barman la cuenta. Tiré de móvil para pagar y metí el tique en el bolsillo. Varias horas después, al pasar los gastos de empresa, reparé en el importe de la cuenta. Pensé que seguía en Formentera. Me cobraron 12 euros por el capucchino y la infusión. 7 euros por la primera consumición y 5 por la segunda.
«No es de recibo»
Conté lo sucedido (porque es un suceso en toda regla) a los compañeros del periódico. ¡Qué pasada!, fue el comentario generalizado. Es la realidad a la que nos enfrentamos la mayoría de personas que vivimos y trabajamos en la capital vizcaína. Siempre hay que ver el lado positivo de las cosas para no deprimirse. Cuando viajamos a las ciudades europeas más caras, ya nada nos sorprende en cuestión de precios. Podemos decir con la voz bien alta aquello de que somos de Bilbao.
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Muchos pensarán que la llegada masiva de turistas ha disparado los precios, pero, ojo, no le echemos la culpa a ellos, porque buenos ingresos dejan. Sí sería conveniente que los hosteleros se pusieran las pilas y controlasen sus precios. Uno de los grandes animadores de la noche bilbaína, con discotecas en el Ensanche y el Casco Viejo, cree que los 12 euros del capucchino y el té es inconcebible. «Es un disparate, no es de recibo», confiesa este empresario, que prefiere mantener el anonimato.
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